Cuenta la leyenda que…¡viajeros al tren! con destino a Baza, Freila, Zújar, Baúl, Gorafe, Gor y Guadix que va a efectuar la salida de un momento a otro…piii.-dijo el jefe de estación de Caniles.
Eran los primeros viajes de aquella recién abierta línea férrea. Los viajeros se iban acomodando en los asientos poco a poco. Para algunos, el viaje iba a ser una experiencia inolvidable pues era la primera vez que se subían a este medio de transporte. Otros, sin embargo, ya tenían recorrido algunos kilómetros a sus espaldas.
-¿Es la primera vez que sube al tren? -preguntó un hombre de robusto bigote con sombrero de paja estilo Canotier a otro con bombín de fino bigote y rostro pálido.
-A este tren sí… y quizás la última, -dijo en un tono seco y cortante.
-¿Prefiere el coche de caballos?
El hombre del bombín le miró fijamente.
-¿Como los caballos a los que apostó, arruinando su vida y la de su familia? -había algo en la mirada que le hizo recorrer al de Canotier un escalofrío por la espalda. Este carraspeo como quitándole hierro al asunto.
-Ejem ejem… ¿quién es usted y… que sabe de mis asuntos? -balbuceó nervioso. El interpelado volvió a mirar por la ventanilla como si la conversación ya no fuera con él.
-A estos trenes suben personajes sin las más mínima educación -dijo el de Canotier, levantándose del asiento y secándose el sudor de la cara con un pañuelo de seda. Al poco, apareció una señorita con abanico en mano y elegantes guantes de finos encajes.
-Perdone caballero, ¿está libre este asiento? -Éste la miró y afirmando con la cabeza, quitó los pies del asiento y sacó un pequeño libro del interior de su chaqueta que comenzó a leer sin prestarle mayor atención a la muchacha.
Se puso en marcha el tren dando pequeños tirones y soltando penachos de humo blanco por sus laterales.
-¡Parece que nos movemos! ¡Ya era hora. Llevo en la estación de Caniles desde esta mañana! -comentó la señorita intentando entablar conversación.
El hombre la miró por encima del libro haciendo un movimiento de negación con la cabeza, siguió leyendo.
-Parece que es usted de pocas palabras…
-¿De qué quiere que hable? ¿De su noble y rico novio que la ha dejado?, -le dijo escupiendo las palabras. Aquello no lo esperaba la muchacha que se quedó sin habla.
-Y no se preocupe por el hijo que lleva dentro de sus entrañas, antes de que lleguemos a Guadix todo se habrá solucionado… ya verá, -dijo mostrando una sonrisa cruel.
En esta ocasión fue él quien se levantó cambiando de asiento, dejando a la muchacha con los labios temblorosos y lágrimas en los ojos. El del Bombín vio un asiento vació al lado de un campesino que llevaba una cesta llena de ajos.
-Parece que a usted no le molesta el olor a ajos
-¡A mí me molestan las preguntas!, -cortó en seco.
El tren llegó a la estación de Baúl, bajándose el campesino con su cesta, no antes de hacerle una peineta al del bombín.
-¡Ahí queda usted y su malafollá, seguro que es de Graná!
El tren continuó su viaje por tierras de Gor cuando un pastor cercano al Puente de Hierro atravesó sus ovejas en la vía mientras gesticulaba con los brazos para que el tren parara y el maquinista de inmediato aminoró la maquina dejándola a pocos metros del pastor.
-¿Loco que haces en medio de la vía con las ovejas?
-¡Avisarte de que el puente se caerá si lo atraviesas con todos los pasajeros, no aguantará tanto peso!
-¿Pero quién eres tú? ¿El ingeniero jefe disfrazado de pastor?
-Sí, tú ríete, conozco el terreno mejor que esos 'estiraos' del ferrocarril. Ya les dije cuando estaban haciendo los pilares que el terreno se movía y no era seguro para la obra.
Los viajeros que escucharon al pastor no daban crédito a sus palabras y algunos ya se habían bajado del tren por si las moscas.
-Pero, ¿es que le van hacer caso a un ignorante cabrero? ¡Vamos continúe la marcha del tren! -dijo el del bombín. Ya era demasiado tarde. Todos los viajeros se habían bajado y caminaban por la vía hacia el lado opuesto. Cuando llegaron a la estación de Gor, el tren comenzó a atravesar el Puente de Hierro a paso de hombre, sin pasajeros, estando todos expectantes ante los crujidos que daba el hierro. Cuando llegó al lado opuesto sin incidentes, todos los pasajeros volvieron a subir y continuaron su viaje. Cuando ya se alejaba el tren camino a Guadix el pastor, con media sonrisa, miró al del bombín que se encontraba sentado en la estación con cara de pocos amigos.
-¡Todo el mundo merece una segunda oportunidad! ¿No?- dijo riendo y se fue con su rebaño sierra arriba.
Así, a diario, durante casi siete años, todos los viajeros que hacían el trayecto de Baza-Guadix se bajaban en el puente de Gor y hacían los 40 metros del mismo a pie, hasta que fue sustituido por el Puente Chico.
El Puente Grande fue desmontado y llevado al pueblo de Dúrcal, donde se inauguró el 18 de julio de 1924 con 188,25 metros. Allí pasó a llamarse Puente de Lata, pero esa es otra historia.
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