Carmona tiene una gran historia pero también tiene
lugares encantados donde apariciones y fantasmas toman el protagonismo,
como el popular Monasterio del Diablo o Huerta de San José, algunos cortijos
con terribles historias personales en su interior –a nivel paranormal– y,
también, relatos que afectan a centros públicos cómo, por ejemplo, un colegio.
Así
nos debemos desplazar al colegio San Blas donde cuenta la leyenda que allí se
encontró, hace décadas, por parte del conserje, el cadáver de Conchita, la
limpiadora que se encargaba de los aseos. Aquel lúgubre incidente marcaría por
siempre cada rincón del colegio. El conserje, asustado, dijo a la Policía, no
haber movido el cadáver de la limpiadora, así la leyenda dice que el cuerpo
«presentaba signos de haber tenido una muerte terrible y la cual duró varias
horas, pues tenía marcas que demostraba que había sido mordisqueada al punto de
que le faltaban trozos de carne en la cara y algunos en el cuerpo, la ropa
rasgada en jirones, todo sobre un gran charco de sangre».
Pero por mucho que se investigó el caso jamás se
pudo descubrir al asesino y pasó a engrosas, una vez más, la lista de casos
indescifrables del archivo policial. No obstante en el colegio se cuenta
una historia que relaciona aquel baño con incidentes más allá de lo racional.
Se dice que los alumnos escuchaban como si alguien tocara la puerta del baño
con la intención de que alguien la abriera. Comentaban que aunque escucharas
sin abrir la puerta o preguntaras: «¿Hay alguien dentro?», nadie te respondía y
sólo golpeando una vez la puerta o escuchando cómo la golpeaban era la señal de
estar ocupado. Y, como en todos los colegios con alumnos ávidos de misterios,
pronto se comenzó a decir que era el fantasma de la limpiadora muerta que,
atormentada, estaría manifestándose en el lugar donde perdió la vida «llamando
a la puerta para que aquel que quiera saber lo que sufrió pueda pasar lo mismo
que ella».
Y la leyenda nos lleva a conocer la historia de un
estudiante llamado Pedro que en una fiesta de fin de curso en el colegio iba a
vivir uno de esos episodios que jamás podría olvidar en su vida.
Pedro fue al aseo solo y estando en su interior recordó aquella vieja historia
de apariciones y fantasmas, de ruidos imposibles y seres del más allá. Así
nuestro protagonista, envalentonado por el consumo de alcohol, entró en el
baño, cerró la puerta desde dentro y entonces sucedió lo imposible: escuchó
cómo se hizo el silencio en el lugar, ya no se podía oír el jaleo de la fiesta,
era como si algo hubiera apagado todo ese estruendo y hubiera aislado aquella
zona del colegio.
Asustado pudo escuchar como comenzaron a sonar unos
ruidos, eran porrazos, golpes, como si alguien llamara al otro lado de la
puerta.
¡Nadie podía entrar allí! ¡Estaba cerrado desde dentro! ¿Quién llamaba?
Pedro,
armado de valor, acertó a decir: «¿Quién es?», pero nadie contestó a su
pregunta, sólo se escuchó un ruido, un golpe. Había alguien o algo pero no
hablaba y, nuevamente, resonaron aquellos golpes. Pero volvió a decir: «¿Quién
es?» y al no responder nadie, enfadado, espetó: «¿Quién es? ¡No jodan eh!», y
nadie respondió. Trató de calmarse y se le ocurrió mirar por debajo de la
puerta para ver si veía algún tipo de calzado o las piernas de algún bromista
con ganas de guasa, pero no había nadie. Cada vez estaba más nervioso, el pulso acelerado, las lágrimas casi
brotaban de sus ojos y un nudo se le cogía en el estómago que le
apretaban las entrañas- Se armó, una vez más de valor, y abrió la puerta de
forma violenta para salir corriendo en dirección a la puerta que él mismo había
cerrado de acceso al cuarto de baño. En plena carrera a la puerta escucho tras
de sí una voz, un susurro, era una mujer, justo a su espalda, entonces no pudo
evitar echar la vista atrás, un acto de morbosa curiosidad. Lo que vio casi lo
mata del susto: era la visión de una mujer que estaba cubierta de sangre y
extendía los brazos queriendo llegar hasta donde él se encontraba. Pedro se
golpeó fuertemente en la cabeza con la puerta y cayó sin sentido al suelo, al
despertar lo rodeaban varias personas de la fiesta que trataban que se
reanimara y le preguntaban sobre lo que le había pasado para estar así. Acertó
a escuchar el sonido de la fiesta y que un amigo, que lo esperaba en la puerta
del baño escuchó un golpe muy fuerte y fue cuando pidió ayuda para que le
ayudaran a abrir aquella puerta cerrada desde el interior. Pedro era consciente
que su historia podría no ser creída y pensarían que estaba bromeando pero en
su pierna descubrieron que había unas marcas de haber sido mordido por un ser
humano, quizás el inicio de la venganza de Conchita y de querer hacer sufrir,
como ella sufrió, a todo aquel que entrara en el baño a desafiarla.
El colegio o escuela San Blas existe realmente.
Está en la calle Cue de Brenes en Carmona, lo que no parece real es la
historia, ubicada en un tiempo indefinido con unos protagonistas indefinidos
–como en toda buena leyenda urbana–, de Conchita y su trágica muerte. Es la
leyenda del colegio San Blas de Carmona, una historia quimérica, de las muchas
que se cuentan en los colegios y que, en esta ocasión pasa a ser uno de esos
relatos que está a caballo entre la leyenda y la realidad.
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