Esta
historia tiene lugar en 1768 cuando la marquesa de Almarza (María Manuela de
Moctezuma), es encontrada muerta. En vida, había sido una persona muy
caritativa y piadosa con los más necesitados lo que había logrado que fuera
mucha la gente que la quisiera y respetara. Cuando la noticia comienza a
extenderse por las calles de la ciudad hace que la gente se congregue a las
puertas de su palacio. Ante la gran afluencia de salmantinos que imposibilitaba
el traslado del féretro hasta la cercana iglesia de San Boal, su marido decide
trasladar los restos por un pasadizo secreto que conectaba su palacio con la
mencionada iglesia.
Para
velar el cuerpo se decide que uno de los sacristanes de la iglesia esté con
ella durante la noche. En un momento dado y durante el trascurso del velatorio,
dicho sacristán, repara en el anillo que la finada portaba en uno de sus dedos.
Como no había testigos y ante la posibilidad de apoderarse de una pieza que una
vez vendida le podía reportar un buen pellizco, el escolano decide
apoderárselo. Cuando está en dicha acción y ante los movimientos que estaba
realizando en la mano de la marquesa para extraer la pieza, la susodicha se
incorpora para sorpresa del improvisado ladrón. Los gritos que lanza este
hombre al abandonar la sala donde se encontraban, despierta a los criados del
marqués, que no pueden creer lo que sus atónitos ojos observan.
El
rumor no tarda en ser conocido en toda la capital.
Como
posteriormente se supo, la condesa no había vuelto a la vida después de muerta,
si no que había sufrido un ataque de catalépsia que hizo parecer a todos los
que la habían asistido tras dicho trance que verdaderamente había
fallecido. Esto la salvó de haber sido enterrada con vida, en
agradecimiento por dicha acción al sacristán le fue otorgada una pensión, que
disfrutó el resto de sus días.
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