Hace
muchos años, el religioso que regentaba el Templo de Villajos, se vio en la
necesidad de encargar a un escultor la realización de una imagen de Jesucristo
Crucificado. El más conocido por toda la comarca era uno que, a la sazón, tenía
enclavado su taller a las afueras de Alcázar de San Juan; en donde en la
actualidad está ubicada la pequeña capilla del Cristo de Villajos de la calle
Castelar. Nuestro buen sacerdote hizo muchas visitas al escultor para preguntar
qué tal llevaba la realización de su encargo. El escultor, siempre de buen
grado, le contestaba con evasivas, diciéndole que acabaría su encargo más
adelante. La verdad es que la exhausta economía de nuestro clérigo y su
feligresía no eran lo suficientemente incentivo como para animar al escultor
que concluyera su obra, siempre tenía otros compromisos de mayor provecho y
mejor pagados que atender.
Una
vez más -sería la enésima- se desplazó el incasable sacerdote a preguntar por
su obra, desde Villajos a Alcázar. Cuando llegó al taller se encontró con la
puerta cerrada. Llamó incansablemente para ver si le abrían, ya que a través de
los cristales de la puerta vio la imagen del crucificado totalmente acabada. Un
labrador que pasaba en aquel momento por allí le dijo:
-
No se canse en llamar, padre; he visto hace un rato al escultor bajar al
pueblo. Ahí no hay nadie.
El
clérigo se dirigió a Alcázar a ver si encontraba al escultor y cuando le halló
le dijo que le había emocionado el ver la talla que había realizado. El
escultor, perplejo, le dijo que no había concluido su obra, ya que en realidad
no la había tocado desde la anterior visita.
Y
en esta discusión del sí y el no, optaron ambos en ir al taller para comprobar cuál
de los dos llevaba razón; decisión que fue aprovechada para que varios vecinos
alcazareños más se les uniesen para ver el desenlace. Como el lector se está
imaginando, al llegar la comitiva al taller vieron exaltados la conclusión de
la imagen. Todos gritaron que se trataba de un milagro.
Nuestro
clérigo se opuso desde su primer momento, argumentando que el Cristo pertenecía
a Villajos y no a Alcázar. De nada sirvieron los razonables argumentos del
cura. Un nutrido grupo de hombre fornidos trataron en vano levantar la imagen
para llevarla al templo parroquial. No pudieron. Humanamente fue imposible
moverla ni un solo centímetro.
La
noticia, como reguero de pólvora, fue bien pronto conocida por todos estos
predios y, más pronto que tarde, se personaron los de Campo de Criptana a
presenciar y ser testigos del portentoso milagro de la terminación prodigiosa
del Cristo. Y ahí no quedó la cosa. Aún hubo más motivos de exaltación
religiosa y popular: la imagen del Cristo subía como una pluma cuando los
criptanenses la elevaban, y pesaba como una sosa cuando los alcazareños hacían
lo propio.
Como
es natural, convinieron unos y otros en que el Cristo quería estar en Villajos
y no en Alcázar; razón más que suficiente para que los criptanenses la sacaran
del taller del escultor y la llevaran a paso muy rápido -como en la actualidad
se lleva en sus distintos desplazamientos de la ermita al pueblo y viceversa-
hasta su definitivo santuario de Villajos. Pero no contentos con esto, los
alcazareños volvieron a Villajos con el intento de recuperar la imagen que
consideraban "suya". Sorprendentemente, estos cogieron la imagen con
total naturalidad y sin apenas esfuerzos, pero al sacarla por la angosta puerta
de entrada a la ermita, el Cristo agrandó el travesaño de su Cruz
milagrosamente, siendo imposible que la talla fuera sacada de su santuario. Los
habitantes de Alcázar se dieron por vencidos y dejaron al Cristo, que recupero
una vez más su tamaño de la cruz original, en la capilla de Villajos.
No
obstante, y como recuerdo del milagro de la finalización de la talla, erigieron
una capilla junto al taller del escultor donde comenzaron a venerar una imagen
de Cristo Crucificado también llamado de Villajos, al que no posesionaron nunca
como señal de no haberlo podido mover para llevarlo a la parroquia de Alcázar.
Dicha capilla sigue existiendo en Alcázar de San Juan, sita la misma en la transitada
calle Castellar."
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