En un cortijo (hoy en día en ruinas) llamado Cortijo Los Nevazos y que pertenece a la localidad de Noalejo, vivía José Lara Villares con su mujer María. Tenían seis hijos, era una familia muy pobre, como tantas otras en aquellos tiempos.
Un día del mes de junio, estaba José en una huerta que tenía detrás del cortijo, vió un hombre llegar y le dijo: Buenos días! y el hombre le contestó: entre usted conmigo que le voy a arreglar la sartén. José se quedó pensando como sabía el hombre que tenían la sartén de hacer el queso rota; le sacó la sartén, a lo que el hombre, de una capacha de esparto que llevaba sacó unas tijeras muy pequeñas y le cortó todo el fondo alrededor, pidió que le dieran una chapa de lata y un clavo camero, de la chapa cortó una pieza justa para el fondo de la sartén y el clavo lo dividió en siete piezas o trozos, con un martillo dorado muy pequeñito que tenía, las hijas de José que estaban allí se reían de ver las dos herramientas tan pequeñas, y el hombre les dijo: !Niñas se de lo que os estáis riendo, del martillo y de las tijeras que tengo! !Este martillo y estas tijeras me las dejó mi padre a mí que era carpintero y con lo que ganaba en la carpintería nos mantenía a mi madre y a mí! Con los clavos remachó la chapa y arregló la sartén, después le dijo a José: !Venga usted conmigo! Ambos salieron a la puerta del cortijo y se sentaron, la sartén tenía el rabo torcido y el hombre sólo con tocarlo lo puso derecho. Volvieron dentro de nuevo, y les dijo a las niñas que probaran la sartén a ver si estaba arreglada, estas la llenaron de agua y por cada trozo de clavo, que tenía puestos, que eran siete, se salían siete chorros de agua, bueno, dijo el hombre, vamos a hacer una prueba que hacía mi padre, tenéis que echar ¾ de litro de agua y tres puñados de ceniza y la ponéis a hervir en el fuego. La sartén quedó arreglada y ya no se volvió a salir. Las muchachas le preguntaron al hombre que tenían que darle, y este les dijo que sólo quería un poco de agua y un pedazo de pan, ellas le dieron el agua y le contestaron que no tenían pan, pues su madre había ido al pueblo a comprarlo y aún no había regresado. Le dijo pues al padre que le enseñara la vereda que conducía a Cerezo Gordo (otro cortijo), el lo acompañó y el hombre emprendió el camino. Pasados unos minutos, el hombre volvió de nuevo, entró en el cortijo y le preguntó a José: ¿Mire usted a ver si me dejo algo?, miraban y no veían nada, salió a la calle y volvió de nuevo a entrar haciendo la misma pregunta, repitiendo lo mismo tres veces y después dijo: !Es que, mire usted, me suelo dejar cosas olvidadas y no es fácil volver más por aquí! Salió del cortijo y se fué por el camino que le había indicado antes José, dejando detrás de el un gran resplandor. Al poco rato, llegó la madre, María que venía del pueblo, con el pan y la compra, sacó las cosas y se pusieron a comer. La mujer no hacía más que mirar a José, este tenía una camisa blanca, y le dice: !José que tienes unas letras ahí! (Maria sabía leer un poco), pero se acercó a ver y no supo leer lo que decían. Llevaron pues la tela al obispo de Jaén, quien les comentó que era latín, y que la traducción al castellano era: “VEN A MI MÁRTIR, CON CRISTO TRATAS, DELANTE DE TÍ ESTÁ”.
María y José guardaron las letras y la sartén; iba pasando el tiempo y la gente le pedía la tela cuando algún familiar se ponía enfermo, y algunos de vez en cuando cortaban una letra, es lo que me cuenta mi padre (nieto de José), pues la última vez que el vió la tela, faltaban 4 ó 5 letras. ¿Dónde se encuentran la tela y la sartén? José se hizo muy mayor y María murió, entonces este pasaba sus últimos días unas veces en casa de una hija y otras temporadas con otra pero siempre llevaba junto a él las dos cosas. Murió en casa de una de ellas, la cual las guardó hasta que esta también se fué, pasado el tiempo, se encuentran en poder de una de las nietas (prima hermana de mi padre), con lo cual, quien relata esto es la biznieta de José.
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