jueves, 26 de marzo de 2020

El Encantao (Jabalquinto, Jaén)

Pervive aún en la frágil memoria de los viejos del lugar la siguiente leyenda:

Era mediodía, El bochorno apuntillaba la tierna espalda de Luis, Juan y Teresa, que aporreaban silenciosos el polvo del camino entre descampados y olivos.

Teresa, custodiada por sus hermanos, sostenía celosamente en la centenaria capacha, el magullado puchero que contenía un bullidor cocido preparado amorosamente por la madre.

Entre Tomás y sus hijos mediaban dos largos e inclinados kilómetros todavía.

El padre, en lontananza, inclinaba una y otra vez su cuerpo sudoroso sobre a amarillenta mies recién segada.

Luis, el más pequeño, se agachaba de cuando en cuando a recoger las piedras del camino mientras los sabios pajarillos silvestres huían de rama en rama adivinando sus intenciones.

Ya divisan Ventosilla. El pilar recibe, cariñoso, el abundante chorro de agua subterránea.

Teresa, diligente, deja reposar cuidadosamente la desventurada capacha sobre el verde prado circundante; entre tanto sus hermanos chapotean el agua con las manos, clavando los ojos en el horizonte.

- ¡ Padre ¡, grita Juan, el mediano.

Tomás, reposado, se incorpora torciendo tímidamente la mirada sobre sus hijos.

Los cuatro, juntos como tantas veces, se sientan sobre el borde del sembrado. Y Teresa presenta la ofrenda al padre que la acoge pleno de regocijo. Sus pupilas centellean por momentos, clavadas en el deleitoso manjar recién caído del cielo.

Poco a poco el fondo del puchero va ganando nitidez. Ya se escucha claramente la metálica melodía. Los niños, estatuados, no consiguen apartar la mirada de su padre.

El sustento apenas engullido, unido al calor ineludible hacen pesada la siega para Tomás; quien profundo conocedor de la proximidad del “Encantao”, invita gentilmente a sus hijos a acercarse para llenar la desnutrida botija.

Los niños inmutaron cuando al dar vista a la cueva descubrieron la presencia de una bella dama cuyas extremidades inferiores habían adoptado la asombrosa forma de un pez.

- ¡ Una sirena ¡, deletrea Teresa, la mayor de los hermanos.

Los tres huyeron desapoderadamente, sin mediar palabra, hacia el lugar donde esperaba impaciente el sediento padre.

Una vez a salvo contáronle lo ocurrido, notando que el recipiente se hallaba repleto de la insólita e insípida agua cristalina.

No hay comentarios:

Publicar un comentario