Un
joven jinete llamado Pedro, el hijo del administrador general del Marqués de
Villena se dirigía a lomos de su caballo hacia la villa de Iniesta cuando pasó
por una pequeña aldea y vio a una hermosa joven en una fuente llenando un
cántaro de agua. Se acercó y galanteó un rato con la campesina hasta que ésta
se marchó. El jinete se fue a Iniesta sin poder apartar de su cabeza la cara de
Dominga, que así se llamaba la moza.
Al
llegar el buen tiempo los marqueses de Villena anunciaron su llegada a Iniesta
con todo su séquito. El administrador ordena entonces a su hijo Pedro hacer un
repaso de los preparativos de la llegada de los marqueses en sus posesiones
cercanas, lo que le da pie para volver a la aldea de aquella guapa muchacha.
Allí la va a esperar junto a la fuente atando su caballo a un hermoso minglano
o granado que en el mismo lugar había. La muchacha volvió con su cántara a por
agua cruzándose un breve saludo entre ambos, y Pedro se quedó aún más prendado
de ella, pensando como conquistarla.
Cuando
los marqueses llegaron a Iniesta, Don Hernando, hijo mayor de aquellos,
organizó una batida de caza a la que también fue invitado Pedro. Estando en
plena cacería Pedro decidió escaparse para ir a la aldea de la fuente del
minglano y ver a Dominga. Pero Don Hernando viéndolo cómo galopaba, y pensando
que iba tras una importante pieza, tomó el mismo camino, al igual que algunos
otros cazadores que lo acompañaban. Cuando Pedro llegó a la fuente se excusó
ante Don Hernando diciendo que perseguía a un gran corzo que al final se le
escapó, y todos se refrescaron y bebieron agua de la fuente. En esos instantes
apareció Dominga con su cantarillo a por agua, y al aproximarse a Don Hernando,
éste, que observó asombrado su belleza, le preguntó su nombre y la obsequió con
algunos piropos comparando su belleza con princesas y reinas. Al partir la
doncella, el joven le dijo que a partir de ese momento él la llamaría Minga,
por ser un nombre más breve y sonar mejor. Pedro por su parte estaba muy
disgustado al entender que aquella muchacha le había gustado mucho a Don
Hernando. Claro está que ni en la mente de Pedro ni en la de Hernando estaba el
casarse con aquella muchacha, debido a su condición de humilde labradora, pero
ambos pensaron en enamorarla y conquistarla.
Pasados
unos días, Pedro envió a uno de sus criados para convencerla de que fuera su
novia pero se volvió sin conseguir nada ya que la doncella tenía por novio a un
mayoral del Marqués al que llamaban Toño. Don Hernando, a su vez, mandó a uno
de sus pajes, el más ducho en amoríos y enredos, quien le llevó flores y
regalos y le explicó las intenciones del conde. Dominga le dijo que tomaba los
regalos por no molestar a Don Hernando pero que no quería saber nada del
asunto.
Todo
lo ocurrido lo ocultó la muchacha a su novio Toño y a su familia con el fin de
evitar disgustos. Pero Don Hernando le siguió mandando cartas y regalos a casa
de la tía Tomasa por medio de su paje, cartas que Dominga recogía sin querer
hacerlo y prometía que no volvería más a casa de la tía Tomasa. Pedro, por otro
lado, una noche fue a rondarla con un grupo de músicos, y pronto se hizo
público que tanto Pedro como Don Hernando cortejaban a la doncella de la fuente
del minglano.
Con
este estado de cosas, Toño pidió al padre de la moza, que se llamaba Gaspar,
que les dejara casarse para así evitar más comentarios. El padre habló con su
hija y encontró a ésta muy dubitativas y excusó casarse con Toño porque aún era
muy joven. Su padre hizo un trato con ella por el que se casaría con Toño en
cuanto cumpliera los dieciséis años, y a partir de ahora, accedía a que fueran
novios formales y así Toño podría venir a verla todas las noches.
