Los novios solían ser centro de la maledicencia pueblerina, provocada, principalmente, por celos y odios. Si la pareja rompía, la mujer era siempre la que quedaba peor parada. Este fue el caso de una joven de Frigiliana, que, tras una discusión con su novio, se vio envuelta en tantas habladurías que la hicieron enfermar seriamente.
Cuenta la gente del lugar que el mal que se adueñó del cuerpo de aquella inocente doncella se ponía de manifiesto con unos síntomas tan extraños y desconocidos hasta entonces, que no había médico en la zona capaz de dar un diagnóstico acertado ni se atreviese a proporcionarle algún preparado que la aliviase, a lo que se añadía el que ella no hacía nada para remediarlo.
La joven empeoraba cada día. La madre, desesperada, buscó los servicios de una curandera, la cual, tras una ojeada a la enferma, aseveró con toda contundencia que lo que padecía la doncella era «mal de amores».
Fuese o no ese su mal, lo cierto es que su vida se fue apagando como una lamparita, hasta que un día murió. La doncella fue enterrada por sus familiares en el cementerio del pueblo.
Se dice que, a los cinco años, hubo de ser trasladada al osario, como era norma. Fue entonces cuando tuvo lugar lo que de portentoso y extraño tiene el relato: sacada la tierra que lo cubría, sorprendentemente el ataúd permanecía entero, y, al abrirlo para la extracción de los restos mortales, el asombro hizo presa de los familiares y demás personas allí presentes cuando vieron que el cuerpo de la joven estaba intacto.
Los familiares avisaron al párroco, al que llamaban el cura Blanca, el cual, dada la singularidad del fenómeno, consideró la conveniencia de trasladar aquel cuerpo prodigiosamente incorrupto al convento de las Carmelitas de Vélez-Málaga, un pueblo vecino, situado también en la comarca de la Axarquía.
La leyenda sitúa el acontecimiento a mediados del siglo XIX, época en que las comunicaciones eran tan pobres en estas tierras que el acarreo de mercancías de una a otra villa había que llevarlo a cabo a lomos de una caballería. Así las cosas, los padres encargaron el transporte del ataúd a un sobrino suyo, que era arriero. A fin de evitar la contingencia de una negativa de su parte, consideraron conveniente no avisarle del contenido de la carga.
Se afirma entre los lugareños que, durante el camino, el inadvertido primo de la difunta oyó unas voces que parecían provenir del ataúd, aconsejándole que se apresurara porque el tiempo amenazaba con fuerte lluvia y se iban a mojar.
Una vez llegado a Vélez-Málaga, contó la rareza de las voces al capellán del convento, quien le pidió que le mostrara lo que había transportado. El arriero le obedeció y, cuando lo abrió, sufrió tal impresión al ver el cuerpo de su prima que cayó desplomado al suelo.
Agrega la leyenda que el cuerpo de la doncella se mantuvo preservado de la natural corrupción de los cadáveres y que así fue conservado en una urna durante muchos años, hasta que unos acontecimientos, de los que nadie sabe cuándo tuvieron lugar, lo hicieron desaparecer para siempre.
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