jueves, 14 de febrero de 2019

La Virgen de los Remedios (Cártama, Málaga)

Cuenta la tradición que, un día del año citado, un pastor de ovejas que apacentaba su rebaño entre los riscos de la colina halló colocada, entre los tallos de una frondosa esparraguera, una pequeña estatuilla cuya esmerada talla daba forma a una dama de lindo rostro y de muy suaves perfiles.
Aunque en un principio se extraña por no haberse percatado de su presencia en cualquiera de las tantas veces que antes había estado allí, un gesto de alegría inunda el rostro de aquel hombre al pensar en lo contenta que iba a ponerse su hija con aquella figura, que podría utilizar en sus juegos como muñeca.
Sin más cuestión que plantearse, el pastor aparta a un lado el ramaje que rodeaba la estatuilla, la coge y la guarda cuidadosamente en el zurrón de esparto en que llevaba la comida. Y como las penumbras de la noche estaban a punto de caer, el pastor emprende su retorno al hogar.
Al llegar a casa y buscar en el zurrón la pequeña figura que traía para su niña, comprobó muy extrañado que no se hallaba en donde él la había puesto. Al momento pasó por su cabeza la posibilidad de que, llevado quizá por la sorpresa del hallazgo, bien pudo haberla olvidado en aquel sitio, aunque también se planteó otra posibilidad aún peor, podría haberla extraviado durante el regreso a casa.
La suerte que pudo haber corrido aquella extraña figurilla no le propició conciliar el sueño aquella noche. Por eso, al día siguiente, para salir de dudas, volvió al mismo pastizal del día anterior nada más se hizo el alba. Entonces, una alegría aún mayor que la que había experimentado antes le recorre su cuerpo entero: allí, exactamente en el mismo sitio, entre los tallos de la esparraguera de abundantes hojas, se hallaba la escultura que representaba una bella dama.
Se aseguró esta vez de introducirla en el zurrón, que cierra con una cuerda, y se lo cuelga al hombro ceñido con una correa. Ya en casa, el hombre se dispone a coger la figurilla, y su asombro desborda toda la capacidad humana de sorpresa cuando, al abrir de nuevo el zurrón, comprueba que, nuevamente, sin que se hubiesen aflojado las ataduras ni roto el zurrón, no había el menor rastro de la imagen que había depositado allí no hacía mucho.
  
              


Este prodigioso hecho se repitió tres veces consecutivas, lo que induce al pastor, hombre de sencilla fe y cristiano viejo, a interpretar el extraño suceso como una señal del cielo.
De inmediato corre a casa del cura del pueblo, a quien le expone lo ocurrido. Sorprendido también por lo raro del relato, el preste cree pertinente compartir su sorpresa con algunas otras personas tenidas por piadosas, a fin de que le expusieran su opinión sobre el alcance que pudiera tener tan inusual acontecimiento. Como no podía ser otra manera, todos coinciden en que era imposible que lo referido por su convecino fuese una invención; el hecho entrañaba tanto portento que estaba por encima de la ciencia y de los recursos del pobre pastor.
Por fin, y aunque ninguno se había atrevido antes a manifestarse en tal sentido, el cura y las personas consultadas concluyen que la pequeña escultura hallada por aquel humilde pastor era una imagen de la Virgen María y que el hecho de persistir en aquel sitio dejaba bien claro que la Señora del Cielo había querido manifestar su voluntad de que le fuese rendido culto y devoción en el mismo lugar en que había sido hallada.
La explicación de los hechos fue admitida como cierta por todos los habitantes de la localidad y de otras vecinas. Puesto en conocimiento el obispo de la voluntad de la Virgen, dio permiso para levantar en aquella colina una ermita en su honor bajo la advocación de la «Virgen del Monte», nombre con el que todavía se conoce el monte en que se levanta el santuario.
Hasta aquí la parte de esta creencia que entra en lo estrictamente legendario. Que creamos o no lo narrado hasta ahora sólo dependerá de nuestra permeabilidad a lo extraordinario. Con todo, no para aquí la explicación del hecho que supone esta festividad cartameña. La historia quedaría incompleta si no la complementamos con este otro relato que, aunque está avalado por la Historia, presenta algunos ribetes de fantasía, fruto, como ocurre siempre, del fervor religioso de la gente sencilla.  
1579 fue un año de tristeza para toda España. Ese año tuvo lugar otro brote de peste negra. Nuevamente, este azote de la humanidad había hecho acto de presencia, cebándose con vida de los más humildes. Eran tantos los que morían que apenas si había tiempo durante el día para darles cristiana sepultura. Pasaban los días y los contagios, en vez de disminuir, aumentaban en proporción aterradora. La gente solo se ocupaba en prepararse para bien morir, dejando a un lado todos los negocios y cosas terrenas, incluso el cuidado de sus propios hijos.

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