miércoles, 1 de abril de 2020

Fontana de Xodar (Jódar, Jaén)

Con el canciller D. Pedro López de Ayala, cesa la crónica y comienza la historia con el mismo carácter de reflexión humana y social que mucho después habían de imprimir en ella los grandes narradores del Renacimiento.
Con su obra histórica, que abarca varios reinados hasta el de Enrique III y en las generaciones y semblanzas de su sobrino Fernán Pérez de Guzmán, señor de Batres, ambas contemporáneas de gran parte de los sucesos que describir, con arreglo a la doble ley que obliga al historiador a no decir falsedad ni ocultar la verdad presentan al primer príncipe de Asturias, desde 1390 Enrique III de Castilla, de débil contextura, lo que le vale el nombre de El Doliente, aunque de animo entero y bien probada energía. Entre las empresas que acometió, descuella el establecimiento de relaciones diplomáticas con el famoso soberano tártaro Tamerlán, rey de Persia y emperador del Mogol y con el sultán Bayaceto, El Rayo. Fueron varias las embajadas que se cruzaron. De la segunda castellana se conserva curiosa descripción en la Historia del Gran Tamerlán, escrita por uno de los embajadores, Rui González de Clavijo. Cuenta las fiestas con que los agasajaron y las peculiares costumbres que tenían. Acostumbraban a beber en abundancia vino y "dan de beber tantas veces y tan a menudo que facen a los omes beodos", pues el embriagarse lo "han ellos por nobleza ca entenderían que no sería placer ni regocijo donde no oviese omes beodos". Cita la curiosidad que el anillo de Tamerlan mudaba de color al decir en su presencia una mentira. Pues bien, a ese lejano país, donde imperaba el célebre jefe tártaro, fue enviada por el rey Doliente, la primera embajada castellana, que la formaron Payo Gómez de Sotomayor y Hernán Sánchez de Pazuelos. Encontraron al caudillo en la Anatolia donde acababa de vencer a los turcos y se mostró complacido al recibir a los enviados de aquel soberano de Occidente, celebrando fiestas en su honor. Correspondiendo a la gentileza de Enrique III, comisionó a varios de sus cortesanos, para que visitasen al rey de Castilla, ofreciendole en testimonio de amistad, ricos productos orientales.
Gómez de Sotomayor pidió al emperador del Mogol, que se uniesen a la embajada dos bellas esclavas que aquél tenía en su poder, accediendo Tamerlan a ponerlas bajo la tutela del rey castellano. Tras de corteses ofrecimientos y suntuosa despedida, emprendieron el regreso los embajadores españoles y los orientales, acompañados de las dos cautivas. Resultaron ser estas dos princesas, sobrinas de Segismundo, monarca de Austria, Hungría y Bohemia, que al acompañar a su tío en la brillante expedición de auxilio a Bizancio, y al ser derrotado por las fuerzas de Bayaceto, cerca de Niccopolis, cayeron prisioneras de este, que las trató con respeto. Pero vencido el sultán turco por las hordas tártaras, cambiaron de dueño, pasando a formar parte de la servidumbre de Tamerlan y habiendo recuperado al fin la suspirada libertad, gracias al embajador Sotomayor. Se llamaban Angelina y María de Grecia y se distinguían por su gran hermosura y excelentes prendas morales. Después de la penosa travesía por todo el Mediterráneo, desembarcaron en Sevilla, siendo objeto de una calurosa bienvenida, celebrándose la belleza de las infantas y los vistosos trajes enviados por Tamerlan.
Desde allí se trasladaron a Madrid y en varias jornadas llegaron a Jódar, villa que poseía Luis Méndez de Sotomayor, emparentado con uno de los embajadores, siendo agasajados con muchas fiestas en su honor, músicas, luminarias y bailes. Y es aquí, en Jódar, donde florece un amor, que prendió en Oriente. El noble Payo Gómez de Sotomayor desde el primer momento que contempló a la excautiva Dª María de Grecia quedó esclavo de sus encantos. Durante la larga navegación por las azules aguas del Mediterráneo, el embajador fue descubriendo nuevas perfecciones en la Infanta, pero por respeto y por la diferencia de edad no se atrevía a exteriorizar su íntimo sentir. Pero surgió en Jódar el obstáculo de mas consideración, un rival. Era un apuesto joven, del noble linaje de los Mendozas, cuya casa solariega se alzaba en Bedmar y que atraído a la vecina villa de Jódar por el acontecimiento de la 1legada de las princesitas, presto se había enamorado de Dª María, por lo cual tomó parte en las concurridas justas con que fueron obsequiadas, resultando vencedor. El embajador D. Payo, que por estos motivos no hallaba sosiego, no queriendo que se le anticipase prescindió de su calidad de fiel guardador de las dos bellas hermanas, de su viudez, de sus cuatro hijos y de que ya marchaba hacia el ocaso de su humana peregrinación, Doña María no había llegado a los quince años, mientras que él frisaba en los cincuenta. Resolvióse a manifestar su pasión oculta, el otoño se aproximaría a la primavera de la vida. Y en una noche serena, alumbrado por la plenitud de la luna, junto a la Fuente Principal de Jódar, que derramaba en acariciador murmullo, sus cristalinas aguas, Sotomayor, hondamente conmovido, expuso a Dª María el dulce sentimiento que le embargaba, siendo grande su gozo al ver en la Infanta la anhelada correspondencia, le debía ser libre y posiblemente le sería también deudora de su felicidad. El amor, que arraigó en Oriente, brotaba vigoroso en este rincón andaluz. Los vecinos de Xodar, como recuerdo inmarcesible de este cariño, que creció lozano en el siglo XV, lo rememoran con este cantar:


