Cualquier alcalareño
habrá pasado alguna
vez, unos a diario, otros de tarde en tarde, por la cuesta que llaman de la Mora, en el camino
que va hacia la vega, en la orilla derecha del río antes de que éste llegue a
la presa. Es una cuesta larga, en forma de ese muy abierta que, según se va de
Alcalá a la vega, baja hacia la propia llanura de ésta, de la que la separa un
pequeño arroyo que llaman de Gabino. Cerca del arroyo y a los pies mismos de la
cuesta. una fuente antes fresca y limpia de riquísima agua, recubierta por
restos de construcciones antiguas, es conocida
igualmente como Fuente de la Mora.
Por una cosa o por otra,
o quizás por algo que ni yo mismo sabría
explicar, todo aquel entorno me ha parecido siempre misterioso y lleno de
enigmas, en el que parecía que al caer la tarde, el susurro de la brisa y las
voces lejanas de los gallanes que aún
permanecían en el campo, eran voces llegadas desde otros siglos de la historia
que algo nos querían decir. Subiendo o bajando la Cuesta de la Mora, todo es un
interrogante indefinido y difuso del que quizás lo único concreto que acertamos
a plantear nos es el por qué, desde tiempo inmemorial, se le llama a aquello l
a cuesta y la fuente de la Mora.
Lo que te voy a contar. no lo tomes como una historia. sino como una leyenda, y te la
voy a contar tal como yo la creo. según la oí algún día o lo que acerté al leer
en algún
manuscrito de papel amarillento
y letras casi borradas por el paso del tiempo.
Era el verano del año
1.247. a finales del mes de julio. En aquellos días, tras una penosa
resistencia a todo trance por los defensores de «al Qal'at Ragwal». que así era
llamado Alcalá del Río por los moros, el rey Fernando III de Castilla y León.
por fin, había conse guido conquistar la plaza y entrar en ella con su
ejército. Eran días de un calor sofocante. en los que, al atardecer, apenas
corría brisa para que se moviesen levemente las banderas y estandartes blancos
y rojos. con castillos y leones, que enarbolaban desde el día de la conquista sobre
los altos y fuertes torreones con los que estaba rodeado todo el pueblo.
La defensa de Alcalá
había sido dirigida por el propio Axataf en persona, caudillo y jefe militar
del Reino de Sevilla, pero viendo ya imposible resistir por más tiempo al rey
castellano. y avisado que unas naves castellanas subían río arriba para atacar
a la propia capital de Isbilia . nombre del que luego denvó Sevilla, Axataf
salió a la desesperada de Alcalá con lo mejor de su ejército, dejando la
fortaleza en manos de los vecinos para que éstos capitulasen en la rendición en la mejor forma que pudiesen.
Apenas el Rey Fernando el
Santo entrara en Alcalá por la puerta de Poniente, mandó establecer sus reales
o campamento sobre los solares y
descampados que se encontraban detrás de toda la muralla de aquella parte hasta
la puerta norte que daba salida al camino de la vega y del Vado de las Estacas.
Con el tiempo. sobre estos solares se formaría luego la que sería llamada desde
entonces calle del Real de Castilla.
Las capitulaciones de
rendición fueron duras, dado que la resistencia había sido tenaz., con grandes
pérdi das para el ejército castellano y por cuanto Alcalá era una plaza fuerte de vital importancia tanto para la defensa mora de
Sevilla como para la seguridad de la retaguardia castellana. Comunicada con la
capital por el río y por caminos por ambas de sus márgenes, rodeada de fuertes
murallas y torreones y a dos pasos del Vado de las Estacas y del Castillo de
Constantina, la fortaleza de Ragwal tenía que ser conservada sin riesgos de
ningún tipo, máxime cuando ahora quedaría a la espalda del ejército que iba a
rodear Sevilla y mantener su cerco hasta su rendición.
