Cuentan que en las profundas grutas de sierra Mágina se esconden unos extraños seres conocidos como los “juancaballo”. Sonmitad hombre mitad corcel, malignos, crueles, y no gustan de vivir a la luz del sol. Hubo un tiempo en el que la población de Úbeda estaba tan aterrada con sus sanguinarias correrías que los inmortalizó en la fachada de El Salvador, para exorcizar, así, el miedo y suplicar protección a la divinidad.
Detalle de la fachada de la Capilla funeraria del Salvador del Mundo. La profusa imaginería es obra del escultor Esteban Jamete.
El relieve de los juancaballo está labrado en los contrafuertes de la capilla funeraria que levantó Francisco de los Cobos en Úbeda. En realidad, se trata de la representación de un episodio mitológico: Hércules luchando con el centauro. En la abrumadora fachada de este templo, una de las más ricas del Renacimiento español, convive la iconografía bíblica con el mundo clásico pagano, desarrollando un complejo lenguaje escultórico que alude al honor, a la gloria, al Salvador del mundo y, sobre todo, a la muerte…
Nuestro célebre escritor Antonio Muñoz Molina también se hace eco de la popular leyenda de los juancaballo en su novela El jinete polaco, premio Planeta en 1991: “…En la Sierra vivían unas criaturas mitad hombre y mitad caballo que eran feroces y misántropos y que en los inviernos de mucha nieve bajaban al valle del Guadalquivir exasperadas por el hambre y no sólo pisaban con sus cascos equinos las coliflores y las lechugas de las huertas, sino que llegaban al extremo de comer carne humana. La prueba de que los juancaballos existían, aparte del relato de algunos hombres aterrados que sobrevivieron a su ataque, estaba, labrada en piedra, en la fachada de la iglesia del Salvador, donde es verdad que hay un friso de centauros, de modo que si los habían esculpido en un lugar tan sagrado, junto a las estatuas de los santos y bajo el relieve de la Transfiguración del Señor, argumentaba sonriendo mi abuelo, muy hereje hacía falta ser para no creer en ellos…”
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