miércoles, 1 de enero de 2020

Las Santas (Huéscar, Granada)

“Recuerdo que yo tenía unos ocho años y a veces me iba a casa de mi abuela Barbina, que vivía muy cerca del Caño de la Balsa, y allá al lado de la lumbre me contaba relatos que a ella le habían contado sus padres. A mi me gustaba mucho escuchar todo aquello, ya que siempre he sido un enamorado de las historias y fantasías. Todos sabemos que muchos de esos relatos no tienen nada que ver con la realidad, pero nos gustaban por que, siendo un niño, yo llegaba a pensar que eran verdad como también lo creían mis abuelos, que no conocían otra vida más que el trabajo del campo en la Puebla. 
Me contaban que hacía mucho tiempo, vivía en Huéscar un cacique árabe cuando todo estaba dominado por los musulmanes, y ese cacique tenía dos hijas llamadas Nunilón y Alodía, que estaban al cuidado de una esclava cristiana. Esta esclava poco a poco fue trasmitiendo a las dos hermanas la fe cristiana, hasta tal punto que sólo pensaban en la señal de la cruz y que, para que su padre no las descubriera, se hacían señas con las manos y las cruzaban de un lado a otro para hacer la bendición.
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Pero un día un criado las descubrió rezando a la cruz y se lo comunicó al dueño. El padre reprendió a las hermanas y les dijo que renunciaran a esa creencia, pero ellas aguantaban los castigos y le dijeron a su padre que nunca renunciarían. El caudillo estaba desesperado y no sabía qué hacer, pero llego un día que tuvo que tomar una decisión. Como veía que no podía hacerlas desistir, optó por castigarlas de tal manera que no le importaba si morían, y entonces ordenó a sus criados que las ataran a las colas de dos briosos caballos y los arrearan para que salieran corriendo, arrastrando a las dos hermanas.
Los caballos, asustados por el peso que llevaban detrás, galoparon sin parar dejando marcadas las huellas de sus herraduras por donde pasaban, incluso sobre las piedras. Al final los caballos cansados de tanto correr, se detuvieron en una dehesa al pie de la sierra de la Sagra, a la sombra de un olivo: las dos hermanas ya estaban muertas.
Por allí cerca vivía un ermitaño, que cuando vio a los caballos y a las hermanas las desató, las enterró debajo del olivo, y puso un recipiente con un poco de aceite y unas mariposas encendidas para que alumbraran los espíritus de las dos hermanas. Aquella luz estuvo encendida siempre porque el aceite no se gastaba, todos los días caían gotas de aceite del olivo dentro del recipiente. Desde entonces, los cristianos las adoraron y las bendijeron como salvadoras de sus almas, hasta el día de hoy que son adoradas por los habitantes de Huéscar y Puebla de Don Fadrique. Nuestras Santas Nunilón y Alodía.
Todos sabemos que esto sólo es una historia que alguien se inventó, y que caló en la creencia de muchas personas de la comarca porque no conocían otra cosa… Como mis abuelos y tantos otros abuelos que no sabían leer ni escribir, y no habían salido del pueblo nunca. Su saber era lo que recivían de sus padres y abuelos.”

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