"En la fontana de Xodar
vi la niña de ojos bellos
e finque ferido de ellos
sin tener de vida una hora".


Pronto la comitiva levantó sus reales de la villa de Xodar, siguiendo por Úbeda y Baeza a coger el camino real de la Corte, por donde pasaron a Alcalá de Henares, donde fue recibida por el Rey que admiró los presentes y se condolió de la desgracia de las dos Princesas, tomándolas bajo su real protección y ofreciendole su apoyo, proponiéndose darlas a un rico y noble caballero por marido, pero quiso la suerte, que el despechado Caballero de Bedmar, que al notar la precipitada marcha de la comitiva, siguió sus pasos hasta la Corte, enterose el Rey de los amores de Doña María con Don Payo, al que causaron tal enojo, por considerarlo un grave desacato a su persona, por venir las damas encomendadas a su regia protección, que decretó la prisión del enamorado Embajador, el que, enterado confidencialmente por la misma Princesa de lo que contra el mismo se tramaba, huyó a Galicia, y, como la persecución arreciase, no encontrándose seguro en aquella región, pasó a Francia, hasta que los ruegos y lágrimas de la Princesa abandonada, ablandaron por fin al monarca, que otorgó su perdón, concediéndole la mano de doña María, a la que tenía sobrados derechos, pues erale deudora de la libertad y acaso de la vida.
Su hermana Doña Angelina casó en Segovia con el Regidor de la Ciudad Don Diego Contreras. De esta forma llegaron a nuestra Patria estas ilustres cautivas, para cuyos infortunios, dice el Licenciado Colmenares, la fortuna hizo teatro la mayor parte del mundo, pues habiéndolas sacado cautivas en tierna edad de Hungría, su Patria, las llevó entre prisiones y horrores militares al Asia y de allí, las volvió con fatigadas peregrinaciones a los últimos términos de Europa. ¡Oh, mortales, cual incierto es el sepulcro, aún de los Reyes!".

