Una
tardecica de otoño de 1243 bajaban unos pastores con sus merinas de Soria a
Extremadura cuando, al pasar por el sitio segoviano de Hornuez, dando ya vista
a las cumbres de Somosierra, decidieron acampar junto a una sabina. Y allí fue
que, por más que se afanaron, no lograron hacer fuego, y no lo hubieran
conseguido ni con lanzallamas porque desde lo alto del árbol se lo impedía la
mismísima Virgen, súbitamente materializada en una talla que emitía rayos de
luz. La leyenda no precisa si la radiación era tambien calorífica, pero seguro
que, con el susto, rompieron a sudar.
De
poco le sirvió a la Virgen del Milagro de Hornuez -que así se llamaría en
adelante- evitar aquel fuego: siete siglos más tarde, el 3 de octubre de 1913,
a alguien se le fue la mano con las lámparas votivas, y la imagen milagrosa,
reducida a cenizas, hubo de ser reemplazada por otra, que es la que hoy se
venera dentro de una gran ermita con planta de cruz latina, en medio de un
bosque de sabinas mastodónticas, tan viejas como la aparición, si no más, y con
barbacoas donde los visitantes, para no variar, juegan con fuego.
El
sabinar de Hornuez es la verde excepción que confirma la regla de los páramos
grises que se extienden por el oriente de Segovia, desde el puerto de
Somosierra hasta el Duero: un oasis donde -nuevo prodigio- se concentran las
más grandes sabinas albares de España. Otro milagro sería que este santuario
vegetal y espiritual estuviese libre de la plaga de los coches, pero, aunque no
es así -hay dos carreteras, a falta de una-, nos queda la grata opción de
aproximarnos a pie desde el cercano pueblo de Moral de Hornuez dando un rodeo
por los cerretes que se alzan a poniente de la ermita.
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