La leyenda cuenta la historia de Pedro, un joven que, por lo visto, no tenía ningún respeto por los demás.
Un día se encontraba segando junto a su cuadrilla, aunque él se las había ingeniado (haciéndole favores a su jefe) para conseguir el trabajo más cómodo, con un mulo y una trilla…vamos, que no tenía que usar las manos demasiado. Este trabajo, por edad y veteranía, correspondía a Juan «El Viejo» Además, se dedicaba a dar vueltas sin rumbo por la era para no trabajar.
El puesto también incluía el tener que dormir en la era para vigilar que nadie robara. Una de esas noches, estando acostado en la era, vio una sombra sospechosa que se acercaba y, cogiendo una horca para «defenderse», preguntó quién era.
Un hombre pequeñito vestido de rojo, negro y con unas botas verdes de paño…y con un sombrero de mil colores por donde asomaban una orejas puntiagudas asomó entre la maleza y le dijo que era gente de buen, que sólo quería que le diera un poco de trigo, como todos los años.
Pedro se mofó de él haciendo bromas sobre su estatura y le dijo que se fuera por donde había venido.
El pequeño hombre le recriminó su actitud y su falta de educación, pero, al ver cómo continuaba Pedro, dio una palmada muy fuerte e hizo aparecer unas llamas intensas azules en sus manos que empezó a lanzar como si fueran piedras, prendiéndole fuego a la era.
Pedro intentó huir, pero sus albarcas estaban atadas la una a la otra, sin ninguna explicación y tampoco veía ya al hombrecito. La era estaba totalmente en llamas y los vecinos acudieron…cuando le preguntaron a Pedro y éste les relató la historia, nadie le creyó y le acusaron de haberse quedado dormido vagueando. Su patrón le dijo que tendría que pagar los daños o ir a la cárcel.
Pedro estaba acorralado, pero, en un momento de calma, Juan «El Viejo» se le acercó y le dijo:
-«Te has encontrado con el Duende de la era y no le has regalado un poco de trigo. ¿Verdad?»
Pedro, perplejo, le contestó:
-¿Tú lo conoces? ¿Por qué no me lo habías advertido?
-¡Tenías muchas ganas de quitarme el puesto!
-¿Cómo puedo enmendar mi error?
Al ver su arrepentimiento, Juan le contó que el hombrecito que había visto era el Duende de Charches, que aparece cuando hay una injusticia. Para ser perdonado, Pedro tendría que seguir el arco iris hasta la cueva del Duende, pedirle perdón de corazón por ser tan desconsiderado con los demás y esperar su decisión.
Así lo hizo Pedro al día siguiente, siguió el arco iris que había dejado una pequeña tormenta junto al pueblo, llegó a la cueva del Duende y le pidió perdón; juró que nunca más volvería a faltarle el respeto a nadie, ni por su hechura, edad o condición.
El Duende aceptó sus disculpas y, de repente, una ráfaga de aire despertó a Pedro, que se encontraba de nuevo en la era, como si nada hubiera pasado…eso sí, sus albarcas seguían atadas la una con la otra y chamuscadas.
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