Cuenta la leyenda que…antes de que se cometiera la enorme torpeza de destruir la vía ferroviaria del tranvía de la Sierra y dejar morir una visión de futuro, el tranvía subía sueños, anhelos y alegrías…cuando bajaba iba lleno de emociones, recuerdos y satisfacciones, conseguidas por un recorrido de ensueño y asombroso, punto de encuentro de historias románticas, aventureras y mágicas.
Fue en la parada del Charcón donde se fraguo el destino de Felipe un hombre joven y poco atractivo que por culpa de un accidente laboral quedo con la cara marcada por una terrible quemadura que trataba de ocultar con su gorra roja de maquinista. A pesar de su fealdad nunca dejaba de tener siempre una frase amable y una sonrisa para con sus viajeros. Después de aquel fatídico accidente que le dejo marcado para siempre, había sido difícil encontrar pareja y Felipe a pesar de su juventud permanecía soltero, siendo su único amor aquella flamante maquina que surcaba puentes colgantes y oscuros túneles, con personajes de toda índole. Una mañana de Abril llegó a la parada del Charcón una preciosa muchacha de piel blanca como la nieve, cabello negro como la pizarra y ojos verdes como la serpentina de las canteras de la Estrella. Su cuerpo esbelto y garboso lo cubría con un vestido ceñido a la cintura de color marrón y una capa con capucha azul cielo sujeta al cuello con un broche en forma de abeja. Colgado del brazo llevaba una cesta con varios tarros de miel de tomillo y romero de los cerros de Güejar Sierra.
"Seguramente acaba de vender en el hotel del Duque", pensó Felipe, ya que era ese un lugar donde la gente de poderío se hospedaba durante largas estancias al abrigo de los aires saludables de la sierra. La muchacha le saludo con una sonrisa que dejo atravesado el corazón y ardiendo su alma, pero Felipe sabía perfectamente que la bella joven solo pretendía ser cortés con él, así que él respondió de igual manera a su saludo.
Partió el tranvía hacia Granada y en la estación de Maitena subieron al vagón procedente del hotel tres muchachos "de bien", vestidos con ropas que indicaban sus acaudalados orígenes deseosos de continuar la juerga. Al poco las cosas se complicaron en cuanto los jóvenes vieron a la bella muchacha sola y no tardaron en hacerle bromas pesadas, intentando propasarse con ella. Felipe como responsable del tranvía tuvo que intervenir en más de una ocasión para que los jóvenes mantuvieran la compostura…hasta que uno de ellos se enfrentó directamente a él y le amenazo con echarlo de la compañía ferroviaria ya que su padre era un potente inversor de la misma. Felipe intentó dialogar con él y lo tranquilizo pues no quería problemas, pero al pasar por el Tajo de la Paloma los muchachos retomaron sus actos, acosando a la muchacha que se refugió junto a él.
Harto ya de burlas y persecuciones, Felipe se enfrentó a ellos, dando un puñetazo al que le había amenazado, cayendo al suelo como un saco de patatas. Los otros dos viendo la fuerza física de su contrincante decidieron replegarse al fondo del vagón sin rechistar hasta que llegaron a la estación de Pinos Genil donde fueron apeados.
El que recibió el puñetazo le amenazó.
Una vez que el tranvía llego a Granada, Felipe reflexiono pues seguramente después de aquello le despedirían. Toda su vida había sido el tranvía y sin poderlo remediar se echó a llorar pensando que sería de él sin su tranvía...
La muchacha se acercó a Felipe y secando sus lágrimas con un pañuelo de fino lino, le sorprendió al darle un beso en la mejilla quemada y dijo:
-Eres valiente y honrado, Felipe y tu corazón es limpio como el agua del Genil que baja de la Sierra, no te preocupes pues lo que hoy has hecho por mí, mañana lo haré yo por ti.
Y cuando la muchacha se iba Felipe le pregunto su nombre.
-Estrella… Felipe, mi nombre es Estrella.
Cruzó por Puente Verde y desapareció de su vista hacia el Paseo del Salón.
A la mañana siguiente cuando había hecho ya tres viajes desde Granada al Charcón, al pasar por el túnel de la Cueva del Diablo una ráfaga de viento de la sierra le hizo estremecer y sintió como si una mano le acariciara la cara, notando una sensación de bienestar y tranquilidad difícil de describir.
Cuando llego a la estación de Maitena un numeroso grupo de hombres muy bien vestidos le estaba esperando y junto a ellos los muchachos con los que había tenido el tropiezo, a uno lo reconoció al momento por tener el ojo morado.
-Este es mi fin -pensó Felipe.
En cuanto paró la maquina todos se subieron al vagón, primero el del ojo morado que lo miró y sin dirigirle la palabra empezó a buscar y registrar compartimentos del tranvía, después otro con semblante serio y largo bigote le dijo a Felipe que eran directivos de la compañía ferroviaria, que buscaban al conductor de la cara quemada. Felipe se quedo de piedra... "¡Pero si lo tenían delante suya!"
Y así, al volver a pasar el ofendido delante de Felipe le dijo al del bigote largo.
- Este no es, no tiene la cara quemada, seguro que se ha despedido después de lo me hizo ayer.
Y se fueron todos de allí dejando a Felipe de piedra. Cuando reacciono se miró al espejo que tenía como retrovisor y comprobó que su cara estaba perfecta sin el menor rastro de quemaduras. ¡Había sido un milagro!
Felipe se mantuvo de maquinista del tranvía hasta que se jubilo manteniéndose soltero hasta su muerte y siempre llevo atado al cuello el pañuelo de lino con que Estrella le seco las lágrimas.
Se dice los que vivieron en aquel tiempo que a los pocos días se presentó una anciana en el hotel del Duque vestida con una capa azul y un broche con forma de abeja llevando una cesta con rica miel de tomillo y romero, dirigiéndose al empresario de bigote le ofreció la miel para hacer más dulce la maldición y le dijo:
- "Fue una bonita ilusión de un hombre que supo soñar…más los mediocres no la supisteis aprovechar y hoy te digo que a la cincuentena no ha de llegar".
Efectivamente, el 19 de Enero de 1974 se cerró para siempre la vía del tranvía de la Sierra no llegando a cumplir los cincuenta años de funcionamiento. Quizás algo tuvo que ver Estrella...para eso están las leyendas y de lo que no hay ninguna duda es que los mediocres siguen existiendo.
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