miércoles, 3 de abril de 2019

El baño de Zarieb (Córdoba)

En Atenas de Occidente,
la corte de los Califas
que su esplendor y riqueza
con Damasco rivaliza,
un día, hermosa Zaynaba,
que es de su padre delicia,
y de Almanzor en la corte
su amor todos pretendían,
en níveos velos envuelta,
de sus doncellas seguida,
de Cozayxí hacia la plaza
con paso breve camina.
Por una calleja angosta
aparece comitiva,
que en overo engalanado
una novia conducía.
El pueblo corre, la sigue,
en su derredor se apiña,
la plaza llena, y gritando
desenfrenado se agita.
De terror Zaynaba presa,
en el bullicio perdida,
llegar á una calle logra
y se detiene indecisa.
Ella, que en régíos alcázares
entre esplendores, tranquila
pasa la vida, cual tórtola
en jaula de oro cautiva,
sin saber donde se encuentra,
su mirada ansiosa, fija
en los arábigos pórticos
que se halla ante su vista.
Doncel en uno apercibe,
y grata esperanza abriga,
pues su lujoso ropaje
riqueza al menos indica.
Vacilante, aunque resuelta,
al mancebo se aproxima:
—¿De Zarieb el baño es este?
pregúntale la morisca.
Con afán creciente el jóven;
—Sí, este es el baño—replica.
—¿Llegaron ya mis doncellas?
—Os aguardan intranquilas.
Salas y patio recorre,
y temor Zaynaba abriga;
todo encuéntralo desierto,
sin mármoles, ni alcatifas...
Detiénese breve instante,
y piensa, duda, vacila,
resuélvese, y vuelve al patio,
rebujo y bríal se quita.
Tanta esplendente hermosura
al mancebo maravilla;
absorto queda, y-la mora
dice:—Me creistes perdida,
buscando el célebre baño,
y comprender no podías,
que pretesto fué tan solo
de amor que en el pecho ardía.
Amor que á ofrecerte vengo,
que sed tiene de caricias,
amor cual rayo fulgente
que al paso todo calcina,
pero antes, vé por manjares,
compra viandas esquisitas,
que yo aguardándote quedo;
mas no tardes, por tu vida.
Vé presto, toma mi ajorca...—
Y su mirada la fija
en el que de amor ya esclavo,
por ella diera la vida.
Al verse sola Zaynaba,
grito exhala de alegría,
rebujo y brial recoje,
y en el peligro, tranquila,
ocultando hermoso rostro
y sus formas peregrinas,
abandona la morada
donde pudo ser la víctima.

II

La mora, sin sobresaltos,
recorre calles, inquiere,
y en el baño á sus doncellas
encuéntralas impacientes.
Cacir, que llega anhelante
á su morada, do cree
hallar mujer, cual hurí
que Mahoma al creyente ofrece,
al ver desiertas las salas,
fiero pesar le acomete,
y al par que exhala gemidos,
se golpéa rudamente.
En la calle, en el mercado,
sus ojos lágrimas vierten,
y á sus preguntas y súplicas
ninguna noticia obtiene.
La ajorca de la doncella
la lleva consigo, y quiere
mostrándola y preguntando
saber á quien pertenece,
Zayun, el Visir, le observa;
llámale y lloroso al verle,
cuando en riquezas lo juzga,
la causa saber pretende.
El jóven muestra la alhaja
de dama que le enloquece,
y astuto el Visir; ordena
que por otra se la truequen;
pero Cacir al notarlo,
dolor tan agudo siente,
que todos loco juzgándole,
su desgracia compadecen.
Zayun al alcázar llega,
y hallando á Zaynaba alegre,
sol fulgente entre luceros,
esgrime el acero aleve.
Altiva la mora, exclama:
—¿Por qué matarme pretendes?
cálmate, padre, y respóndeme:
¿en qué pude yo ofenderte?
—¿Esta alhaja la perdiste?
—No,—y con acento solemne,
de la aventura del baño
todo á su padre refiere.
Demanda el Visir consejo;
sabio el Califa y prudente
manda que á Cacir, al punto,
á su presencia lo lleven.
Pregúntale, en su relato,
do la verdad resplandece,
desde que vió á la morisca
inmenso amor se comprende.
Grave el Califa, murmura:
—Dime, si casarte quieres.
—Mi amor, solo es mi riqueza;
soy pobre, espero la muerte.
—Yo te daré seis mil doblas.
—Yo, la mujer porque muere,—
replica Zayun, y al jóven
nuevo sueño le parece.
Con ricas fiestas espléndidas
celébrase boda en breve;
Zaynaba y Cacir alcanzan
la dicha que bien merecen.
Del siglo doce á mediados,
ocurrió lo que antecede,
por el Baño de Zarieb,
según crónicas refieren.

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