Cuenta la leyenda que el Castillo de Lanjarón fue escenario de una de las más cruentas batallas una vez finalizada la contienda de la conquista de Granada. En este baluarte alpujarreño se hicieron fuertes los rebeldes que se habían alzado contra el Rey Católico y contra la humillación que padecían del Cardenal Cisneros que incumplía las más solemnes clausulas de las capitulaciones, que era libertad de conciencias y seguridad de bienes.
Apenas circulo por el reino de Granada la noticia del levantamiento del Albaicín, todos los veteranos de la Alpujarra, que habían soltado las armas con repugnancia, se sublevaron y propagaron el fuego de la insurrección en toda la comarca incluso en Almería y Ronda.
Qasim era unos de los responsables del ejército de El zagal al lado occidental de Almería. Su destacamento estaba en Adra de donde con gran tristeza vio partir a su rey el Zagal, el mejor guerrero que había tenido Al-Ándalus, hacia tierras de Marruecos, pero antes le hizo un regalo a Qasim por los servicios prestados y su lealtad, una preciosa espada con la empuñadura de marfil y tres precioso rubíes que significaban, el honor, la lealtad y la valentía y una inscripción “El imperio permanente y la gloria duradera son propiedad de Dios”.
Después combatió en las filas de Boabdil contra los cristianos y estuvo presente en la humillación de la entrega de Granada por el último rey nazarí. Fueron años muy duros para un guerrero que pasó su vida entre contiendas y batallas. Sus conocimientos de la guerra eran extraordinarios y sin duda el mejor capitán que pudiera haber tenido ningún otro ejercito.
La vida en Lanjarón era muy dura pues el medio de ganarse el sustento había cambiado significativamente y sus habilidades en la agricultura eran más bien escasas. Como artesano lo único que manejaba con habilidad era la espada y la lanza. Si a todas estas penumbras añadimos que Qasim era de piel negra solo le quedaba como recurso integrase en bandas de pillaje y salteadores de caminos muy profusos al término de la contienda.
La suerte estaba de su lado cuando prendió el fuego de la insurrección en la Alpujarra pues él era uno de los jefes nómadas que recorrían aquellas abruptas tierras dando golpes de efecto a cuanto caballero cristiano se cruzaran en su camino.
Así Qasim llego a acaudillar a más de tres mil moros en la fortaleza de Lanjarón armados con pertrechos cogidos de Adra y Castell de Ferro y mientras tanto el rey Católico partía desde Alhendin hacia Lanjarón para aplastar la sublevación, llegando al puente Tablate donde los sublevados se habían atrincherado aguardando a los cristianos.
El rey flanqueo esta posición, gracias a un traidor del ejército de Qasim, conduciendo las tropas cristianas por una estrecha senda, que a través de la montaña llegaba hasta Lanjarón.
Hicieron noche en la Sierra y atacaron al día siguiente el castillo que estaba situado en una elevada peña.
Qasim defendió la fortaleza con toda su bravura y haciendo cara la victoria de los cristianos, el alcaide de los donceles, el conde de Cifuentes y el comendador mayor de Calatrava dirigieron hábilmente los asaltos.
Una y otra vez el ejercito cristiano embestía con fiereza las murallas de la fortaleza y a cada asalto eran muchos los que caían de uno y otro bando, la lucha era encarnizada pues la situación del castillo parapetado en lo más alto de la peña hacia de su asalto una empresa difícil y costosa en vidas.
La noche llego con los lamentos de los heridos. El bando cristiano recogió a los suyos para curarlos o darle sepultura, los del castillo solo curaron a los que podían aun pelear. Las ordenes de Qasim eran bien claras o vencer o morir, no había rendición posible.
Sabiendo que sus horas estaban contadas y antes de que amaneciese, Qasim amparado en la noche y ayudado de una cuerda se deslizó por la cara más abrupta de la peña e introdujo su bella jineta (espada nazarí) en una de las profundas grietas de la Peña, camuflándola en las rocas y vegetación para que nadie pudiera descubrirla, y así nadie se apoderaría de ella como trofeo de guerra.
A la mañana siguiente la batalla continuaba con gran ferocidad….al medio día el Castillo estaba rendido a los cristianos, Qasim arrinconado por los soldados en lo alto de la fortaleza y viéndose perdido, saltó al vacío en un acto de bravura, estrellándose contra las rocas y muriendo lastimosamente.
Muchos fueron los que reconocieron su arrojo y valor otros en cambio se dedicaron a buscar la Jineta como botín de guerra, pero nadie la encontró…todavía está durmiendo en algún lugar de la Peña del Castillo de Lanjarón porque ella pertenece al honor, a la lealtad y a la valentía.
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