lunes, 10 de septiembre de 2018

Fuente de la Mora (Alcalá del Río, Sevilla)


Cualquier  alcalareño   habrá  pasado  alguna  vez, unos a diario, otros de tarde en tarde, por la  cuesta que llaman de la Mora, en el camino que va hacia la vega, en la orilla derecha del río antes de que éste llegue a la presa. Es una cuesta larga, en forma de ese muy abierta que, según se va de Alcalá a la vega, baja hacia la propia llanura de ésta, de la que la separa un pequeño arroyo que llaman de Gabino. Cerca del arroyo y a los pies mismos de la cuesta. una fuente antes fresca y limpia de riquísima agua, recubierta por restos de construcciones antiguas, es conocida  igualmente como Fuente de la Mora.
Por una cosa o por otra, o quizás  por algo que ni yo mismo sabría explicar, todo aquel entorno me ha parecido siempre misterioso y lleno de enigmas, en el que parecía que al caer la tarde, el susurro de la brisa y las voces lejanas de los gallanes  que aún permanecían en el campo, eran voces llegadas desde otros siglos de la historia que algo nos querían decir. Subiendo o bajando la Cuesta de la Mora, todo es un interrogante indefinido y difuso del que quizás lo único concreto que acertamos a plantear­ nos es el por qué, desde tiempo inmemorial, se le llama a aquello l a cuesta y la fuente de la Mora.
Lo que  te voy a contar.  no lo tomes como  una historia. sino como una leyenda, y te la voy a contar tal como yo la creo. según la oí algún día o lo que acerté al leer en  algún  manuscrito  de papel  amarillento  y letras casi borradas por el paso del tiempo.
Era el verano del año 1.247. a finales del mes de julio. En aquellos días, tras una penosa resistencia a todo trance por los defensores de «al Qal'at Ragwal». que así era llamado Alcalá del Río por los moros, el rey Fernando III de Castilla y León. por fin, había conse­ guido conquistar la plaza y entrar en ella con su ejército. Eran días de un calor sofocante. en los que, al atardecer, apenas corría brisa para que se moviesen levemente las banderas y estandartes blancos y rojos. con castillos y leones, que enarbolaban desde el día de la conquista sobre los altos y fuertes torreones con los que estaba rodeado todo el pueblo.
La defensa de Alcalá había sido dirigida por el propio Axataf en persona, caudillo y jefe militar del Reino de Sevilla, pero viendo ya imposible resistir por más tiempo al rey castellano. y avisado que unas naves castellanas subían río arriba para atacar a la propia capital de Isbilia . nombre del que luego denvó Sevilla, Axataf salió a la desesperada de Alcalá con lo mejor de su ejército, dejando la fortaleza en manos de los vecinos para que éstos capitulasen en la  rendición en la mejor forma que pudiesen.
Apenas el Rey Fernando el Santo entrara en Alcalá por la puerta de Poniente, mandó establecer sus reales o campamento sobre los solares  y descampados que se encontraban detrás de toda la muralla de aquella parte hasta la puerta norte que daba salida al camino de la vega y del Vado de las Estacas. Con el tiempo. sobre estos solares se formaría luego la que sería llamada desde entonces calle del Real de Castilla.
Las capitulaciones de rendición fueron duras, dado que la resistencia había sido tenaz., con grandes pérdi­ das para el ejército castellano y por cuanto Alcalá era una plaza  fuerte de vital   importancia tanto para la defensa mora de Sevilla como para la seguridad de la retaguardia castellana. Comunicada con la capital por el río y por caminos por ambas de sus márgenes, rodeada de fuertes murallas y torreones y a dos pasos del Vado de las Estacas y del Castillo de Constantina, la fortaleza de Ragwal tenía que ser conservada sin riesgos de ningún tipo, máxime cuando ahora quedaría a la espalda del ejército que iba a rodear Sevilla y mantener su cerco hasta su rendición.

Por esta causa, las  leyes dadas  por el  rey eran tajantes y duras: dentro de Alcalá sólo quedarían los caballeros y soldados castellanos y. de entre los pobladores que la habitaban antes de la conquista. tan sólo se permitiría quedar e a aquellos que fueren reconocidos y probados motárabes. es decir. cristianos que habían estado viviendo entre los moros. Los demás, tenían de plazo hasta el  día de Santa María de las Nieves -el 5 de agosto- para recoger sus pertenencias indispensables, reponerse de salud y abandonar la comarca. A partir de este día 5 de agosto, cualquier moro que se capturase en los a l rededores de Alcalá. fuere hombre o mujer, sería considerado enemigo infiltrado en el reino de Castilla y, como traidor, ajusticiado en el mismo lugar de su captura.
