Todos
los días a la hora del almuerzo salía el pollo de su escondite. En busca de las
migas que los trabajadores del campo dejaban caer, el animal aparecía entre los
matorrales en busca de comida. Sucedió, según cuenta la tradición oral
transmitida de padres a hijos, generación tras generación, hace muchos, muchos
años en el conocido como Soto de Abajo. En la ribera del río Moros que baña el
pueblo, en los prados junto a los que se cultivaba el cereal, descansaban los
trabajadores de las cuadrillas llegadas cada verano desde tierras gallegas para
trabajar en las labores del campo.
Entre la siega, el acarreo y el aventado del trigo y la cebada, los agricultores hacían un receso para reponer energías. Y un día tras otro, observaron cómo el pollo salía entre los matorrales para limpiar del suelo las migas que caían.
Embargados por la curiosidad, según cuentan, un grupo decidió seguir el animal para ver dónde iba. Tras sus pasos, descubrieron que el pollo se metía en una cueva. Presos por la curiosidad, miraron en el interior y, con gran sorpresa, descubrieron una talla. La imagen de la Virgen tapada con un manto rojo y una túnica azul con estrellas portando a un niño en una mano y una manzana en otra, apareció antes sus ojos.
Entre la siega, el acarreo y el aventado del trigo y la cebada, los agricultores hacían un receso para reponer energías. Y un día tras otro, observaron cómo el pollo salía entre los matorrales para limpiar del suelo las migas que caían.
Embargados por la curiosidad, según cuentan, un grupo decidió seguir el animal para ver dónde iba. Tras sus pasos, descubrieron que el pollo se metía en una cueva. Presos por la curiosidad, miraron en el interior y, con gran sorpresa, descubrieron una talla. La imagen de la Virgen tapada con un manto rojo y una túnica azul con estrellas portando a un niño en una mano y una manzana en otra, apareció antes sus ojos.
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