En Pareja se produjeron varias
oleadas de brujería, especialmente dos, a lo largo del siglo XVI. El
primero de estos episodios tuvo lugar en 1527. “En el límite entre las
provincias de Cuenca y Guadalajara, donde ahora está el lecho de los pantanos,
he podido descubrir sobre los archivos un trasiego continuo de brujas que se
desplazaban desde pueblos como Tinajas, Sacedón, Buendía o Pareja para
participar en aquelarres que los textos sitúan en los campos de la localidad
soriana de Baraona”, dijo.
Los archivos de la Inquisición
describen hechos que dejaron a la profesora atrapada en el misterio. “Narran
los vuelos de las brujas exactamente de la misma manera, sin que sus autores se
hubieran conocido nunca entre ellos. Y, aunque en realidad no pudieran
elevarse, como dicen de las de Pareja, es más que probable que a través de la
elaboración de determinadas sustancias alucinógenas sí tuvieran estos
delirios”, explicó la escritora.
Reinaba Carlos I, cuando Francisca
Ansarona y Quiteria de Morillas, vecinas de Pareja, fueron denunciadas por
invocar a las fuerzas del mal. Los parejanos habían relacionado la muerte de
varios niños con la brujería y, en lugar de tomarse la justicia por su mano,
acudieron a los cauces ordinarios. “Hay que tener en cuenta que debido a la
alta mortalidad infantil y el escaso desarrollo de la ciencia médica a nivel
popular, era frecuente acusar a las brujas de muertes entonces inexplicables”,
dijo Lara. Sin embargo, y según las pruebas archivísticas encontradas por la
profesora, “es probable que alguna de ellas sí pudiera tener relación con las
muertes”. De hecho, la propia Quiteria “fue sorprendida tratando de asaltar a
niños”.
Francisca Ansarona, ya una señora de
50 años, acabó autoinculpándose en el proceso inquisitorial. Reconoció ser
bruja desde su juventud y narró cómo salía volando “alta del suelo, hasta dos
palmos en el aire”, según ha podido descifrar Lara en el documento
inquisitorial.
Tiempo después de la muerte de
Ansarona, volvió a cundir el pánico, cuando las hijas de la Morillas, Ana la
Roa y María Parra, fueron consideradas brujas por los vecinos de Pareja al
volver a sucederse la muerte de niños por causas desconocidas. Las mujeres que
quedaban embarazadas huían de ellas, “porque para conseguir dinero y comida,
utilizaban el chantaje”, citó.
Entre las personas que testificaron
en su contra está un hombre llamado Juan Manzano, que acusó a una de ellas de
haber asesinado a su hija recién nacida una noche que vio bajar de la cámara de
su casa hasta la habitación a tres personas. “Encontramos en Pareja a personas
que les plantaron cara. En abril de 1550, una vecina que escuchó en su casa
pisadas en la cocina y ruido en el tejado pensó que el origen del sonido podía
estar en los tejemanejes de La Roa. A la mañana siguiente, cuando se cruzó con
ella en la calle, le hizo frente, y le advirtió que si volvía a pasar, la
denunciaría y, que si eso no evitaba el peligro, tomaría la justicia por su
mano. Según declaró la parejana, no se volvió a dar ningún incidente”,
explicó Lara, basando sus afirmaciones en los testimonios encontrados en los
procesos inquisitoriales.
En 1554 fue leído en la Iglesia de
Pareja un edicto por el que se ordenaba a todo el que tuviera conocimiento de
brujas lo hiciera saber inmediatamente bajo pena de excomunión como cómplice.
El documento acrecentó la sicosis colectiva. Las hijas de la Morillas
fueron apresadas y todos sus bienes fueron secuestrados por el Santo Oficio.
Las encerraron en los calabozos de la Inquisición. La Roa confesó que había
contraído nupcias por tres veces en diferentes lugares, y que cuatro años
antes, en 1550, había sido azotada públicamente como bruja.
María Parra declaró que había sido
criada en Pareja con sus padres. También vivió en Buendía donde tuvo un hijo,
que acababa de cumplir 20 años en el momento del proceso. Los inquisidores las
sometieron a torturas para que confesaran. De esta manera reconocieron que
entraron en varias casas de Pareja para asaltar a niños. Para evitar ser
molestadas en su propósito, utilizaban un somnífero que adormecía al resto de
los habitantes de la casa. Al final del proceso reconocieron también
haber participado en los aquelarres de Baraona.
El proceso de Ana La Roa está
incompleto en el archivo, pero en 1558 se leyó en la Plaza Mayor de Cuenca la
sentencia de María Parra. Recibió la pena de 100 azotes por las calles, montada
en un asno y desnuda de cintura para arriba. A voz de pregonero le fue
decretado el destierro del obispado de Cuenca. “No fueron ajusticiadas, sólo
expulsadas”, terminó Lara. Y, como puso de manifiesto la escritora, “los
habitantes de Pareja demostraron en el siglo XVI, al igual que en el presente,
una elevada conciencia ciudadana. No aplicaron la justicia por libre sino que
recurrieron a las instancias oficiales para que retiraran las amenazas y
pusieran paz en la villa”.
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