Existe
en Alcalá de Guadaíra un puente con forma de dragón que seguramente has cruzado
en coche si has pasado por esta localidad. Sin embargo, seguramente no sepas la leyenda que esconde este puente y
que nos traslada a un tiempo en el que los almohades aún dominaban Andalucía y
una familia real mora habitaba el famoso castillo de Alcalá. La débil salud de la reina la había hecho
abandonar Sevilla y refugiarse en el castillo de Alcalá junto a sus
tres hijos pequeños, a la espera de que el sol, el aire fresco, el agua pura y
el rico pan de Alcalá la ayudasen a curarse de sus males. Yacub era el más pequeño de sus hijos, pero
también el más valiente. Armado con una espada de madera, jugaba con sus
hermanos mayores, imaginando que era uno de los guardianes del castillo.
Un
día, su padre regresó tras meses de guerra en Portugal, y trajo valiosos regalos para sus hijos. A
Yusuf, el mayor, le regaló un caballo blanco, rápido como el viento y tan fiel
como el mejor de los compañeros. A Mohamed, el mediano, le regaló un libro, con
los saberes de los griegos y los egipcios. Y a Yacub, el pequeño, le trajo el más exótico de los regalos: un huevo
de dragón. Lo había conseguido al vencer a unos piratas, y contaban que era
un amuleto mágico que le daba a su portador la fuerza y la agilidad de los
dragones.
La
madre de Yacub le recomendó guardarlo en su habitación, pero Yacub sabía por
una vieja esclava normanda llamada Sigrid que el mejor lugar para un huevo de dragón era una cueva abrigada. Así
que llevó el huevo al sótano del Castillo y lo guardó en una mina por donde
circulaba el agua. Todos los días, Yacub
acudía junto al huevo de dragón y lo abrazaba para darle calor.
Tras
varias semanas así, una mañana, tras una noche de luna nueva, Yacub acudió
junto a su huevo, pero lo encontró
roto. Tanteando en la oscuridad, tocó algo frío y viscoso, que temblaba
al contacto con su mano.Cuando acercó
una antorcha contempló un minúsculo dragón verde, que tenía una pequeña
cresta, unas diminutas alas plegadas y unas patitas chiquititas que terminaban
en afiladas garras.
Yacub
no le contó a nadie lo que había ocurrido. Temía que la gente tuviese miedo del
dragón y le hicieran daño. Así que lo
dejó escondido en la gruta y todos los días iba a alimentarlo. Sigrid,
la vieja esclava, le había dicho que los dragones recién nacidos eran tan
débiles como cualquier cachorro, así que Yacub le daba leche y pequeños trozos de pan de Alcalá que mojaba
en ella. Así, el dragón fue creciendo y haciéndose más fuerte.
El
dragón mantuvo su color verde hasta que un día Yacub bajó a enseñarle un
hermoso rubí rojo que su madre le había regalado. Para su sorpresa, el dragón, al ver el rubí, sonrió de placer y
en su lomo aparecieron varios círculos tan rojos como el rubí. Sorprendido
por el descubrimiento, Yacub comenzó a enseñarle más joyas y el dragón fue adoptando el color de todas
ellas, el verde de las esmeraldas, el azul de los zafiros, el amarillo
del oro y el blanco puro de las perlas.
Pasaron
varios años y una noche que Yacub bajó para ver a su amigo no lo encontró.
Buscó por toda la cueva y acabó llegando a un resquicio por el que se colaba la
luz de las estrellas. Salió al exterior y, de repente, se sintió alzado por una
fuerza misteriosa. Cuando se quiso dar cuenta estaba encima del lomo del dragón y este había estirado sus alas y alzado
el vuelo. Volaron por encima del Castillo y de la ciudad de Alcalá, y
tanto les gustó la experiencia que cada noche repetían vuelo, surcando las
nubes y volando a ras del suelo sobre el río Guadaíra.
Sin
embargo, un día, su madre, que ya se encontraba mucho mejor de salud, decidió
que ya era hora de regresar a
Sevilla. Sus hijos ya eran mayores y debían ayudar a su padre en la
corte real. Yacub bajó a
despedirse del dragón, porque sabía que no podría llevarlo oculto hasta
la capital. La reina decidió que partirían de noche, para evitar los peligros
del camino. Yacub y sus hermanos integraban la guardia que protegía la marcha.
Sin embargo, al llegar al puente romano que cruzaba el río, un grupo de bandidos les cerró el paso.
Yacub sacó su espada, pero los bandidos eran más que ellos y más fuertes.
Cuando el jefe de los bandidos se acercó a donde estaba él y su madre,
blandiendo su espada para acabar con ellos, una sombra gigantesca tapó la luz de la luna, y una cortina de fuego lo
tapó todo. Sí, el dragón había acudido al rescate de su amigo.
Al
instante, todos los bandidos huyeron despavoridos, ante la atónita mirada de la
madre y los hermanos de Yacub. Sin embargo, ahora tenían otro problema: el único puente que cruzaba el río y llevaba
a Sevilla estaba en llamas. “No os preocupéis”, dijo el dragón, “yo haré
de puente”, y estirando su enorme
cuerpo salvó la distancia que había entre ambas orillas. La comitiva
cruzó tranquilamente sobre su lomo y ya al otro lado Yacub quiso llevarse con
ellos a su amigo. Pero su madre le dijo que Sevilla no era lugar para él porque
no había grutas donde pudiera descansar. “Mejor que se quede aquí, en Alcalá, protegiendo el castillo y la ciudad”,
le dijo su madre.
Yacub,
con lágrimas en los ojos, comprendió que debía despedirse de su amigo. “Quédate
aquí y aguarda mi regreso”, le dijo antes de irse. Y desde entonces, el dragón continúa reposando en las grutas y
cuevas que hay debajo del castillo, esperando el regreso de su amigo,
mientras vigila que Alcalá y sus habitantes estén tranquilos y seguros. El
dragón es también el que ayuda a los panaderos de Alcalá a mantener vivo el
fuego de los hornos donde se cuece el pan. Por eso, el pan que se hace en Alcalá de Guadaíra es
tan rico y da tanta fuerza y energía, porque cuenta con el poder de un
dragón.
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