sábado, 20 de abril de 2019

Reina Cava (Pedroche, Córdoba)

Pedroche, fue escenario un tiempo de la desgraciada historia de la Reina Cava. En su castillo de Piedra (Betrus‐Him), propiedad de Teodoredo, se reunían los hijos de los nobles.    Era entonces la casa del rey escuela de milicia. Allí los varones, en edad de merecer, aprendían el manejo de las armas, guardaban la persona del rey, le seguían en la guerra y en la caza y le servían a la mesa.    Allí las muchachas principales, como damas de la reina, eran adoctrinadas en el canto y en la danza, en las labores y en cuanto a mujeres pertenecía. Allí se concertaban los matrimonios de unos y otras conforme a sus méritos y cualidades.    Entre las jóvenes puestas al servicio de la reina Egilona destacaba por su extraordinaria hermosura una princesa, llamada Cava, hija del conde don Julián. Por línea materna era nieta del rey Egica.    Cuenta la leyenda que un día de la primavera del año 709 un grupo de músicos ambulantes entraron en la plaza del castillo. Al son de sus melodías las muchachas dieron muestras de regocijo y comenzaron a saltar y a bailar. Movido por la curiosidad asómose el rey Rodrigo a la ventana del castillo en el preciso instante en que Cava caía en el suelo y descubría gran parte de su cuerpo.    Quedó el rey tan herido y prendado de la joven princesa que desde entonces en ninguna otra cosa podía pensar. Crecía en sus entrañas aquel innegable deseo y se avivaba más aún con la frecuente vista de la hermosísima doncella. Buscó tiempo y lugar oportuno para satisfacerse, mas la Cava no se dejó vencer ni con halagos ni con amenazas. Llegó a tanto el desatino del rey que no dudó en hacerle fuerza y violentarla.    Como fuera de sí por la afrenta recibida, la joven no sabía qué partido tomar: Si disimular su daño o si dar cuenta de él. Determinó por fin comunicarlo a su padre, el conde don Julián, que por aquel entonces se hallaba en África como embajador del mismo rey.    "...Ojalá, padre y señor, ojalá la tierra se me abriera antes que me viera puesta en condición de daros esta triste nueva. Me avergüenzo de escribir lo que no me es lícito callar: Vuestra hija, de estirpe real, encomendada al rey Rodrigo, como una oveja al lobo, ha sido afrentada por él. Vos, si sois varón, haréis que el gusto que tomó de nuestro daño se le vuelva veneno y no quede sin castigo quien así se burló de nuestra casa y linaje".    Aguijoneado por el dolor de la afrenta volvió don Julián rápidamente de África. Pero no era el conde tan ingenuo que no supiera fingir y disimular sus verdaderos propósitos. Fue recibido y agasajado en la corte, creció en gracia y en privanza y apoyado en el favor real no hubo secreto ni privilegio que él no compartiera.    Estaban revueltas entonces las cosas con Francia. Las tropas del país vecino molestaban a las nuestras con algunas incursiones. Y fue esta la ocasión aprovechada por don Julián para poner en práctica su secreta venganza:    Con diversas trazas acentuó el peligro que por el norte se cernía sobre la España visigoda. Era necesario enviar allá los soldados, caballos y armas de que dispusiera el reino...    Al mismo tiempo el conde pedía volver a África: Su esposa había quedado allá y sufriendo grave enfermedad nada podría aliviarla tanto como la vista de su amada hija.    Junto a la ribera del Mediterráneo, en Málaga, hay una puerta, llamada de la Cava, por donde se dice que salieron padre e hija para embarcarse. Y así, mientras el reino enviaba todos sus hombres a la frontera francesa, quedando desprovisto de fuerzas, don Julián y su bella hija cruzaban el estrecho.    Poco tiempo después, los ejércitos moros invadían la Península... Con ellos volvió el conde peleando no al lado, sino frente al rey que un día ofendiera a su hija.    Y dicen las crónicas que los invasores degollaron a los hijos y familiares de la real estirpe goda. Y que entre los hijos del rey Rodrigo había quedado sin vida el que también fuera hijo de la Cava...    Hay una fuente en Pedroche con la particularidad de tener el suelo de madera. Es la fuente de la Cava. Allí, cuentan los ancianos, como una tradición recibida de padres a hijos, que la infortunada princesa lloró con desgarro la muerte de su hijo.    Y que, encaramada sobre el brocal retorcido de la fuente, maldijo su propio destino. Y que arrancándose sus collares y brazaletes de oro se arrojó desesperada a las aguas silenciosas... Y que durante muchos años, al filo de la madrugada, una voz entrecortada y llorosa, como queriendo justificar el desatino de su decisión, desde lo profundo de la fuente solía repetir: Más que la propia vida vale un hijo cualquiera. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario