miércoles, 11 de marzo de 2020

El lagarto de la Magdalena (Bailén, Jaén)

Tanto la capital como los pueblos de la provincia, cuentan en su acervo cultural con muchas tradiciones y leyendas, que se han ido forjando a lo largo de los siglos.

Una de las más curiosas, y de las mejor estudiadas, es la de "EL LAGARTO DE LA MAGDALENA", o según decimos en Jaén "El lagarto de la Malena". Esta leyenda ha dejado un dicho, antes muy popular entre las personas mayores, cuando querían proferir una especie de maldición contra alguien que los tenía hasta el "moño": "¡ASÍ REVIENTES COMO EL LAGARTO DE LA MALENA!", expresión que hace alusión al fin que tuvo el monstruo.

Esta leyenda, tan típica de Jaén, junto a la del Santo Rostro y a la de la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, son el tríptico más conocido y popularizado del acervo de leyendas jaeneras.

Como todas las leyendas, también esta tiene varias versiones según las modificaciones que ha sufrido a lo largo del tiempo. Todas hacen alusión al mismo hecho, un enorme monstruo, sierpe o lagarto, vivía en una cueva existente en un manantial que había intramuros de la ciudad y que se comía a cualquier persona o animal que se acercara a beber. La diferencia fundamental entre las tres está en el "matador" que realiza la hazaña de eliminar al "peligro público".

En el venero que hay frente a la iglesia de la Magdalena vivía un lagarto muy grande que se comía a cualquier persona o animal que se acercara a por agua o a beber, y ya no había quien saliera de sus casas en el barrio de la Magdalena, ni para trabajar, de lo asustadas que estaban las personas.

Un pastor pensó en una forma de acabar con el monstruo, desoyó un cordero, cosió la piel por todos lados menos por los extremos y la rellenó de yesca. Luego ensangrentó la piel para que pareciera un cordero muerto. Colocó la piel del cordero rellena de yesca a la entrada de la cueva, prendió fuego a la yesca y dando un silbo se apartó.



Salió el lagarto y engulló el cordero simulado, la yesca le abrasó las entrañas y le hizo reventar. Con ello cesó el peligro y se celebró la memoria del industrioso pastor. En tiempos remotos apareció en el manantial de la Magdalena una enorme sierpe o lagarto que se alimentaba de cualquier animal o persona que se acercara a beber.

Cierto caballero se ofreció a librar a la población de la amenaza que suponía la existencia de dicho monstruo. Aceptado su ofrecimiento por las autoridades de la ciudad, se revistió de espejos y armado con una lanza se acercó al manantial.

Con grandes voces llamó la atención del lagarto para que saliera de su madriguera. Al salir el monstruo, cegado por los reflejos de los espejos, quedó por un momento confuso e indeciso, circunstancia que aprovechó el caballero para darle muerte con la lanza que portaba.

En el manantial que hay cerca de la iglesia de la Magdalena, había en tiempos remotos, un gran lagarto que se comía a todo el que se atrevía a acercarse a beber.

Había en la cárcel un preso, condenado a muerte que se ofreció voluntario para matar al lagarto si le perdonaban la vida. Cuando las autoridades aceptaron su ofrecimiento, pidió un caballo, una lanza y un saco con pólvora. De noche se colocó enfrente de la cueva donde vivía el lagarto con un costal (saco) lleno de panes calientes. Cuando le dio el olor al lagarto, salió de la cueva y en cuanto vio al preso se lanzó hacia él, pero este salió corriendo mientras le iba echando panes al lagarto por las calles de Jaén hasta que, al llegar a la plaza de San Ildefonso, cambia los panes por el saco de pólvora pinchado en la lanza, el monstruo se lo tragó y reventó.

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