miércoles, 21 de marzo de 2018

La niña muerta (Maderuelo, Segovia)


Las secas orillas del pantano parecían humedecerse a medida que las sombras de la tarde se hacían más obscuras, ahondando el cauce del Riaza. Sus aguas reflejaban el abandono de un pueblo milenario que se desmoronaba poco a poco, aun resistiendo a desvanecerse en el olvido.
Maderuelo, una vieja barca abandonada. Maderuelo, mas que barca varada, pequeño madero que se hunde en el lago del tiempo.
Al traspasar su robusta puerta, rumores e historias nos rodean y nuestra mente las revive de nuevo: la llegada de reatas de mulas con piedras de la cantera de Vega Palacio, los albañiles reparando las murallas, ya viejas en el año 1000, que han resistido siglos bajo el castigador sol castellano y sus fríos inviernos. Y el río, bordeado de árboles, que riega una estrecha vega y calma la sed de importantes rebaños de ovejas y vacas. Dispersos los barrios a los pies de la villa, poblados por gentes esforzadas y bulliciosas.
Las viejas piedras, blanqueadas por el sol y los hielos unas, obscurecidas por el moho otras, nos siguen contando historias del pasado.

En el siglo XV, vivió en Maderuelo un noble caballero, emparentado con los Chávez. Tenía una hermosa hija, María, menuda y proporcionada. Sus largos cabellos dorados nos dicen que era doncella. Sus ojos luminosos nos revelan la piedad de su alma.

Era querida en la Tierra de Maderuelo, bordaba, dibujaba e incluso escribía primorosamente. Pero la muerte la alcanzó a la edad de dieciséis años.
Unos cuentan que murió durante la ausencia de su padre, cuando esté viajó a rendir pleitesía al rey, su señor. Fue una época de reyertas nobiliarias y luchas civiles. Otros afirman que se la llevó la peste, que tantos huérfanos dejó en Maderuelo.
Su desconsolado padre, mandó ataviarla con sus mejores galas. Parecía un bello ángel dormido cuando aquella fría losa de pizarra negra cubrió su sueño en la capilla de los Chavez, en Santa María. En la losa, venida de la Sierra, un cantero esculpió un escudo escotado, cuartelado en cruz, con un águila bicéfala rampante, cinco llaves, un árbol entre perros rampantes y trece bezantes de oro, todos buena prueba de su ascendiente hidalgo.
Enterrada la doncella, la arqueta de madera e incrustaciones donde ella guardaba sus secretos también desapareció. Así se perdieron su salterio, sus dibujos y las cartas de amor secreto, como las de aquel joven enamorado que la prometió volver con el oro de Granada y allí perdió, los ojos primero, y la vida después.
Más de cinco siglos había descansado el cuerpo de María, cuando una reforma en la iglesia obligó a retirar la losa, dejando al descubierto un cuerpo momificado. María, querida hasta por la anciana Muerte, que respetó sus chapines y el justillo bordados en oro, el anillo de guerrero que ceñía su dedo. Conservaba sus largos cabellos, las manos sobre el pecho y los párpados ,cerrados, como si continuara dormida.
De pronto, un airecillo fresco rozó nuestros brazos y el escalofrío nos volvió a la realidad. Con un movimiento apenas visible, el badajo de la campana grande la hizo sonar levemente y su tañir, repetido por ecos lejanos, murió con la luz del día. Comenzó a lloviznear. Maderuelo, cuna de leyendas, sabía que se había revelado el secreto de su querida momia. Era ya hora de partir.


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