En tiempos antiguos, cientos de años... que no sé precisar, gobernaba estas tierras fronterizas, de continuas luchas entre moros y cristianos, un alcaide árabe que vivía en esta fortaleza que domina el pueblo y que había sido moneda de cambio en muchas contiendas.
Tenía este jefe árabe una única hija de extraordinaria belleza a la que guardaba celosamente y que sólo había sido vista por sus doncellas, que a todas horas la rodeaban formando una pequeña corte. Además de hermosa, era sensible y dotada maravillosamente para la música. Su fama trascendía las murallas del alcázar y era de dominio común, habiendo deleitado en muchas ocasiones a los invitados de sus padres con su música y sus canciones.
En cierta ocasión, se convocó allí una reunión de caudillos árabes y caballeros cristianos para negociar, una vez más, la paz de aquella zona. Las mujeres no podían asistir a dichas juntas, según las costumbres y religión musulmanas. Uno de los caballeros cristianos que participaban en ellas escuchó una noche la bella melodía que nacía tras la celosía de una de las torres junto con estrofas de un poeta árabe popular. Intrigado por la dulce voz, trepó hasta encontrar una terraza donde se hallaba la joven mora, que vestida de seda con brocados, anillos y brazaletes de oro al momento enamoró al caballero.
Sobornó a una de sus doncellas para concertar un encuentro y le dedicó unas bonitas palabras en su propio idioma: " Aunque la rosa se oculte entre sus pétalos, escucha con deleite la canción del ruiseñor".
La joven, curiosa, entre ruborosa y pensativa, lo recibió. Quedó encantada por la gallardía y apostura en la flor de su juventud del caballero y emocionado su corazón. Comenzaron una relación intensa; eran dos enamorados, sin prejuicios de religión, capaces de anteponer su amor frente a todo lo que a él se opusiera.
Pero en su atrevida relación se cruzó la mala fortuna. Una prima, que también se había encaprichado del caballero y que fue despechada por éste, decidió desbaratar su relación. Los espió en su lugar de encuentro, después de comprar a la doncella mora y al paje del joven y relató lo presenciado al alcaide quien recordó, tarde, una frase que por algún instante anidó en su mente: ¡ He aquí una tentadora fruta del jardín de las Hespérides, que necesita la guarda de un dragón!
Indignado, herido en su orgullo, afrentada su religión y temiendo la humillación ante los suyos decidió su venganza. Sin decidir medida violenta mientras fuese huésped del castillo, consiguió que el caballero fuera apartado de las negociaciones y encargó que, una vez lejos de allí, le montaran una emboscada para matarlo.
La emboscada fracasó y él siempre pensó en volver a la fortaleza a por su amada. Una tras otra envió espías para tener noticias de ella y saber lo que ocurría en el castillo pero la información que recibía era siempre la misma: La joven mora ya no estaba allí. Continuó sus indagaciones averiguando que se rumoreaba que había tenido que partir porque el padre la había prometido en matrimonio a otro caudillo árabe.
Pasó el tiempo y él nunca pudo conceder crédito a aquella traición y doloroso olvido. Por una de las sirvientas del castillo supo, tiempo después, que desde cierto día la hija del alcaide había desaparecido.
Reanudadas las hostilidades, los cristianos tomaron el castillo. Al frente, y por deseo expreso, iba el capitán cristiano dirigiendo el asalto con la esperanza de encontrarla. Buscó por mazmorras y escondrijos. En una de ellas, desfallecida, casi sin vida, encontró a una de sus doncellas quien, entre lágrimas y sollozos, le contó que la bella mora quedó embarazada aumentando con ello la afrenta a su padre, no sólo amores ilícitos sino embarazada por un infiel. La condenó a muerte. Como no era capaz de matarla, la echó al "in pace" y allí murió junto a su hijo.
Buscaron el sórdido lugar hallando, efectivamente, los restos de una mujer joven junto con los de un bebé. En las paredes, rayado en la piedra, el nombre del caballero junto al de la amada. Y según se cuenta, aún hoy se sigue escuchando, cada víspera de San Juan, por la noche, alrededor del torreón de su cautiverio, la canción triste y desesperada de la mora suplicando que la liberen de su prisión.
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