Pero
un día después de arreglar los animales, Toño se dirigía a casa de Dominga
cuando vio a un hombre que entraba en casa de la tía Tomasa. Toño se escondió
tras el minglano de la fuente, y poco después vio salir a la tía Tomasa que
tomaba muchas precauciones mirando a todos lados y se encaminaba a casa de su
novia. Toño aprovechó este momento para acercarse con sigilo a la casa donde
estaba el hombre y se quedó escondido al lado de una ventana para poder oír lo
que allí se decía. Al volver Tomasa, ésta contó al paje de D. Hernando, que era
quien allí estaba, que la doncella le había manifestado que ya tenía novio
formal y que no quería más cartas ni regalos. Toño se fue a casa de Dominga
taciturno y preocupado. Esa noche casi ni habló y estuvo muy triste. A los
pocos días, el señor Marqués destina a Toño como Mayoral a otro de sus pueblos,
doblándole el incluso el sueldo. Él se niega ante su padre y explica que es una
maniobra para alejarlo de su novia pero ante la insistencia de éste, temeroso
de represalias, acata la decisión con obediencia. Al día siguiente fue a
despedirse de Dominga y de su familia con mucha tristeza. Durante un mes los
dos nobles pretendientes, Pedro y Hernando, continuaron cortejando a la
doncella con cartas y regalos.
Un
día coincidieron en la fuente del minglano el paje de Don Hernando y Pedro
librando entre ellos una gran lucha con sus aceros. Viendo el criado del conde
que Pedro manejaba mucho mejor la espada, aprovechó un instante de pausa para
subir a su caballo y huir. Inmediatamente fue a contar lo sucedido a su señor
quien en un arrebato de furia y sin poderlo resistir más, organiza un plan para
secuestrar a Minga y manda a su paje para llevarlo a cabo. Con un engaño
mientras la muchacha recogía agua de la fuente es raptada, introducida en un
coche de caballos y llevada a Madrid. Aquí va a vivir con dos criadas y un paje
guardián. El conde, para hacerla feliz, la rodea de mucho lujo y comodidades.
Ella es consciente que, aunque llevada a la fuerza, siente un gran amor hacia
Don Hernando pero cuando piensa en los suyos se queda muy triste y llora. En
Madrid es educada por maestros y pronto adquiere distinción y modales propios
de su nueva condición, enamorándose locamente del conde.
Así
fueron pasando los años hasta que un día Don Hernando le comunica que su padre,
el Marqués de Villena, había dispuesto su casamiento con una mujer de su misma
condición pero que no se preocupara que él seguiría manteniéndola. Mingla
sintiéndose traicionada y abandonada, no paraba de llorar. Realmente el conde
la estaba engañando, ya que era mentira lo de su casamiento y lo que ocurría
era que ya se había cansado de ella. Un día la criada que estaba al servicio de
la desdichada doncella fue a ver a Don Hernando para decirle que la muchacha
estaba muy delgada porque casi no comía y se encontraba muy enferma, rogándole
que fuera a verla, a lo que éste le respondió que no quería ya saber nada de
ella.
En
una fría tarde de noviembre agonizaba Minga la Galanilla, y ante un sacerdote
pedía perdón y clemencia acordándose de su padre, que había muerto penando por
su ausencia, y de Toño, que por su culpa estaba en la cárcel después de
desafiar a Don Hernando e intentar matarlo. Entonces el cura le explicó que
había hecho las gestiones oportunas y había conseguido sacar de prisión a Toño,
y si lo quería, vendría a verla. Minga se negó y poco a poco su vida fue desapareciendo
hasta que llegó su suspiro final. A su entierro solo asistieron tres personas:
Toño, embargado de pena y llanto; el cura, consternado en compasión, y la
criada que la había querido como a una hija y la había acompañado hasta su
muerte. Toño murió poco después de su amada Dominga.
Don
Hernando se casó con una joven aristócrata, pero nunca supo lo que es el amor.
Entonces sintio un gran arrepentimiento por aquella joven aldeana que le dio
todo su amor y murió por culpa de su engaño y abandono, y ordenó que, en
memoria y recuerdo de aquella gran mujer, la aldea donde había nacido pasara a
llamarse Minga La Galanilla, en honor a la muchacha que más tarde paso a
llamarse Minglanilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario