"Todo
comienza con Micaela La Colchona -era su apodo-, que se dedicaba a la matanza
de cerdos, y pensó en aprovechar la manteca del despiece para hacer un dulce,
lo que se unió al hecho de que su marido era cosario (repartidor), y realizaba
el recorrido entre Estepa y Antequera vendiendo el producto, explica.
Cuando
lo va explicando, la mente va recorriendo cada rincón de la fábrica, y,
efectivamente, parece que no ha pasado el tiempo en un sitio donde las mujeres
trabajan en una mesa camilla, y el horno se alimenta con el mismo tipo de leña
de hace casi 200 años.
Una
vez escuchada su explicación, toca visitar a las monjas Clarisas, que llevan
más de cinco siglos en el pueblo, aunque los vecinos dicen que no son superados
en antigüedad por los antecesores de La Colchona.
Es
un convento de clausura, con lo que ellas están dentro, en sus labores,
mientras tres mujeres les realizan la venta de forma voluntaria frente al torno
por el que van saliendo los productos recién hecho.
Una
de ellas dice que "hay dos leyendas, de las que una habla de que en el
convento se hacen mantecados desde hace siglos", aunque no está
documentada, mientras "que La Colchona sí se sabe que fue la primera
empresa que los comercializó, así que a lo mejor las dos tienen hasta
razón".
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