En cada punto donde se podía votar, la elección era vigilada por una persona, sin embargo, el encargado de la votación del barrio que hoy correspondería con el de Santiago era partidario del candidato representando por la bola blanca, por lo que, sin que nadie le viese, se iba tragando todas las bolas verdes que iban llegando.
No obstante, fue descubierto y denunciado a las autoridades. Tras someterse a juicio, se le declaró culpable de un delito por el que fue castigado de una forma terrible: el condenado debía ser enterrado desde el cuello a los pies hasta morir, y según la leyenda, el moro no podrá escapar hasta que se celebren unas elecciones totalmente justas.
Sin alguién tiene dudas, cada mañana desde el siglo VIII la cabeza del moro despierta entre los ladrillos de la torre de Santiago.

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