Aquel 5 de agosto fue un día único en Alcalá del Río por su tristeza. que embargó incluso a los castellanos vencedores. Dado que la caída de Sevilla era inminente. Todos  los moros que habían de abandonar Alcalá decidieron ir, directamente, hacia otros reinos o lugares más seguros y que no estaban en guerra con Castilla, como eran Granada, Xcrcx. Ronda, Málaga o. aún mejor, pasar a África a través de Gibraltar y Tarifa. Para todos estos destinos. el único camino era a través de «a l Qalat Yabir» (Alcalá del Guadaira) y  Utrera. A causa del exceso calor. decidieron ponerse en marcha al caer la tarde con objeto de. al anochecer. haber pasado ya el  Vado de las Estacas y acampar a la otra orilla del río. Para ello. y dado que a esas horas de la tarde l a marca del río tenía cubierto el vado del Cascajal y no era recomendable su paso con tantos carro!.. animales,  mujeres y niños, muchos de ellos a pie. es por lo que decidieron pasarlo por el otro vado. que se encontraba río arriba. en la vega. en el que se dejaba sentir menos el efecto de la marea.
En la mañana de aquel 5 de agosto, muchos moros se despidieron de los mozárabes que se quedaban en Alcalá. pues existían estrechos y recíprocos lazos de amistad en muchas familias. Llantos, lágrimas, suspiros, tristeza y desesperación era todo lo que aquella mañana corría por las calles alcalareñas. Por la tarde, después de una necesaria siesta para reponer fuerzas para el largo camino que les esperaba, la comitiva se puso en marcha. Los puntos de reunión eran la plaza de armas, junto al mirador del río y la plaza que estaba junto a la mezquita y su al minar, que luego habríamos de conocerlas como Plaza de España y Plaza del Calvario.
Formada la comitiva, dados los últimos encargos y abrazos. comprobado que todo lo necesario había sido cargado en los animales y carros y que ningún niño faltaba. se  pusieron en marcha hacia la Puerta del Vado, atravesando el real castellano. A un lado y a otro de la senda entre las tiendas del real, luego Calle del Real de Castilla. los soldados cristianos, con su rey al frente, presenciaban el trágico desfile. Ni siquiera su condición de vencedores victoriosos les evitó el sentir y el sufrir aquel triste espectáculo de familias enteras, derrotadas en todo, camino a lo desconocido, dejando atrás el lugar donde habían nacido ellos y sus antepasados, sin más patrimonio que lo que llevaban sobre su carro o su burro. Todos miraban atrás como despidiéndose de su querido Ragwal. al que sabían que ya no volverían jamás.
Sobre el más lujoso de los carros una mujer joven y guapa llamó poderosamente la atención del rey. A pesar de su profunda tristeza.la mirada que cruzó con el  rey no fue de odio, ni  de venganza, ni siquiera de reproche. Fue quizás corno una súplica, no falla de cierta admiración. El rey no supo leer exacta­ mente el mensaje de aquella mirada que. aunque nostálgica y suplicante. parecía tener algo de aprobación o, al menos, de resignada aceptación. 
El mismo rey, conmovido y entristecí­do  por esta cara  negativa de la guerra. penetró en su tienda y. ante la pequeña imagen de la Virgen con el Niño que siempre le acompañaban en las campañas, se puso a rezar. En su oración a la Virgen de Los Reyes vino a decir algo así, -»Santa María, Madre del Redentor, según el recto juicio que me dicta mi conciencia, he de guardar y proteger los reinos y a los vasallos que Dios ha puesto a mi cuidado, y también estos nuevos reinos y ciudades que, para mayor  gloria de  Dios y su sama  religión, estamos conquistando a los infieles. Para su guarda y seguridad, me 1•eo obligado a dictar  leyes severas  y duras que disuadan a nuestros enemigos de intentar causarles grandes males y pe1juicios a quienes  Dios ha puesto bajo mi protección y cuidado.  Pero no quisiera ser injusto con estas pobres gentes. entre los que sin duda debe haber mucho inocente.
Por mi regia condición y deber de ser el ejemplo de mis soldados y caballeros, en el ejercicio de mi autoridad. he de cumplir y hacer cumplir las leyes que yo mismo me siento en obligación de dictar. pero si algún caso debe ser una excepción, no permitas que mi rigor llegue a cometer injusticia.»
Cuando volvió a salir de su tienda toda la comitiva había pasado y fue entonces cuando se interesó por saber de aquella mujer que tanto le había impresiona­ do, pues por su atuendo y carroza parecía de clase noble. Mandaron traer a un mozárabe, llamado Juan, quien le contó que  e trataba de Yzyyra. la hija del alcaide o gobernador de la fortaleza de Ragwal (al­ caíd). Su padre, autoritario, déspota y tirano, había huido con Axataf a Sevilla antes de la rendición, dejando tras de sí una justa fama de tirano no sólo para los cristianos, si no para los propios moros alcalareños. Su hija Yzyyraera lo contrario que su padre, caritativa, indulgente y comprensiva. Entre los alcalareños era general el rumor de que se quería convertir al cristianismo, porque por temor a su padre no se había bautizado, ya  que  si  esto  se  hubiese  producido,  no sólo  ella hubiese sido la víctima de la ira del caíd, sino que muchos mozárabes hubiesen sufrido las consecuencias.
