Cuenta
la leyenda que la tranquila vida de este pueblo al sur de la provincia charra
se vio un día interrumpida por la llegada de un misterioso forastero. Alquiló
una casa frente a la iglesia, pagó por adelantado y pidió que nadie le
molestase durante su estancia. No respondería a ninguna llamada. No abriría la
puerta. Tan sólo recogería puntualmente la comida que le fuese entregada cada
día a través de la gatera.
Los
lugareños comenzaron a preguntarse quién era aquel extraño visitante. Muchos
dudaron de sus intenciones y algunos quisieron acercarse hasta la habitación
para conocer el secreto del misterioso ser. Pero nadie se atrevió. Cada día el
posadero introducía la comida a través de la parte baja de la puerta y cada día
era retirada. Las jornadas transcurrían y cada parte cumplía con lo tratado. El
huésped recogiendo la comida y los vecinos sin molestarle. Pero una mañana el
plato continuó intacto, repleto de comida. Lo mismo sucedió durante la cena y
al desayuno del día siguiente. ¿Le habrá ocurrido algo?, empezaron a
preguntarse los lugareños. La curiosidad era máxima.
Al
no tener noticias del forastero, un grupo de vecinos acudió dispuesto a tirar
abajo la puerta de la habitación, temiendo que hubiera sufrido alguna
enfermedad. Esta vez no lo dudaron un instante. Se dirigieron a la casa frente
a la iglesia y golpearon con fuerza la puerta. No hubo respuesta. Insistieron.
Nada. Igual resultado. Así que decidieron derribar la puerta, pero cuál fue su
sorpresa al no hallar nadie en el interior. Registraron cada rincón del salón,
la cocina y el baño. Nada. Ni rastro del huésped. Se había ido sin dejar
rastro. ¿O tal vez sí? Junto a lumbre hallaron todos los platos de comida que
le fueron entregados cada día desde su llegada a Monsagro. Uno tras otro, apilados.
Y lo más incomprensible, con todos los alimentos intactos, sin estar
putrefactos pese al tiempo que ya había transcurrido desde que fueron dejados a
través de la gatera de la puerta. ¿Cómo era posible?
Cuando,
incrédulos, los lugareños abandonaban la casa, uno de ellos reparó en una
puerta cerrado, dando paso tal vez a una despensa o trastero. No estaba cerrada
con llave, así que la abrieron rápidamente. En su interior encontraron un
objeto que terminó por desorientarles. Era una preciosa talla de un Cristo
crucificado, tan alta como el más estirado de los vecinos de Monsagro. Junto a
ella, más platos de comida intactos y en perfecto estado de conservación. Los
lugareños comprendieron que Dios envió un ángel para tallar al Cristo de los
Afligidos, como así se le denomina desde entonces y recuerda cada año. Relatan
los más viejos del lugar que se trata de una imagen milagrosa, capaz de otorgar
amparo a los feligreses que acuden en su auxilio. Pero sobre todo recuerdan que
incluso durante la Guerra de la Independencia el Cristo sobrevivió a cuantos
saqueos esquilmaron la iglesia parroquial. De ahí que se le venere con fervor
en toda la zona. Porque el afligido cree con más facilidad lo que desea
No hay comentarios:
Publicar un comentario