miércoles, 10 de abril de 2019

Palacio de los Condes de Santa Ana (Lucena, Córdoba)

Todo empezó con las obras de restauración del antiguo Palacio de los Condes de Santa Ana y de la Vega, uno de los más bellos palacios barrocos de Lucena, allá por el año 2009. Los trabajadores encontraron en los sótanos del Palacio un hallazgo un tanto macabro: se trataba del cuerpo de un hombre enterrado y rodeado de varios crucifijos. El hecho se quedó en poco más que una anécdota y decidieron dejarlo tal y como lo habían encontrado sin llegar a saber la identidad del enigmático personaje. Pero, ¿qué era lo que había hecho este hombre para estar enterrado de tan extraña forma?
Pues bien, la historia se remonta a principios del siglo XX, cuando el Palacio de los Condes de Santa Ana fue adquirido por la familia Torres-Burgos. Y a esta familia le resultó muy extraño que la fachada, compuesta por cinco espectaculares balcones que dan a la c/San Pedro (una de las más señoriales de Lucena), no se correspondía con ninguna estancia interior. Es decir, por más que buscaban no daban con la habitación en la que se encontraban estos bellísimos balcones, así como otros tres que daban al primer patio del palacio.
Ante esto, la familia llamó a algunos albañiles, que, tocando sutilmente las paredes, hallaron que una sonaba a hueca. El nuevo señor del palacio dio la orden para que la derribaran y, cuál fue la sorpresa de todos los allí presentes, cuando ante sus ojos apareció un fastuoso salón de baile del siglo XIX.
Tras el hallazgo, la Familia Torres-Burgos se puso en contacto con un sobrino del último conde de Santa Ana, que les relató el por qué la familia se había deshecho de este maravilloso palacio, y el por qué de dejar tapiado el hermoso salón de baile:
Todo empezó en ese mismo siglo, el XIX, cuando el IV Conde de Santa Ana y de la Vega sorprendió a su esposa, doña Marina Fernández de Lincres, con su amante en este salón. Se decía que, a consecuencia de esto, el conde fue cegado por los celos y en ese mismo instante retó al amante de su esposa en la misma estancia, muriendo el amante a manos del esposo. Como venganza por su traición, el Conde dejó a su esposa encerrada en ese lugar, tampiando todos los balcones y entradas de acceso.
Como venganza, se dice que doña Marina roció todas las paredes con su perfume para que nunca su presencia cayera en el olvido. Murió allí, en ese salón que se convirtió en su tumba en vida. Finalmente, el señor conde hizo derribar una de las paredes y darle a su esposa santa sepultura en Granada, y tras esto dispuso volver a tapiar de nuevo la pared y vender el palacio.
Y, desde entonces, cuando la oscuridad de la noche se mezcla con el escalofrío de la madruga, se cuenta que en el palacio encantado de Santa Ana se ve una figura femenina que recorre todas sus estancias del palacio, hasta que finalmente su espectro desaparece en el sótano para reencontrarse con su amor…
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