viernes, 22 de febrero de 2019

La ciudad que pudo llamarse Tazgona (Archidona, Málaga)

El pasado mes de octubre se clausuró la décima edición de Archidona Cinema, el festival de cine andaluz y del Mediterráneo que puso en escena cintas de extraordinaria calidad y trajo hasta esta ciudad del interior de Málaga, aquí donde no llegan las brisas de la mar, a actores, realizadores y productores que tienen su mirada puesta en el Sur.
El festival dejó claro que esta es una ciudad que mira hacia mediodía. Las crónicas de la historia ya lo apuntaban cuando los romanos la llamaron Arcis Domina o Señora de las Alturas. No hay nombre más apropiado para nombrar una ciudad que durante siglos se creyó inexpugnable. En tiempo de los árabes -conocida entonces con el nombre de Arjiduna- alcanzó a ser capital de la cora de Rayya, que es tanto como decir lo que hoy constituye, kilómetro más kilómetro menos, la provincia de Málaga.
Muy pocas ciudades pueden alardear de haber sido testigo de historias como la que acaeció mediado el año 756, cuando Abd al-Rahman I, aquel príncipe omeya huido tras la matanza de su familia por los abbasíes, fue nombrado junto a la muralla de la villa emir independiente del nuevo al-Andalus. Siglos después, Archidona volvería a protagonizar episodios trascendentales para su historia cuando fue cabeza de las revueltas contra el poder califal de Córdoba, encabezadas por el rebelde Omar ben Hafsun.
Y es en su caída cuando Archidona se hace memorable para la historia. Se sabe que la ciudad cayó en manos cristianas la tarde del 28 de julio de 1462. Cuentan que tras dos meses de asedio las tropas castellanas entraron en la villa al mano de don Pedro Téllez Girón, gran maestre de Calatrava. Ibrahín, wali del castillo moro, al ver su ciudad tomada y viéndose derrotado se arrojó al vacío desde el tajo en un último gesto de heroicidad. No fue para menos.
Con su muerte Ibrahín puso fin a una derrota que meses antes había vivido ya en la privacidad de su propia familia. Verdad y leyenda se entrecruzan en esos meses previos a la caída de la ciudad en manos cristianas, cuando los cronistas relatan la huída de la joven Tazgona -hija de Ibrahín- con su amado, el apuesto Muhammad. Ante la intransigencia del wali que la había prometido al gobernador de Alhama, los jóvenes huyeron hacia Antequera. Viéndose alcanzados se armaron de fuerzas para trepar a una peña y arrojarse al vacío tomados de la mano. Narra la leyenda que a partir de esos trágicos sucesos, Ibrahín se tornó cruel e irascible y que su muerte puso fin a una vida de pesadillas y odios.
El lugar desde el que Tazgona y Muhammad se arrojaron lleva el nombre de peña de los Enamorados, está a un lado de la autovía, entre un paisaje de llanuras y corredores, y cuentan que en noches de luna llena el monte se cubre de sombras oscuras, nubes y cerrazones como espectros de los dos jóvenes sin vida.
De la ciudad andalusí, de la villa alta, de aquella que da nombre al pueblo, sólo quedan osamentas, fragmentos, lienzos desvencijados y perímetros equívocos. La ciudad creció tras la conquista cristiana murallas afuera, y el nuevo casal acabó esparciéndose a los pies del cerro de Gracia, donde hoy se ensanchan las calles, las avenidas y las plazas de originales plantas. Cuando el diplomático estadounidense la visitó camino de Granada escribió en su libreta de viajes: «Archidona está situada en la ladera de una elevada colina con las ruinas de una fortaleza árabe y una montaña de tres picos a su espalda».

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