Se cuenta en Huélamo que, hace muchos años,
vivía en aquel pueblo un buen mozo de nombre Juan Manuel Merchante. Pero también había otro, al que
llamaban “Pinto”, el
cual, envidioso de las virtudes de Juan Manuel, llegadas estas fechas le
propuso que demostrara su valor acercándose al cementerio al filo de la medianoche. Como prueba de ello
debía dejar unas piedras en la puerta, de modo que al día siguiente demostraran
su presencia en aquél lúgubre lugar.
No sabemos qué fuerza le llevó a aceptar tan extraña petición, pero el caso es que así lo hizo. Una vez cumplido el cometido indicado y cuando ya regresaba hacia su casa, dadas que eran las doce campanadas, estando por “el Borde”, se encontró con un desconocido, vestido todo de negro con larga capa y sombrero, que le preguntó por el camino de “La Serna”y si no tendría problema en acompañarle.
Valiente de por sí, y sin recelar nada, no tuvo inconveniente y comenzaron su andadura. Por angostas trochas llegaron hasta el “Alto de la Horca”en donde Juan Manuel se volvió, más que nada por comprobar si el forastero le seguía, y vio que de los pies y manos desprendía resplandores siniestros y llamas en mayor cantidad. Al ver aquello se asustó lo suficiente como para inventar una estratagema y huir. Pretextando una urgente necesidad fisiológica se adentró entre los matojos, pero el anónimo acompañante le advirtió de que no se alejara en exceso y que a la tercera palmada que oyera regresara a su compañía.
No esperó más Juan Manuel para salir corriendo hacia el pueblo. En esto oyó la primera palmada. A la altura de “Los Dornajos” sonó la segunda. Ya junto a la Iglesia sonó la tercera y siguió corriendo como alma que lleva el diablo (y nunca mejor dicho) hacia su casa.
Al no detenerse el, le siguió el misterioso personaje. Por un instante volvió la vista y vio que, en su carrera, el de la capa negra y ojos de fuego, echando como chispas por todas partes, corría casi sin tocar los pies en el suelo.
Justo le dio tiempo a Juan Manuel para llegar a su casa y cerrar precipitamente la puerta, notando una fuerte presión en el exterior, al tiempo que oía estas palabras : “¡DE UNA, Y NO BUENA, TE HAS LIBRADO, JUAN MANUEL MERCHANTE. DE TUS PIES TE HAS VALIDO, QUE SI NO DE TU SANGRE HUBIERA BEBIDO”.
A los ruidos, despertó la madre del muchacho y, una vez enterada del mal trance, estuvieron rezando hasta el amanecer.
A la mañana siguiente pudieron ver que, en la puerta y en la parte superior, había una huella de una mano grandísima marcada a fuego, que duró muchos años como testimonio de la persecución de que había sido objeto el valiente de Huélamo por el hombre de la capa negra.
Todavía, en nuestro tiempos, hay quien asegura haber recibido la noticia de sus abuelos (en lecho de muerte) del lugar donde se enterró, más tarde, tal puerta con la marca de la mano, para así evitar cualquier maleficio. Y, dicen, que fue en el castillo de Huélamo, en un profundo sótano que existe en su centro bajo una pesada tapa de hierro.
No sabemos qué fuerza le llevó a aceptar tan extraña petición, pero el caso es que así lo hizo. Una vez cumplido el cometido indicado y cuando ya regresaba hacia su casa, dadas que eran las doce campanadas, estando por “el Borde”, se encontró con un desconocido, vestido todo de negro con larga capa y sombrero, que le preguntó por el camino de “La Serna”y si no tendría problema en acompañarle.
Valiente de por sí, y sin recelar nada, no tuvo inconveniente y comenzaron su andadura. Por angostas trochas llegaron hasta el “Alto de la Horca”en donde Juan Manuel se volvió, más que nada por comprobar si el forastero le seguía, y vio que de los pies y manos desprendía resplandores siniestros y llamas en mayor cantidad. Al ver aquello se asustó lo suficiente como para inventar una estratagema y huir. Pretextando una urgente necesidad fisiológica se adentró entre los matojos, pero el anónimo acompañante le advirtió de que no se alejara en exceso y que a la tercera palmada que oyera regresara a su compañía.
No esperó más Juan Manuel para salir corriendo hacia el pueblo. En esto oyó la primera palmada. A la altura de “Los Dornajos” sonó la segunda. Ya junto a la Iglesia sonó la tercera y siguió corriendo como alma que lleva el diablo (y nunca mejor dicho) hacia su casa.
Al no detenerse el, le siguió el misterioso personaje. Por un instante volvió la vista y vio que, en su carrera, el de la capa negra y ojos de fuego, echando como chispas por todas partes, corría casi sin tocar los pies en el suelo.
Justo le dio tiempo a Juan Manuel para llegar a su casa y cerrar precipitamente la puerta, notando una fuerte presión en el exterior, al tiempo que oía estas palabras : “¡DE UNA, Y NO BUENA, TE HAS LIBRADO, JUAN MANUEL MERCHANTE. DE TUS PIES TE HAS VALIDO, QUE SI NO DE TU SANGRE HUBIERA BEBIDO”.
A los ruidos, despertó la madre del muchacho y, una vez enterada del mal trance, estuvieron rezando hasta el amanecer.
A la mañana siguiente pudieron ver que, en la puerta y en la parte superior, había una huella de una mano grandísima marcada a fuego, que duró muchos años como testimonio de la persecución de que había sido objeto el valiente de Huélamo por el hombre de la capa negra.
Todavía, en nuestro tiempos, hay quien asegura haber recibido la noticia de sus abuelos (en lecho de muerte) del lugar donde se enterró, más tarde, tal puerta con la marca de la mano, para así evitar cualquier maleficio. Y, dicen, que fue en el castillo de Huélamo, en un profundo sótano que existe en su centro bajo una pesada tapa de hierro.
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