Este relato, hace referencia a una casa de Iznalloz, cuya ubicación está en el barrio del Castillo. Hablamos de la época de antes de la Guerra Civil. Pero tengo que decir que hasta hace pocos años, yo he seguido viendo la casa , aunque desconozco a quién pertenece.
Siempre, en los pueblos, es típico que los relatos pasen de padres a hijos, de tal forma que cuando pasan varias generaciones se distorsionan un poco, aunque si que es verdad, que lo que es la esencia, siempre queda. Pues bien, por aquellos años mis abuelos vivían en la denominada “Casa del Miedo”. Se había corrido la voz de que en aquella casa misteriosa ocurrían sucesos raros, como ruidos extraños, corrientes de aire, ecos, etc. por lo que nadie quería vivir allí, pero la necesidad obliga, y fueron ellos los que tuvieron que hacerlo.
El caso es, que con la curiosidad que dan los años, mi madre y sus hermanos que allí vivían decidieron investigar de que iba aquel misterio. Ella nos contaba, que como si fueran detectives, que fueran a descubrir algo espantoso, decidieron adentrarse por aquel pasadizo siniestro que enlazaba la casa con un lugar desconocido. Entre risas, miedos , y exclamaciones de sorpresa y pánico, fueron descubriendo recovecos y objetos, ante sus miradas atónitas. Tras varios metros adentro,…¡¡ Oh!! unas siluetas se alzaban pegadas a un muro, parecían fantasmas que molestos por la presencia de aquellos intrusos , alargaban sus sombras con aire amenazante. Imposible describir el desencaje de aquellas caritas, en lo que fueron unos minutos interminables, hasta que por fin no se sabe quién gritó: ¡¡son… cántaros grandes!!, fue la frase milagrosa que hizo que la respiración de todos se fuera normalizando. ¡ Uf que alivio! pensaron. Siguieron su aventura de descubrir, hasta que un airecillo fresco y húmedo les daba de frente, haciendo aún más impresionante la bajada, porque… era una bajada lo que allí había. Después de tiras y aflojas, unos querían seguir… otros no, se dio por finalizado el recorrido, y decidieron contarlo a mi abuela, (su madre) que después de oírlos, como hablaban a borbotones, intentando explicarle todas las experiencias vividas , procedió a reprenderles por el posible peligro que les hubiera podido acechar.
Al final, y tras corroborar que lo que los niños decían era la “verdad”, y la investigación de nuevo hecha por ellos, volviendo a hacer el recorrido, se dedujo, que los “cantaros grandes” eran unas vasijas enormes que seguramente y por estar junto a la muralla último vestigio de los árabes, se habrían dedicado para almacenar agua, probablemente para el abastecimiento de personas y animales.
Después de este relato, decir, que había comentarios de que ese pasadizo llegaba al denominado Molino La Puente, bajo el monte llegando a la orilla del rio Cubillas, y que era una vía de escape que comunicaba el interior del Castillo , rodeado de murallas, para en caso de un ataque, tener asegurada la huida.
Os he contado una historia que siempre me encantó oír de labios de mi madre, entre otras cosas por la emoción que ella ponía al contarla, mas que nada por las vivencias con sus hermanos. Así terminó la leyenda , que como tantas otras, se mantuvo hasta que la sensatez y la razón de ser, se impusieron, aunque perdure en el tiempo como un cuento de misterio.
Como se puede observar en la imagen, las edificaciones contiguas se han ido restaurando con los años, e incluso haciéndolas nuevas, sin embargo la llamada ” Casa del Miedo”, ha quedado atrás, incrustada en el tiempo, quizá como la leyenda. En la cabecera del texto, la imagen de la casa y detrás los restos de la muralla árabe, de la cual hablo en mi relato.
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