Cuenta
la leyenda que en este municipio del oeste del territorio charro, allá donde
comienzan Las Arribes del Duero,
había un cura que poseía varias yeguas. Gustaba de sacarlas al campo para que
experimentaran la sensación de libertad y degustar los suculentos pastos.
Gozaba con la estampa que los animales le proporcionaban brincando y galopando.
Ellas le devolvían el favor regresando cada tarde a su establo para recibir los
cuidados del párroco. Las adoraba. Cada una tenía su propio nombre y respondía
cuando así eran llamadas. Más que animales de compañía, se habían convertido en
amigas y compañeras de viaje por la senda de la vida.
Pero un día las yeguas comenzaron a burlar el horizonte, escapando más allá de la vista del cura. El hombre las seguía hasta el teso de Los Navazos, en lo que actualmente es el límite con el término municipal de Mieza, y allí bebían de una fuente conocida como El Bardial. Después todos regresaban a La Zarza. Pero las fuerzas flaqueaban ya entre el párroco. Era hombre de edad avanzada y le costaba caminar, aunque por sus yeguas estaba dispuesto a exprimir hasta la última porción de energía.
Hasta que una mañana de otoño, las yeguas acudieron a su cita con El Bardial. El cura no pudo seguirlas. El cansancio era ya demasiado. La fatiga se había acumulado y los largos paseos pasaban ya factura a sus piernas. Casi deambulando, alcanzó a sus queridos animales pasado el mediodía. Exhausto, bebió de la fuente, y tras refrescarse, con la mente más lúcida, atribuyó sus males al abundante manantial. Aquella fuente era la causa de que las yeguas acudieran tan lejos a pastar. Y recordó los tiempos en que galoparan a su vera, cerca del establo. La nostalgia se transformó en ira y el cura, levantando su mano izquierda, clamó a los cielos: ´Fuente, yo te excomulgo´.
Al momento el dulce fluir del agua se enturbió. Del manantial dejó de salir el líquido elemento, para convertirse en una charca que poco a poco se fue secando. Con nada que beber, las yeguas dejarían de acudir hasta este lugar. Y así lo hicieron. El cura se dio por satisfecho y pensó en volver a disfrutar de sus animales. Pero la naturaleza es caprichosa y a la mañana siguiente las yeguas, siguiendo su instinto, desafiaron de nuevo a su amo en busca de una fuente que había surgido mucho más alejada de la anterior. Comprendiendo su error, el párroco se arrepintió de lo acontecido, solicitó clemencia y se resignó a sólo poder contemplar a sus animales al amanecer y el anochecer. Desde entonces, a esa nueva fuente se la conoce como El Bardialón, mucho más abundante que la primera. Y en Los Navazos hoy día vuelve a haber agua en forma de pilón precisamente para que pueda abrevar el ganado de La Zarza de Pumareda.
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