Aún
persisten diferencias muy sustanciales entre los pueblos y la ciudad, y más
para aquellos que busquen emociones raras. Por ello, no deben dejar pasar una
noche de ánimas en algún pueblo, como es el caso de La Alberca y Mogarraz, donde la
necesidad hizo albergar esa jornada al viajero.
Está
bien entrada la noche cuando se dirije a la iglesia. Una suave brisa, fría, muy
fría, cuajada con algunas gotas de agua lo calan. Presagia una mala noche.
Acaece en el templo parroquial acompañado por el serrano que le hace de guía y
que, de paso, sube a la torre “‘ca’ cual ha de tocar por los sus
muertos… ‘Pa’ su bien, así ha de ser”.
De
repente, sorprendiendo por la esquina de una calleja, unas lucecitas,
oscilantes, avanzan hacia el templo y hacia el grupo. Son otros fieles, tanto
hombres como mujeres, que van alumbrándose con faroles a tocar por sus muertos.
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