La
otra leyenda, que tampoco llega a historia, y no presenta personajes conocidos,
se sitúa en un lugar hoy vivo y que todos conocemos. En el palacio de la
Cotilla, y la cuesta o callejón que sube hasta la plaza de San Esteban. Había
allí, en el siglo XVI, un templo que tenía delante una fuente con muchos caños,
a la que por las tardes acudían las mozas del barrio a recoger agua, llevando
sus cántaros, y usando una larga caña que apoyaban en la alta boca de la
fuente, para que pusiera sin derramar una gota el agua en sus cántaros.
Charlaban y se contaban secretos de sus amas, de sus amores, de sus peripecias
familiares.
Una
preciosa joven que servía de criada en el palacio de los marqueses de
Villamejor, callejón abajo, se quedó la última esa tarde, y llenó a tope dos
cántaros, y un botijo, poniendo el más grande sobre su cabeza, y llevando los
otros en sus manos. Al pasar por el callejón estrecho y serpeante que lleva
desde San Esteban a la calle del Barrionuevo, un morisco rijoso se la echó
encima, abrazándola y pidiéndola todo tipo de favores. Al resistirse ella,
cayeron sus cántaros pesados rompiéndose sobre las piedras del pavimento. Del
forcejeo, se le cayeron las cintas de su corpiño o cotilla, prenda que
llevaban, muy ajustada y apretada sobre el abdomen las mujeres castellanas,
para parecer más delgadas. Y corriendo, y medio desnuda, llegó al palacio donde
se resguardó y la acogieron.
Desde
entonces, a ese callejón (que ahora se llama calle de San Esteban) la voz
popular denominó de Abrazamozas, y al palacio marquesal, por aquello de que al
día siguiente se encontró a su puerta una cotilla destrozada, le llamaron de La
Cotilla, hasta hoy.
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