Según nos cuenta el supuesto historiador árabe Abulcácim Tarif Abentarique[20], así como nuestro recurrente Gregorio López Pinto[21], al poco de verificarse la invasión árabe de la península ibérica, sucedió la muerte del emperador de «Las Arabias», Miramamolín Jacob Almançor, y también la de sus sucesores. De esta manera, por el año 726 de nuestra era, el imperio musulmán quedó sin una cabeza visible, hecho que aprovecharon todos los alcaides de África y España para coronarse reyes de aquellos territorios cuyo gobierno les había sido encomendado. Este fue el caso de Aben-Cotba, gobernador de Baeza y todo su territorio[22], entre el cual se incluía la antigua ciudad ibero-romana de Cástulo. Como este reyezuelo se encontraba ocioso y, además, tenía delirios de grandeza, decidió construirse un gran palacio en Baeza y para ello nada mejor que traer las piedras y los mármoles de la vecina Cástulo. Dicha ciudad, a decir de los habitantes de la zona, había sido muy importante y populosa en tiempos de los romanos y aun de los visigodos. Todas estas historias excitaron la codicia del rey baezano, de suerte que comenzó a extraer a toda prisa material para su flamante palacio.
Estando en estos menesteres, los obreros que estaban expoliando Cástulo encontraron una bóveda subterránea muy bien labrada en donde hallaron un fabuloso tesoro. Dicha construcción estaba situada en los alcázares o fortalezas de aquella ciudad de Cástulo, en cuyo lugar los administradores de este rey habían establecido un presidio. El caso es que, una vez descubierto el tesoro, se vio que estaba compuesto por una gran cantidad de tinajas que contenían un total de 55 arrobas[23] en monedas de oro acuñadas con la divisa del caballo alado Pegaso. Igualmente, se encontró un ídolo de oro «tan grande como un niño de dos años». La consecuencia inmediata fue que Aben-Cotba fundió todo ese oro y acuñó moneda propia con la que financiaría algunas de sus campañas militares.
Pero lo que a nuestro reyezuelo de Baeza le traía preocupado era: ¿de dónde habrían sacado los romanos tanto oro o tanta plata? La respuesta se la dieron unos cristianos que dijeron a este rey que los romanos tenían en la vecina Sierra Morena unas minas de las que sacaban mucha plata, pero cuya entrada fue cegada cuando perdieron Hispania en favor de los visigodos. Como la avaricia de este rey moro era mucha y la codicia de sus flamantes vasallos no tenía límite, se organizó la búsqueda de esa legendaria mina, espoleada por la promesa de otorgar cuantiosas dádivas a la persona que la encontrase. Poco tiempo se tardó en consumar el hallazgo, mérito que se le atribuyó a un cristiano renegado de nombre Celio, que fue nombrado alcaide de las minas, concediéndole una parte de sus beneficios.
Tras algunas campañas victoriosas protagonizadas por Aben-Cotba, en las que incluso llegaría hasta las mismas puertas de Granada, sobrevino el final de este rey menor. En efecto, tras diez años de feliz reinado, le aconteció la muerte en el mismo sitito en donde había comenzado a labrarse su fortuna: la ciudad de Cástulo. Nos cuenta López Pinto que murió en una gran batalla que se desarrolló en las vegas que hay junto a Cástulo, orilla del actual río Guadalimar. De esta manera, Aben-Cotba caería derrotado en el año 735 a manos de Abencerrix (según otras fuentes, Mahomet Alderariz), que se coronó también rey. Este nuevo reyezuelo murió en el 742, sucediéndole su hijo Abencerrix Almanzor, al que ese mismo año lapidarían los alcaides de las fortalezas bajo su mando, por no estar contentos con su gobierno. Dicho suceso tubo lugar también en las inmediaciones de Cástulo y para perpetrar el asesinato se emplearon las mismas piedras de sus ruinosos edificios. No acaba aquí la maldición del tesoro castulonense, puesto que Abdelaziz, sucesor de este efímero rey, fue también asesinado en el año 744. Este suceso tuvo lugar en Iliturgi, ciudad cercana a Cástulo, en donde se había casado con una hija de rey don Rodrigo. De esta manera, y según nos relata López Pinto, este homicidio sucedió «porque los moros se temían que se tornara cristiano, le aceleraron los días de la vida con darle muerte».
Visto el trágico final de todos y cada uno de los reyes árabes que tuvieron relación con Cástulo y su tesoro o sus minas, cabe preguntarse: ¿qué mina sería esa que se descubrió gracias a las pesquisas del desarraigado Celio? La respuesta la podemos encontrar en una crónica que escribió alrededor de 1680 el fraile dominico Antonio de Lorea. Dicha crónica trata de la historia de los conventos de su orden que había en Andalucía y, al llegar al convento de Linares[24], hace una pequeña introducción histórica, en la que destacamos este párrafo:
En tiempo de los Reyes Moros de Baeza se beneficiaban las minas de oro y plata, de que Dios enriqueció este suelo. Hoy conservan unas minas el nombre de el rey Almanzor, que lo fue de Baeza, el cual la dio en dote a una hija suya y de ella sacaban todos los días trescientos marcos[25] de oro y plata, cosa notable.