Por esta causa, las leyes dadas
por el rey eran tajantes y duras:
dentro de Alcalá sólo quedarían los caballeros y soldados castellanos y. de
entre los pobladores que la habitaban antes de la conquista. tan sólo se
permitiría quedar e a aquellos que fueren reconocidos y probados motárabes. es
decir. cristianos que habían estado viviendo entre los moros. Los demás, tenían
de plazo hasta el día de Santa María de
las Nieves -el 5 de agosto- para recoger sus pertenencias indispensables,
reponerse de salud y abandonar la comarca. A partir de este día 5 de agosto,
cualquier moro que se capturase en los a l rededores de Alcalá. fuere hombre o
mujer, sería considerado enemigo infiltrado en el reino de Castilla y, como
traidor, ajusticiado en el mismo lugar de su captura.
Aquel 5 de agosto fue un
día único en Alcalá del Río por su tristeza. que embargó incluso a los
castellanos vencedores. Dado que la caída de Sevilla era inminente. Todos los moros que habían de abandonar Alcalá
decidieron ir, directamente, hacia otros reinos o lugares más seguros y que no
estaban en guerra con Castilla, como eran Granada, Xcrcx. Ronda, Málaga o. aún
mejor, pasar a África a través de Gibraltar y Tarifa. Para todos estos
destinos. el único camino era a través de «a l Qalat Yabir» (Alcalá del
Guadaira) y Utrera. A causa del exceso
calor. decidieron ponerse en marcha al caer la tarde con objeto de. al
anochecer. haber pasado ya el Vado de
las Estacas y acampar a la otra orilla del río. Para ello. y dado que a esas
horas de la tarde l a marca del río tenía cubierto el vado del Cascajal y no
era recomendable su paso con tantos carro!.. animales, mujeres y niños, muchos de ellos a pie. es
por lo que decidieron pasarlo por el otro vado. que se encontraba río arriba.
en la vega. en el que se dejaba sentir menos el efecto de la marea.
En la mañana de aquel 5
de agosto, muchos moros se despidieron de los mozárabes que se quedaban en
Alcalá. pues existían estrechos y recíprocos lazos de amistad en muchas
familias. Llantos, lágrimas, suspiros, tristeza y desesperación era todo lo que
aquella mañana corría por las calles alcalareñas. Por la tarde, después de una
necesaria siesta para reponer fuerzas para el largo camino que les esperaba, la
comitiva se puso en marcha. Los puntos de reunión eran la plaza de armas, junto
al mirador del río y la plaza que estaba junto a la mezquita y su al minar, que
luego habríamos de conocerlas como Plaza de España y Plaza del Calvario.
Formada la comitiva,
dados los últimos encargos y abrazos. comprobado que todo lo necesario había
sido cargado en los animales y carros y que ningún niño faltaba. se pusieron en marcha hacia la Puerta del Vado,
atravesando el real castellano. A un lado y a otro de la senda entre las
tiendas del real, luego Calle del Real de Castilla. los soldados cristianos,
con su rey al frente, presenciaban el trágico desfile. Ni siquiera su condición
de vencedores victoriosos les evitó el sentir y el sufrir aquel triste
espectáculo de familias enteras, derrotadas en todo, camino a lo desconocido,
dejando atrás el lugar donde habían nacido ellos y sus antepasados, sin más
patrimonio que lo que llevaban sobre su carro o su burro. Todos miraban atrás
como despidiéndose de su querido Ragwal. al que sabían que ya no volverían
jamás.
Sobre el más lujoso de
los carros una mujer joven y guapa llamó poderosamente la atención del rey. A
pesar de su profunda tristeza.la mirada que cruzó con el rey no fue de odio, ni de venganza, ni siquiera de reproche. Fue
quizás corno una súplica, no falla de cierta admiración. El rey no supo leer
exacta mente el mensaje de aquella mirada que. aunque nostálgica y suplicante.
parecía tener algo de aprobación o, al menos, de resignada aceptación.