Enterado también el Rey Fernando que Ramón Bonifaz subía río arriba con una escuadra de barcos, dispuesto a romper el puente de barcas que unía Sevilla y Triana, ordenó hacer los preparativos para levantar el campamento  y aproximarse a Sevilla, iniciando así el cerco y asedio definitivo de la ciudad.
Una vez había sido desalojada la fortaleza por los moros, se aprovecharon estos días más tranquilos para el descanso  y curación de los soldados heridos en la conquista, el arreglo de las máquinas de guerra, la organización  administrativa de Alcalá de Guadalquivir, que así se comenzó a llamar en legua castellana y, sobre todo, para dar gracias a Dios por la curación del Rey y la victoria. En la curación del monarca tuvo mucho que ver el sepulcro de San Gregorio donde, al introducir  la cabeza  para contemplar  sus restos,  se sintió repentinamente aliviado del gran dolor que le venía aquejando.
Se fijó como fecha de partida el día 15 de agosto, festividad de Santa María. Aquel día: por la mañana, el Arzobispo de Segovia Don Remondo, que acompañaba al rey en la campaña, consagró la mezquita como iglesia mayor en honor de Santa María por ser su festividad y, seguidamente, se celebró una solemne función de Acción de Gracias. Debido al fuerte calor, al igual que lo hicieran los moros expulsados, la partida siguiéndose igualmente el camino del Vado de las Estacas para hacer noche junto al mismo vado. Aquel día, mientras los soldados emplearon la siesta para descansar y preparar sus impedimentas, el rey la pasó en oración ante el sepulcro de San Gregorio, en la pequeña ermita bizantina situada junto a la plaza de armas, ordenando seguidamente que se dispusiera que la ermita fuere reparada, ampliada y adornada.

Llegada  la  tarde,  todo  el  ejército  castellano, a excepción del retén que quedaría al cuidado de Alcalá, se puso en marcha a través de la calle del Real. El rey, el Arzobispo Don Remondo, sus caballeros  nobles y los de las órdenes militares encabezaban  el cortejo a caballo entre banderas y pendones acuartelados blan­cos y rojos con sus leones y castillos.
Tras cruzar la puerta del Vado y bajar el pequeño repecho que la une con el camino de la sierra, se encaminaron al norte. Al principio, el camino era ascendente, de tierra margosa y polvorienta, escaseando los árboles que pudieran protegerles del sofocante calor, a pesar de que el sol estaba ya tocando el horizonte tras el cerro de la Atalaya. Por ello, cuando la comitiva coronó la loma que se halla a un cuarto de legua y comenzó a descender por el camino de la vega hacia el vado, la sed y el sofoco se habían apoderado de todos.
Al terminar de bajar la cuesta y llegar al arroyo que corre entre ésta y la vega, éste se encontraba casi seco debido a las fechas en que estaban, ordenándose  que sólo acercaran a beber a los caballos que mostraran tener más sed y que los hombres esperasen  a llegar al vado, que se encontraba ya a unos pasos. Viendo unos de los acompañantes que hacía de guía que el rey estaba muy fatigado y sediento, pues ni siquiera había descansado durante la siesta, indicó que allí junto, oculta por las adelfas, había una fuente muy sana y fresca. Varios servidores y soldados fueron con diversas vasijas a la fuente y volvieron, para sorpresa del Rey, con una mujer mora a quien Fernando reconoció inmediatamente. Era Yzyyra, la hija del caid.
Mandó que la trajesen a su presencia y, tras preguntarle si entendía el castellano y ella afirmar que si, le preguntó porque no había cumplido la ley dada y se había ido con los suyos, sabiendo el castigo de la muerte. Yzyyra, con sumisión pero sin miedo, explicó:
-Majestad, apenas salimos de Ragwal, los que iban conmigo, al verme sin protección, comenzaron a acusarme de que era más cristiana que mora, luego unos desalmados se apoderaron de cuanto llevaba. Después de esto, ¿qué vida me espera?. Viajo a lo desconocido sabiendo la vida que me aguarda: siendo pobre los míos me consideran y me desprecian como si siguiera siendo la hija del caid; deseando ser cristiana habré de seguir siendo musulmana; siendo mora, los míos me considerarán como una cristiana.
- ¿Y el castigo  al que te arriesgabas  quedándote aquí? -le preguntó el rey, añadiendo:- ¿No sabías que si te sorprendíamos  tendría que hacer cumplir mi ley, aunque me pesara?