Por lo tanto, es posible que esa «mina del rey Almanzor» fuera la que nuestro aguerrido Aben-Cotba encontró en Sierra Morena. Por otra parte, el título de la mina podría deberse a alguno de estos dos motivos: que se nombrase así en honor de Miramamolín Jacob Almanzor, a cuya muerte sin descendencia debía Aben-Cotba su reinado, o que el nombre le viniera por Abencerrix Almanzor, aquel efímero reyezuelo que fue lapidado en Cástulo. Así mismo, la única mina legendaria que se pudiera asemejar a la «mina del rey Almanzor» sería la de Los Palazuelos, de la que, según el Catálogo de Obispos…[26] se sacaban trescientas libras[27] diarias de plata fina y cuya existencia real está ampliamente documentada. Sin embargo, no deja de sorprender que sean también «trescientos» la cantidad de metal que se sacaba de la mina Almanzor, aunque en este caso sería de marcos y no de libras. Como un marco era la mitad de una libra, deducimos que de la mina Almanzor se sacaría la mitad de metal que de la mina de Los Palazuelos. Es decir, que estaríamos hablando del mismo yacimiento, solo que los árabes eran menos eficaces en su laboreo o, quizás, menos codiciosos.
Y, para terminar, conviene que nos hagamos otra pregunta: ¿de verdad han existido reyes moros en la Baeza del siglo viii? No se sabe con certeza, las únicas referencias que se han podido localizar de Aben-Cotba y toda su estirpe de reyezuelos se han encontrado en relatos de autores del siglo xvii y parte del xviii (López Pinto, Miguel de Luna, Fr. Francisco de Cardera, etc.). Dichos trabajos no gozan de mucha credibilidad por introducirse en ellos elementos moralizantes y de leyenda. Por otra parte, lo único que la historiografía moderna nos cuenta de los primeros años de la conquista musulmana de Hispania es que el territorio se constituyó como emirato dependiente del califato omeya de Damasco, con capital en Córdoba, y que desde 756 se convirtió en emirato independiente. Merced a esta división territorial, la zona de la actual región andaluza se subdividió en unas veinticinco coras o provincias. En cualquier caso, también se sabe que alrededor del año 743[28] tomó posesión del gobierno de al-Ándalus [29] un tal Abul-Jattar Husam, el cual se propuso acabar con las disputas en las que se encontraban enzarzados los árabes que habían llegado a la península. Es decir, un periodo convulso de luchan intestinas que no es, ni más ni menos, lo que nos están contando López Pinto y Abulcácim.
Por lo tanto, la leyenda que se ha transcrito puede que haga, de algún modo, referencia a ese oscuro periodo de los comienzos de la invasión musulmana. En dicha época, y a falta de noticias fiables, la imaginación de ciertos autores intentó complementar los exiguos datos historiográficos a base de añadirles fabulosas historias. En ese sentido, es muy posible que Aben-Cotba no fuera más que un gobernador provinciano con aires de grandeza. En cualquier caso, la coincidencia de tantos autores sobre su existencia y la detallada descripción de sus correrías bien se merecería una exhaustiva investigación.
Con respecto al tesoro de Cástulo, nos podemos hacer el mismo interrogante: ¿existió realmente? Nada nos hace sospechar que no fuera así, puesto que durante las excavaciones arqueológicas que se han desarrollado en Cástulo en época contemporánea han sido halladas numerosas monedas con una esfinge alada. Esta figura podría haberse confundido con un caballo alado, es decir, con la representación de Pegaso[30]. No obstante, es posible que el número real de las monedas encontradas fuera bastante menor que el que nos relata la leyenda, y tampoco es muy probable que fueran todas de oro. En cuanto al ídolo de áureo, quizás no fuera más que un exvoto ibero de unos pocos centímetros de largo, como los encontrados en las excavaciones contemporáneas.
Y, para concluir este somero análisis, hay que decir que se tienen muy pocas evidencias de que visigodos y árabes explotaran las minas de Sierra Morena, es decir, la comarca minera a la que pertenecía Cástulo. Sin embargo, un país necesita materias primas para abastecerse, siendo ineludible la casi segura existencia de una industria minera. No estaríamos hablando de grandes instalaciones, pero sí de pequeñas explotaciones de donde extraer las cantidades precisas para cubrir la demanda interna de materias primas. En el caso concreto de la minería árabe en la comarca de Cástulo, solo se sabe con cierta seguridad que se extraía «alcohol de hoja», que era un barniz fabricado a base de galena, el cual era utilizado antiguamente en alfarería.
En resumen, tenemos un tesoro encontrado al comienzo de la dominación árabe y que posiblemente fue escondido por algún cristiano ante el avance de los bárbaros del norte. Este hecho acontecería alrededor del 409 d. C., ya que por esa época está documentada la invasión del territorio español por vándalos y silingos. Por lo tanto, y ante el frenético avance de estos pueblos, la mayoría de los habitantes de los lugares conquistados abandonarían sus casas, sin darles tiempo a llevarse sus riquezas, que algunos se apresuraron a esconder, como pudiera ser el caso que nos ocupa.
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