El mismo rey, conmovido y
entristecído por esta cara negativa de la guerra. penetró en su tienda
y. ante la pequeña imagen de la Virgen con el Niño que siempre le acompañaban
en las campañas, se puso a rezar. En su oración a la Virgen de Los Reyes vino a
decir algo así, -»Santa María, Madre del Redentor, según el recto juicio que me
dicta mi conciencia, he de guardar y proteger los reinos y a los vasallos que
Dios ha puesto a mi cuidado, y también estos nuevos reinos y ciudades que, para
mayor gloria de Dios y su sama religión, estamos conquistando a los
infieles. Para su guarda y seguridad, me 1•eo obligado a dictar leyes severas
y duras que disuadan a nuestros enemigos de intentar causarles grandes
males y pe1juicios a quienes Dios ha
puesto bajo mi protección y cuidado.
Pero no quisiera ser injusto con estas pobres gentes. entre los que sin duda
debe haber mucho inocente.
Por mi regia condición y
deber de ser el ejemplo de mis soldados y caballeros, en el ejercicio de mi
autoridad. he de cumplir y hacer cumplir las leyes que yo mismo me siento en
obligación de dictar. pero si algún caso debe ser una excepción, no permitas
que mi rigor llegue a cometer injusticia.»
Cuando volvió a salir de
su tienda toda la comitiva había pasado y fue entonces cuando se interesó por
saber de aquella mujer que tanto le había impresiona do, pues por su atuendo y
carroza parecía de clase noble. Mandaron traer a un mozárabe, llamado Juan,
quien le contó que e trataba de Yzyyra.
la hija del alcaide o gobernador de la fortaleza de Ragwal (al caíd). Su
padre, autoritario, déspota y tirano, había huido con Axataf a Sevilla antes de
la rendición, dejando tras de sí una justa fama de tirano no sólo para los
cristianos, si no para los propios moros alcalareños. Su hija Yzyyraera lo
contrario que su padre, caritativa, indulgente y comprensiva. Entre los alcalareños
era general el rumor de que se quería convertir al cristianismo, porque por
temor a su padre no se había bautizado, ya
que si esto
se hubiese producido,
no sólo ella hubiese sido la
víctima de la ira del caíd, sino que muchos mozárabes hubiesen sufrido las
consecuencias.
Enterado también el Rey
Fernando que Ramón Bonifaz subía río arriba con una escuadra de barcos,
dispuesto a romper el puente de barcas que unía Sevilla y Triana, ordenó hacer
los preparativos para levantar el campamento y aproximarse a Sevilla, iniciando así el
cerco y asedio definitivo de la ciudad.
Una vez había sido
desalojada la fortaleza por los moros, se aprovecharon estos días más
tranquilos para el descanso y curación
de los soldados heridos en la conquista, el arreglo de las máquinas de guerra,
la organización administrativa de Alcalá
de Guadalquivir, que así se comenzó a llamar en legua castellana y, sobre todo,
para dar gracias a Dios por la curación del Rey y la victoria. En la curación
del monarca tuvo mucho que ver el sepulcro de San Gregorio donde, al
introducir la cabeza para contemplar sus restos,
se sintió repentinamente aliviado del gran dolor que le venía aquejando.
Se fijó como fecha de
partida el día 15 de agosto, festividad de Santa María. Aquel día: por la
mañana, el Arzobispo de Segovia Don Remondo, que acompañaba al rey en la
campaña, consagró la mezquita como iglesia mayor en honor de Santa María por
ser su festividad y, seguidamente, se celebró una solemne función de Acción de
Gracias. Debido al fuerte calor, al igual que lo hicieran los moros expulsados,
la partida siguiéndose igualmente el camino del Vado de las Estacas para hacer
noche junto al mismo vado. Aquel día, mientras los soldados emplearon la siesta
para descansar y preparar sus impedimentas, el rey la pasó en oración ante el
sepulcro de San Gregorio, en la pequeña ermita bizantina situada junto a la
plaza de armas, ordenando seguidamente que se dispusiera que la ermita fuere
reparada, ampliada y adornada.
