lunes, 3 de septiembre de 2018

El puente del dragón (Alcalá de Guadaira, Sevilla)


Existe en Alcalá de Guadaíra un puente con forma de dragón que seguramente has cruzado en coche si has pasado por esta localidad. Sin embargo, seguramente no sepas la leyenda que esconde este puente y que nos traslada a un tiempo en el que los almohades aún dominaban Andalucía y una familia real mora habitaba el famoso castillo de Alcalá. La débil salud de la reina la había hecho abandonar Sevilla y refugiarse en el castillo de Alcalá junto a sus tres hijos pequeños, a la espera de que el sol, el aire fresco, el agua pura y el rico pan de Alcalá la ayudasen a curarse de sus males. Yacub era el más pequeño de sus hijos, pero también el más valiente. Armado con una espada de madera, jugaba con sus hermanos mayores, imaginando que era uno de los guardianes del castillo.
Un día, su padre regresó tras meses de guerra en Portugal, y trajo valiosos regalos para sus hijos. A Yusuf, el mayor, le regaló un caballo blanco, rápido como el viento y tan fiel como el mejor de los compañeros. A Mohamed, el mediano, le regaló un libro, con los saberes de los griegos y los egipcios. Y a Yacub, el pequeño, le trajo el más exótico de los regalos: un huevo de dragón. Lo había conseguido al vencer a unos piratas, y contaban que era un amuleto mágico que le daba a su portador la fuerza y la agilidad de los dragones.
La madre de Yacub le recomendó guardarlo en su habitación, pero Yacub sabía por una vieja esclava normanda llamada Sigrid que el mejor lugar para un huevo de dragón era una cueva abrigada. Así que llevó el huevo al sótano del Castillo y lo guardó en una mina por donde circulaba el agua. Todos los días, Yacub acudía junto al huevo de dragón y lo abrazaba para darle calor.
Tras varias semanas así, una mañana, tras una noche de luna nueva, Yacub acudió junto a su huevo, pero lo encontró roto. Tanteando en la oscuridad, tocó algo frío y viscoso, que temblaba al contacto con su mano.Cuando acercó una antorcha contempló un minúsculo dragón verde, que tenía una pequeña cresta, unas diminutas alas plegadas y unas patitas chiquititas que terminaban en afiladas garras.
Yacub no le contó a nadie lo que había ocurrido. Temía que la gente tuviese miedo del dragón y le hicieran daño. Así que lo dejó escondido en la gruta y todos los días iba a alimentarlo. Sigrid, la vieja esclava, le había dicho que los dragones recién nacidos eran tan débiles como cualquier cachorro, así que Yacub le daba leche y pequeños trozos de pan de Alcalá que mojaba en ella. Así, el dragón fue creciendo y haciéndose más fuerte.
El dragón mantuvo su color verde hasta que un día Yacub bajó a enseñarle un hermoso rubí rojo que su madre le había regalado. Para su sorpresa, el dragón, al ver el rubí, sonrió de placer y en su lomo aparecieron varios círculos tan rojos como el rubí. Sorprendido por el descubrimiento, Yacub comenzó a enseñarle más joyas y el dragón fue adoptando el color de todas ellas, el verde de las esmeraldas, el azul de los zafiros, el amarillo del oro y el blanco puro de las perlas.
Pasaron varios años y una noche que Yacub bajó para ver a su amigo no lo encontró. Buscó por toda la cueva y acabó llegando a un resquicio por el que se colaba la luz de las estrellas. Salió al exterior y, de repente, se sintió alzado por una fuerza misteriosa. Cuando se quiso dar cuenta estaba encima del lomo del dragón y este había estirado sus alas y alzado el vuelo. Volaron por encima del Castillo y de la ciudad de Alcalá, y tanto les gustó la experiencia que cada noche repetían vuelo, surcando las nubes y volando a ras del suelo sobre el río Guadaíra.
Sin embargo, un día, su madre, que ya se encontraba mucho mejor de salud, decidió que ya era hora de regresar a Sevilla. Sus hijos ya eran mayores y debían ayudar a su padre en la corte real. Yacub bajó a despedirse del dragón, porque sabía que no podría llevarlo oculto hasta la capital. La reina decidió que partirían de noche, para evitar los peligros del camino. Yacub y sus hermanos integraban la guardia que protegía la marcha. Sin embargo, al llegar al puente romano que cruzaba el río, un grupo de bandidos les cerró el paso. Yacub sacó su espada, pero los bandidos eran más que ellos y más fuertes. Cuando el jefe de los bandidos se acercó a donde estaba él y su madre, blandiendo su espada para acabar con ellos, una sombra gigantesca tapó la luz de la luna, y una cortina de fuego lo tapó todo. Sí, el dragón había acudido al rescate de su amigo.
Al instante, todos los bandidos huyeron despavoridos, ante la atónita mirada de la madre y los hermanos de Yacub. Sin embargo, ahora tenían otro problema: el único puente que cruzaba el río y llevaba a Sevilla estaba en llamas. “No os preocupéis”, dijo el dragón, “yo haré de puente”, y estirando su enorme cuerpo salvó la distancia que había entre ambas orillas. La comitiva cruzó tranquilamente sobre su lomo y ya al otro lado Yacub quiso llevarse con ellos a su amigo. Pero su madre le dijo que Sevilla no era lugar para él porque no había grutas donde pudiera descansar. “Mejor que se quede aquí, en Alcalá, protegiendo el castillo y la ciudad”, le dijo su madre.
Yacub, con lágrimas en los ojos, comprendió que debía despedirse de su amigo. “Quédate aquí y aguarda mi regreso”, le dijo antes de irse. Y desde entonces, el dragón continúa reposando en las grutas y cuevas que hay debajo del castillo, esperando el regreso de su amigo, mientras vigila que Alcalá y sus habitantes estén tranquilos y seguros. El dragón es también el que ayuda a los panaderos de Alcalá a mantener vivo el fuego de los hornos donde se cuece el pan. Por eso, el pan que se hace en Alcalá de Guadaíra es tan rico y da tanta fuerza y energía, porque cuenta con el poder de un dragón.


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