- También lo sabía y contaba con ello -contestó Yzyyra- pero mi vida no es lo que más me preocupa ahora.  ¿Qué  futuro  es  el  que  me espera,  viviendo errante y sufriendo el odio que a causa de mi padre me tienen muchos de los míos y a causa de mi no disimulada preferencia  por el cristianismo?  Para llevar esta vida, prefiero la muerte. Por esto me he confiado  a Santa María y decidí quedarme e implorar de los cristianos  que  me  dejasen  vivir  aquí,  junto  a  este arroyo, por el resto de mi vida. Lo más que podía perder en ello era la vida si se me aplicaba la ley dada por Vos con toda su rigidez, pero no me preocupa el que cumpláis  vuestra ley en mí, si antes, me concedéis el favor de mi última voluntad, favor que estoy segura que no me negaréis estando en peligro cierto e inminente de muerte.
El rey, asombrado  y conmovido por la sensatez y humildad de la hija del caid, le preguntó cual era ese último deseo.
-Ser bautizada- fue lo único que Yzyyra dijo, sin vacilar.

Fernando  miró a Don Remondo  en busca de un gesto de aprobación. El Arzobispo de Segovia le preguntó a Yzyyra si conocía la religión cristiana, si tenía fe y si estaba preparada para ello. La respuesta de la mora no sólo fue convincente, confirmando lo que ya ellos sabían, sino que sin tregua comenzó a recitar el Credo. El rey, profundamente conmovido y emocionado, ordenó que fuese descubierta la imagen de la Virgen con el Niño para que, a modo de altar, presidiera la ceremonia. Fue el mismo Rey quien se ofreció a hacer de padrino y el propio Don Remondo quien, con agua de la fuente, la bautizó con el nombre que ella misma había elegido: María Verania. Al terminar la ceremonia, y tras un breve momento de silencio que nadie se atrevió a romper, o porque María Verania permaneció en profunda oración o porque la emoción no les permitió articular palabra, fue María misma la que dijo:
-Señor, ya estoy preparada para morir. Ya podéis hacer cumplir vuestra ley si así lo requiere el buen gobierno de vuestro reino...
Fernando, recordando su oración a la Virgen el día de la salida de los moros de Alcalá, le contestó  con solemnidad, pero con satisfacción  y dulzura:
- Mi ley era contra los moros, no contra los cristianos y tú, que eres ahora cristiana, no puedes ser objeto de castigo alguno. Levántate y vuelve a Alcalá.
Yzyyra, besando las manos del rey, agradecida  y emocionada, aún se atrevió a pedirle una cosa más:
- Señor, he vivido en la opulencia y en la riqueza hasta hoy, mientras otros vivían en la necesidad y la pobreza. Permíteme quedarme a vivir entre estas ruinas, viviendo de la caridad de los caminantes y del agua de esta fuente que me ha dado de nuevo la vida, hasta que Dios quiera. Al fin y al cabo, nada me queda ya en Alcalá, y sin embargo aquí poseo el recuerdo de este momento. Me habéis hecho la mayor merced que he recibido en mi vida y no quiero más. Viviré aquí haciendo vida de penitencia y oración, como lo hizo Verania. No le negó el Rey Fernando este deseo, aunque sí, mientras iniciaban el camino hacia el Vado de las Estacas, recomendó a uno de los caballeros que, una vez pasado el vado había de volver a Alcalá, que cuidara de ella y que nada le faltase, pues no en vano ahora era ahijada del mismo Rey. Yzyyra vivió muchos años en las ruinas de aquella cuesta, ayudando a cuantos caminantes necesitaban ayuda o, simplemente, un poco de agua fresca. Por su propio deseo, allí vivió Yzyyra no se sabe cuántos años, pues según unos, dejaron de verla alrededor de la fuente a partir de la invasión mariní del año 1261, en la que los moros entraron y arrasaron buena parte de Alcalá. Según otros, la volvieron a ver mucho tiempo después, pero a ciencia cierta nadie supo explicar qué fue de ella.
Lo cierto y verdad es que, aunque la historia de su bautizo era conocida, todos la llamaban «la Mora», no sabemos si por ser la única mora que quedó en Alcalá tras su conquista o quizás por cierta envidia, ya que no ha nacido en Alcalá del Río quien  haya sido mejor bautizado: un Santo Rey por padrino, un Arzobispo por ministro,  por  nombre  María  Verania,  en  un  15 de  agosto y ante la Virgen de los Reyes. De todo este suceso, aún perdura el nombre de Cuesta de la Mora y Fuente de la Mora en este lugar. Y también este modesto relato, que tenga mucho o poco de verdad, muy bien pudo ser así. Al menos, todo lo que hasta ahora se puede leer en los papeles antiguos, así lo confirma.

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