Llegada la
tarde, todo el
ejército castellano, a excepción
del retén que quedaría al cuidado de Alcalá, se puso en marcha a través de la
calle del Real. El rey, el Arzobispo Don Remondo, sus caballeros nobles y los de las órdenes militares
encabezaban el cortejo a caballo entre
banderas y pendones acuartelados blancos y rojos con sus leones y castillos.
Tras cruzar la puerta del
Vado y bajar el pequeño repecho que la une con el camino de la sierra, se
encaminaron al norte. Al principio, el camino era ascendente, de tierra margosa
y polvorienta, escaseando los árboles que pudieran protegerles del sofocante
calor, a pesar de que el sol estaba ya tocando el horizonte tras el cerro de la
Atalaya. Por ello, cuando la comitiva coronó la loma que se halla a un cuarto
de legua y comenzó a descender por el camino de la vega hacia el vado, la sed y
el sofoco se habían apoderado de todos.
Al terminar de bajar la
cuesta y llegar al arroyo que corre entre ésta y la vega, éste se encontraba
casi seco debido a las fechas en que estaban, ordenándose que sólo acercaran a beber a los caballos que
mostraran tener más sed y que los hombres esperasen a llegar al vado, que se encontraba ya a unos
pasos. Viendo unos de los acompañantes que hacía de guía que el rey estaba muy
fatigado y sediento, pues ni siquiera había descansado durante la siesta,
indicó que allí junto, oculta por las adelfas, había una fuente muy sana y
fresca. Varios servidores y soldados fueron con diversas vasijas a la fuente y
volvieron, para sorpresa del Rey, con una mujer mora a quien Fernando reconoció
inmediatamente. Era Yzyyra, la hija del caid.
Mandó que la trajesen a
su presencia y, tras preguntarle si entendía el castellano y ella afirmar que
si, le preguntó porque no había cumplido la ley dada y se había ido con los
suyos, sabiendo el castigo de la muerte. Yzyyra, con sumisión pero sin miedo,
explicó:
-Majestad, apenas salimos
de Ragwal, los que iban conmigo, al verme sin protección, comenzaron a acusarme
de que era más cristiana que mora, luego unos desalmados se apoderaron de
cuanto llevaba. Después de esto, ¿qué vida me espera?. Viajo a lo desconocido
sabiendo la vida que me aguarda: siendo pobre los míos me consideran y me
desprecian como si siguiera siendo la hija del caid; deseando ser cristiana
habré de seguir siendo musulmana; siendo mora, los míos me considerarán como
una cristiana.
- ¿Y el castigo al que te arriesgabas quedándote aquí? -le preguntó el rey,
añadiendo:- ¿No sabías que si te sorprendíamos
tendría que hacer cumplir mi ley, aunque me pesara?
- También lo sabía y
contaba con ello -contestó Yzyyra- pero mi vida no es lo que más me preocupa
ahora. ¿Qué futuro
es el que me
espera, viviendo errante y sufriendo el
odio que a causa de mi padre me tienen muchos de los míos y a causa de mi no
disimulada preferencia por el
cristianismo? Para llevar esta vida,
prefiero la muerte. Por esto me he confiado
a Santa María y decidí quedarme e implorar de los cristianos que
me dejasen vivir
aquí, junto a este
arroyo, por el resto de mi vida. Lo más que podía perder en ello era la vida si
se me aplicaba la ley dada por Vos con toda su rigidez, pero no me preocupa el
que cumpláis vuestra ley en mí, si
antes, me concedéis el favor de mi última voluntad, favor que estoy segura que
no me negaréis estando en peligro cierto e inminente de muerte.
El rey, asombrado y conmovido por la sensatez y humildad de la
hija del caid, le preguntó cual era ese último deseo.
