En la guerra, como en el amor, todo vale. Y si hablamos de guerra y la relacionamos con Granada es prácticamente una necesidad recordar las batallas que tuvieron lugar a finales del siglo XV entre musulmanes y cristianos. En ellas los últimos luchaban por hacerse con el control de la península que habían ocupado los primeros durante siete siglos. Por eso que en el amor y en la guerra, todo vale, un militar musulmán supo hacer bueno ese dicho.
Se llamaba Qasim y fue un hombre que luchó junto a El Zagal –tío de Boabdil- durante muchas contiendas. Fiel y trabajador, El Zagal le premió con una espada preciosa con una empuñadura de marfil que a Qasim lo hizo imponente. Tan capaz de gobernar ejércitos que incluso combatió para Boabdil en la fecha en que Lanjarón estaba siendo sitiada por los cristianos. Precisamente ahí, tiene lugar esta leyenda.
La misma cuenta que Qasim, traicionado por algún musulmán de su entorno que le indicó a los cristianos la capacidad defensiva de su ejército, tuvo que encerrarse junto con sus hombres en el castillo de este famoso pueblo granadino. Allí aguantaban las embestidas de los cristianos de una manera casi sobrenatural por ser inferior en número. La espada nazarí que portaba Qasim, había hecho de él un militar implacable e incapaz de perder ante nadie.
Por eso, cuando la noche cayó, él cogió su espada y saltó por la muralla buscando atacar a todo enemigo que encontrase a su paso. Aunque en un principio salió victorioso, una emboscada a punto estuvo de costarle la vida. Pero no. Él no lo permitió, antes dejó escondida su espada nazarí para que nadie pudiese robársela y saltó al vacío dejando allí su vida. Y junto a ella, una espada que de tan especial, hay quienes creen que es mágica. Una espada que sin embargo, nunca nadie volvería a ver. No obstante, el castillo aún puede tenerla guardada en el lugar más insospechado.
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