Por la noche, antes de salir la cofradía de la parroquia
hacia la capilla de San Gregario, con sus disciplinantes cargados de cadenas y
cruces, azotándose las espaldas con manojos de cuerdas a las que se les añadían
bolas de cera con cristales para hacerse más daño, un franciscano se subía al
púlpito, según establecían las Reglas, y les predicaba el Sermón. Luego, tras
dar la absolución a todos los nazarenos, les imponía como penitencia el salir a
la calle en cofradía y así lo hacían, llevando tras de sí al Cristo portado en
brazos por un clérigo entre hachas de cera encendidas y dos trompetas grandes
tocando roncos clamores.
Por aquel entonces, vivía en Alcalá un muchacho llamado
Juan, un poco alocado, juerguista y poco amigo de iglesias y de santos, aunque
de buen corazón en el fondo. Solía trabajar de oficial con uno de los
carpinteros del pueblo. Una noche del Jueves Santo, más por diversión que por
devoción, se coló en el Sermón con sus amiguetes, sirviéndoles de chusma todo
lo que el predicador decía. Como tantas veces hemos oído nosotros mismos en
otros tantos sermones, el predicador centró su sermón en decir que, aunque los
judíos crucificaron a Cristo hacía ciemos de años, nosotros seguimos
crucificándolo cada día por nuestros pecados, pues estamos con ellos haciendo
necesaria día a día nuestra Redención.
Aquel sermón, le sirvió al carpintero y sus amigotes de
chusma y broma toda la noche hasta que, cansados y soñolientos, medio borrachos, se fueron a dormir al tiempo
que otros se levantaban para ir al Sermón de la Sentencia, de la Hermandad de
Jesús.
***
Fue a los pocos días de aquel Jueves Santo cuando la
hermandad decidió encargar una nueva cruz para el Cristo y sustituir la cruz
dorada por otra negra redonda y arbórea.
El día que la nueva cruz estuvo terminada, el prioste de la
hermandad estaba solo en la capilla de
San Gregorio para desenclavar la imagen de la vieja cruz y colocarla en la
nueva. Aunque la operación no era excesivamente complicada, el temor de causar
algún daño a la imagen le hizo desistir de hacerla solo y salió a la calle a buscar a alguien que le ayudara.
Fue entonces cuando se dio de cara con Juan el carpintero, que casualmente
pasaba por la plazuela. Al principio, este se negó a entrar en la ermita, y
menos para andar con cosas de santos, pero la insistencia del prioste, pariente
suyo, consiguió convencerle para que le echara una mano.
La cruz nueva estaba tendida en el suelo y el Cristo había
sido ya desenclavado por el prioste de la vieja cruz. Sólo quedaba colocarlo
sobre la nueva y fijar los clavos. Tras situarlo en el sitio donde debía
quedar, el prioste colocaría el clavo de la mano izquierda y el carpintero el
de la derecha, a través de los agujeros que ya estaban medidos y taladrados en
la cruz.
El Cristo tiene la mano semicerrada, con tan sólo dos dedos
extendidos, lo cual entorpecía ligeramente el trabajo y había que ir con
cuidado de no dañarle algún dedo con el martillo. Fue entonces, cuando el
carpintero iba a introducir el clavo a través de la llaga de la mano del
Cristo, cuando la mano de la imagen, que estaba semicerrada, se abrió
totalmente como para facilitarle la introducción del clavo y llegar al orificio
de la madera. El escalofrío que recorrió todo el cuerpo del carpintero, que
inmediatamente recordó el sermón del pasado Jueves Santo, y lo que pasó por su
mente en aquel momento sólo él y el Cristo de la Vera Cruz lo saben, pero Juan
el carpintero, como San Pablo, quedó marcado para siempre por aquel milagroso
suceso. Por un momento, con un clavo en una mano y el martillo en otra, se
había visto haciendo exactamente lo mismo que cientos de años antes hiciera
alguien sobre el Monte Calvario, mientras que Cristo abría su mano para q ue
fuera traspasada.
***
Al día siguiente, sin dar más explicaciones a nadie y ante
el asombro y extrañeza de su escasa familia, tan sólo una tía, hermana de su
padre con la que vivía, se despidió de todos y se marchó a Sevilla sólo con lo
puesto. Aquí se le perdió la pista a Juan el carpintero y ya nunca se supo de
él en Alcalá del Río, salvo la llegada de un cuadro al cabo de los años, cuando
nadie se acordaba de aquel mozalbete oficial de carpintero ni vivía ya su tía
para recordarlo. Quizás haya sido ésta la causa por la que nunca se ha referido
este milagro entre las gentes de Alcalá.
***
Luego, mucho más tarde, y gracias a unos viejos legajos
aparecidos en no sé qué convento franciscano de no 'sé que sitio y encontrados
por alguien que ni conozco ni sé su nombre, sabemos que un tal Juan Carpintero,
natural y vecino de la villa de Alcalá del Río, del Arzobispado de Sevilla,
ingresó como hermano lego en el convento Casa Grande de San Francisco de
Sevilla. Según estos legajos, apenas superado su noviciado, Fray Juan viajó al
lejano México, donde en una perdida misión realizó una gran labor catequética y
caritativa entre aquellos indios, con quienes llegó a organizar una cofradía de
la Vera Cruz, que salía cada Jueves Santo por la noche después de que el propio
Fray Juan les predicara el sermón y que casi siempre trataba de aquello de que
los judíos crucificaron a Cristo, pero nosotros seguimos crucificándolo cada
día por causa de nuestros pecados...
Fray Juan, vivió y murió como un santo en aquella misión de
Nueva España, aunque siempre tuvo en su memoria y en su corazón a su Cristo de
la Vera Cruz junto a la Madre que después había encontrado en aquellas lejanas
e inhóspitas tierras bajo la advocación de Virgen de Guadalupe.
Con el tiempo, uno de
los frailes de la orden, compañero
durante mucho tiempo de Fray Juan en la misión en México, retomó a España y
anduvo de capellán por algunos lugares...Posiblemente fuera este otro fraile
quien dejara esta historia escrita en algún archivo de algún convento
franciscano y también quien, recordando todo ello y en memoria de su hermano de
religión, un día de 1.718 apareció por Alcalá con un enorme cuadro de la Virgen
de Guadalupe y, tras rezar ame el Cristo de la Vera Cruz, lo dejó en !a capilla
para que ahora, tú y yo, y luego tus hijos y los míos, y después mis nietos y
tus nietos, recordando esta historia del fraile que enclavó al Cristo de la
Vera Cruz, recordemos que nosotros también lo crucificamos cada día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario