Las narraciones llegadas
hasta nuestros días fechan el milagro del Cristo del Valle en el 17 de julio de
1688. Dos peregrinos, identificados como Juan Bautista y Manuel Terrín, tras
pedir limosna en una quinta propiedad del vecino de Tembleque Francisco
Rodríguez Palmero pintaron al Cristo en la vivienda, tras haber pedido
aceite para alumbrarse con lamparillas. El aceite apareció milagrosamente en
las vasijas que se suponían vacías. Los peregrinos se fueron del lugar sin
dejar rastro.
El romance impreso hallado por el Consistorio temblequeño narra la continuación de esta historia. Tras la marcha de los dos peregrinos, acudió el cura de Tembleque a ver si realmente había algo milagroso en las pinturas de los peregrinos. Para ello las mandó borrar, y para asombro de todos, parece ser que volvieron a aparecer.
Fue a partir de entonces cuando acudieron gentes de todos los lugares y nuevos acontecimientos milagrosos. Como el de una niña ciega, vecina de Mora, que al llegar abrió los ojos y recuperó la vista, y un hombre de Consuegra, que se cortó una pierna con un hacha accidentalmente, y que al llegar al Cristo del Valle sanó sin más explicaciones.
Esta narración también incluye un castigo a los descreídos. Se habla de un molinero que se quejaba de que, con la cada vez mayor llegada de devotos al lugar, muchos peregrinos ocupaban su parcela, que esta cercana. Dijo que no creía en los milagros, lo que provocó que unos «volcanes de fuego» hicieran pasto de llamas con su molino. Así se habrían sucedido un sinfín de sucesos milagrosos de los que el autor del folleto confiesa que no tiene papel suficiente para dejar plasmados, hasta que se resolvió construir en ese sitio la ermita del Cristo del Valle.
El romance impreso hallado por el Consistorio temblequeño narra la continuación de esta historia. Tras la marcha de los dos peregrinos, acudió el cura de Tembleque a ver si realmente había algo milagroso en las pinturas de los peregrinos. Para ello las mandó borrar, y para asombro de todos, parece ser que volvieron a aparecer.
Fue a partir de entonces cuando acudieron gentes de todos los lugares y nuevos acontecimientos milagrosos. Como el de una niña ciega, vecina de Mora, que al llegar abrió los ojos y recuperó la vista, y un hombre de Consuegra, que se cortó una pierna con un hacha accidentalmente, y que al llegar al Cristo del Valle sanó sin más explicaciones.
Esta narración también incluye un castigo a los descreídos. Se habla de un molinero que se quejaba de que, con la cada vez mayor llegada de devotos al lugar, muchos peregrinos ocupaban su parcela, que esta cercana. Dijo que no creía en los milagros, lo que provocó que unos «volcanes de fuego» hicieran pasto de llamas con su molino. Así se habrían sucedido un sinfín de sucesos milagrosos de los que el autor del folleto confiesa que no tiene papel suficiente para dejar plasmados, hasta que se resolvió construir en ese sitio la ermita del Cristo del Valle.
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