Existe
una leyenda acerca de un ciervo que habría augurado, durante una cacería, al
noble Julián, que un día llegaría a matar a sus propios padres como castigo por
haberle acosado y cobrado como pieza de caza. Ni corto ni perezoso el noble
Julián decidió salir escopeteado de sus lares, hacia paradero desconocido, al
objeto que no pudieran encontrarlo sus padres, pues de aquella manera sería
imposible poder acabar con sus vidas. Pasado el tiempo y tras haber contraído
nupcias con Basilisa, por esas cosas raras de la vida, sus padres acertaron a
localizarlo, y un día de esos en lo que mejor es no levantarse, muy de mañana,
se presentaron en su casa. Pero Julián, que al parecer era muy madrugador,
había salido al campo, y Basilisa, siempre dispuesta a hacer el bien, les cedió
el lecho conyugal para que pudieran descansar de tan largo viaje. Como quiera
que Julián regresara a casa mientras Basilisa se encontraba en misa, creyó ver
en su alcoba a su esposa yaciendo con un desconocido; de manera que, ni corto
ni perezoso, y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, degolló a aquellos
supuestos amantes, que no eran otros que sus propios padres. De manera que así
se cumplió el vaticinio que, años antes, había hecho el ciervo; eso sí, debido
a "un malentendido".
Para
reparar tan gran pecado, Julián, fundó un monasterio para peregrinos, a quienes
él mismo ayudaba a acceder, cruzando el rio Esla, sirviéndose de una barca.
Además, con sus propias manos, levantó la Iglesia de San Pedro de la Nave,
llamada así, precisamente, por aquello de la embarcación. Con el transcurrir de
los años Julián y Basilisa fueron convertidos en Santos, dándose descanso a sus
cuerpos en la citada iglesia, que viene a "distar de Zamora cuatro leguas
al Poniente".
Si
no fuera porque Julián y Basilisa vivieron y murieron en Antioquía (Siria), en
el siglo III, y que la magnífica iglesia visigótica de San pedro de la Nave se
levantó en el siglo VII, alguno habría podido llegar a creerse tal leyenda.
Pero las cosas son como son, o como los historiadores dicen que son, o como
gente interesada se empeña que sean, o como lo que permite ver el cielo
invisible de la verdad. De hecho, hay quien mantiene que aquel matrimonio,
compuesto por Julián y Basilisa, realmente no llegó a ser tal, porque no llegó
a consumarse, ya que ambos cumplían promesa de pureza y castidad hasta la
muerte; y por tal razón y porque en una de las persecuciones de los romanos,
protagonizada por Diocleciano, llegaron a degollar a Julián, ambos conyugues,
parejas de hecho, o lo que fueran, fueron declarados santos.
Este
confusionismo entre lo que se dice, lo que se escribe y lo que se hace,
continúa existiendo en el momento que ahora vivimos, pues muy a pesar de que
queden registrados todos nuestros movimientos, sean o no trascendentes, la
verdad nunca llega a conocerse. Sirva de ejemplo lo que dicen los partidos
políticos sobre la corrupción que anida en sus filas, lo que los jueces
dictaminan sobre ello, y lo que usted ha llegado a enterarse a través de los
medios de información: observará que ninguna de esas fuentes es coincidente. Y
es que, a pesar de disponerse de ese reguero de datos que van dejando los
ordenadores y teléfonos inteligentes de los que disponemos, siempre hay alguien
o algo que se empeña en liar la madeja, mezclando el grano con la paja, para
que nada llegue a saberse, de manera que todo continúa dependiendo del interés
del observador de turno, de que bizquee del ojo derecho, del izquierdo o, de
ambos ojos a la vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario