“Vivía en aquella mansión una familia adinerada y de buena posición social. La hija, piadosa, culta, con una sensibilidad exquisita, traía boquiabiertos a todos los caballeros casaderos de la época, pero por mala fortuna se enamoró de un joven que trabajaba en las caballerizas de aquella casa.
Los padres no vieron bien aquella relación por lo que como ellos a escondidas continuaban viéndose, emparedaron a la hija en una habitación de la torre (encima del patio, lo que hoy es la biblioteca), dejándole tan solo un libro de oraciones. La joven pudo abrir un hueco muy pequeño en la ventana retirando algunas astillas. Con ellas, se pinchaba la muñeca para así poder dar sangre con que escribir en las hojas arrancadas al devocionario. Mientras, el amante esperaba sumiso cada noche el mensaje de su amada, alimentado por el candor, la dulzura y la tristeza que relataban las hojas de aquel libro, y que llegaban hasta el patio desde la rendija hecha a la ventana. La muerte le sobrevino por tanta sangre derramada y su espíritu quedó vagando por las habitaciones del edificio”
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