Cuenta Vila que en el callejón del Tinte había una puerta por donde entraban al convento de San Francisco, los efectos de intendencia o alimentación, refiriéndonos a finales del Siglo XVIII, cuando el convento era mucho más grande y abarcaba hasta la plaza de Mina como huerta y enfermería del mismo. Se veía allí como pórtico de la huerta un arco con una hornacina y en ella una pequeña imagen de Nuestra Señora de los Remedios, que era la advocación del convento. Por ese lugar pasaban día tras día tres jóvenes camino de la diversión.
De repente tras un tiempo recorriendo el mismo lugar, se dieron cuenta que ya llevaba varias noches delante de aquella hornacina una mujer rezando, a la que no lograron ver el rostro. Uno de esos días, les picó tanto la curiosidad que uno de ellos se envalentonó y tras pasar por el lugar decidió volver a hablar con la mujer, ante el miedo de los otros dos que se quedaron esperándolo, pues el camino y la soledad del mismo infundía nada menos que el terror en el cuerpo de aquellos jóvenes adolescentes. De esa manera, el osado se despidió de sus amigos que le esperarían en la entonces plaza de Loreto, una aventura digna de contar pensaron los tres.
Los otros dos amigos esperaban y esperaban y el tercero no aparecía, por lo que decidieron acudir a ver que ocurría. Al llegar ante la hornacina, encontraron a su amigo en el suelo, sin vida, sin que a la mujer se le hubiera visto ausentarse por ninguno de los caminos. Fue tal la impresión en los otros dos jóvenes, que pensaban que era la misma Muerte la mujer que se había llevado la vida de su amigo, que uno de ellos decidió ingresar en el mismo convento de los Franciscanos.
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