-Ser bautizada- fue lo
único que Yzyyra dijo, sin vacilar.
Fernando miró a Don Remondo en busca de un gesto de aprobación. El
Arzobispo de Segovia le preguntó a Yzyyra si conocía la religión cristiana, si
tenía fe y si estaba preparada para ello. La respuesta de la mora no sólo fue
convincente, confirmando lo que ya ellos sabían, sino que sin tregua comenzó a
recitar el Credo. El rey, profundamente conmovido y emocionado, ordenó que
fuese descubierta la imagen de la Virgen con el Niño para que, a modo de altar,
presidiera la ceremonia. Fue el mismo Rey quien se ofreció a hacer de padrino y
el propio Don Remondo quien, con agua de la fuente, la bautizó con el nombre
que ella misma había elegido: María Verania. Al terminar la ceremonia, y tras
un breve momento de silencio que nadie se atrevió a romper, o porque María
Verania permaneció en profunda oración o porque la emoción no les permitió
articular palabra, fue María misma la que dijo:
-Señor, ya estoy
preparada para morir. Ya podéis hacer cumplir vuestra ley si así lo requiere el
buen gobierno de vuestro reino...
Fernando, recordando su
oración a la Virgen el día de la salida de los moros de Alcalá, le
contestó con solemnidad, pero con
satisfacción y dulzura:
- Mi ley era contra los
moros, no contra los cristianos y tú, que eres ahora cristiana, no puedes ser
objeto de castigo alguno. Levántate y vuelve a Alcalá.
Yzyyra, besando las manos
del rey, agradecida y emocionada, aún se
atrevió a pedirle una cosa más:
- Señor, he vivido en la
opulencia y en la riqueza hasta hoy, mientras otros vivían en la necesidad y la
pobreza. Permíteme quedarme a vivir entre estas ruinas, viviendo de la caridad
de los caminantes y del agua de esta fuente que me ha dado de nuevo la vida,
hasta que Dios quiera. Al fin y al cabo, nada me queda ya en Alcalá, y sin
embargo aquí poseo el recuerdo de este momento. Me habéis hecho la mayor merced
que he recibido en mi vida y no quiero más. Viviré aquí haciendo vida de
penitencia y oración, como lo hizo Verania. No le negó el Rey Fernando este
deseo, aunque sí, mientras iniciaban el camino hacia el Vado de las Estacas,
recomendó a uno de los caballeros que, una vez pasado el vado había de volver a
Alcalá, que cuidara de ella y que nada le faltase, pues no en vano ahora era
ahijada del mismo Rey. Yzyyra vivió muchos años en las ruinas de aquella
cuesta, ayudando a cuantos caminantes necesitaban ayuda o, simplemente, un poco
de agua fresca. Por su propio deseo, allí vivió Yzyyra no se sabe cuántos años,
pues según unos, dejaron de verla alrededor de la fuente a partir de la
invasión mariní del año 1261, en la que los moros entraron y arrasaron buena
parte de Alcalá. Según otros, la volvieron a ver mucho tiempo después, pero a
ciencia cierta nadie supo explicar qué fue de ella.
Lo cierto y verdad es
que, aunque la historia de su bautizo era conocida, todos la llamaban «la
Mora», no sabemos si por ser la única mora que quedó en Alcalá tras su
conquista o quizás por cierta envidia, ya que no ha nacido en Alcalá del Río
quien haya sido mejor bautizado: un Santo
Rey por padrino, un Arzobispo por ministro,
por nombre María
Verania, en un 15
de agosto y ante la Virgen de los Reyes.
De todo este suceso, aún perdura el nombre de Cuesta de la Mora y Fuente de la
Mora en este lugar. Y también este modesto relato, que tenga mucho o poco de
verdad, muy bien pudo ser así. Al menos, todo lo que hasta ahora se puede leer
en los papeles antiguos, así lo confirma.
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