La Cruz de Requena

Esta leyenda es muy divulgada en la población, y todavía existe hoy, junto a la Carretera que va a Iznalloz, el lugar denominado la "Cuesta de Requena", conservándose su cruz hasta comienzos de siglo, para el Cronista Mesa Fernández esta historia representa la de una traición, la fecha en el momento histórico de la caída del Condestable Dávalos, acusado de mantener tratos con los Granadinos, acusaciones que después se demostraron eran falsas. En este contexto se sitúa Requena, que actuaba como adalid del Condestable, explorando el territorio, ya que conocía a la perfección el mismo. Los adalides eran personas marginales dedicadas al pillaje, incluso musulmanes pasados a territorio castellano, nada tiene de extraño de que el renegado Requena se dedicase al robo de ganado, hasta que fue sorprendido en su intento, siendo asesinado.
Otros opinan que Requena en realidad era un Alfaqueque, que servía como intermediario entre ambos reinos, con un profundo conocimiento de la lengua, ya que a diario se producían entre los castillos y villas vecinos de ambos reinos robos de ganado, captura de personas y muertes que en tiempos de tregua eran resueltos por estas personas antes de que las venganzas iniciasen de nuevo las hostilidades.
Nada tiene de extraño de que Requena traicionase a los castellanos, y éstos lo asesinasen, creando la leyenda de la aparición satánica como castigo a su traición a la causa cristiana, recordando con la cruz el pago que tenían los traidores. O bien, que traicionase a los musulmanes y que los cristianos creasen la leyenda de que se le apareció Satanás como castigo a su traición, colocando una cruz como símbolo de la victoria de la conversión de Requena.
La leyenda, publicada en la Revista "Galduria" por el Cronista Mesa Fernández dice así:
"Una de las más antiguas leyendas y más bellas es la referente a la Cruz de Requena, que oímos contar en nuestra niñez. Hace años desapareció el monumento, la cruz que la recordaba, pero el collado donde estuvo existe todavía, aunque ya nadie tiembla al pasar por aquellos lugares. En lo antiguo, antes de construirse la carretera de Almería, partía del pueblo, desde la llamada Puerta de Granada, situada al final de la Carrera de los Molinos, un camino que, bordeando La Golondrina se endereza a buscar las márgenes del río Jandulilla, casi paralelo al trazado de la actual carretera. A unos cuantos kilómetros del pueblo, en el sitio conocido por El Collado, hubo hasta el siglo pasado una cruz de madera, que recordaba el trágico suceso ocurrido allí, por los años finales del siglo XIV o principios del XV.
En una noche en que el agua caía a torrentes y en que el trueno y el relámpago eran dueños de la atmósfera, se deslizaba mas bien que caminando, un ser humano que entre imprecaciones y blasfemias, maldecía de su sino. Era el renegado Requena, el gran amigo del Alcaide del Castillo de Jódar, el que tantas veces traicionara no sólo a sus amigos los moros de Granada, sino también a los cristianos. Requena iba invocando al Diablo, cuando de pronto sus pies tropezaron con un animal tendido en el camino. A la luz de uno de los relámpagos se dio cuenta de que se trataba de un macho cabrío, lo que fue suficiente para que se lo echase a la espalda. Mas de pronto, el animal, que no era otro que Belcebú, le dirigió la palabra: ¡Requena! ¿ peso?, y Requena, que en tantas ocasiones había desafiado a la Divina Providencia, no pudo sobrevivir al pánico y quedó muerto en el acto. Unos campesinos se encontraron al día siguiente el cadáver ennegrecido y con las huellas indelebles del terror sufrido. Lo llevaron a Xodar y desde entonces "quedó el Diablo por las noches dueño absoluto de aquellos lugares". Años mas tarde, cuando los cristianos avanzaron en la reconquista, y Bélmez, Solera y Huelma fueron libres de la morisma, se puso una cruz en El Collado, ante cuya vista, los caminantes, después de rezar una oración, aligeraban su paso, sobre todo si la penumbra avanzaba en los cortos días de invierno. Tal es la leyenda sobre la Cruz de Requena. Existen motivos para pensar que debió de tener fondo real".


Estefanía Martínez

Es quizás una de las más claras leyendas sobre la inestabilidad de la frontera, hasta ahora se venía situando cronológicamente en el siglo XIII, pero no creemos que esta tradición se mantuviese todavía viva a finales del siglo XVI. En efecto, en las Relaciones Topográficas de Felipe II del año 1578, conservadas en la Biblioteca de El Escorial, capítulo 32, se dice: " A los treinta y dos Capítulos dixeron que en tiempo que Granada era de los Moros se peleaba cada día a las puertas de la misma villa, y que estando un día media docena de niños jugando cerca de un guerto, vinieron moros que habían ido a correr la tierra y pasaron por las puertas della y una mujer que se llamaba Estefanía Martínez tomó los niños y los echó por sobre la parte de un guerto y ella saltó por la misma parte y llegó un moro a tiempo que le llevó las tocas de la cabeza(...)". Así se relata este episodio fronterizo. En torno a 1421, según Argote de Molina, en las cercanías de Jódar había unos puestos de escucha para vigilar la zona, puestos que todavía se mencionan en las Relaciones Topográficas anteriores, fue a partir de 1430 cuando ya existía un definitivo control castellano del paso del Jandulilla, quizás se pueda situar esta tradición en torno a 1407 con el paso de las tropas de Muhammad VII.
La Leyenda fue adaptada por el Cronista Mesa Fernández, quien la adornó literariamente, fue publicada por primera vez en el Programa de Fiestas de 1956, el mencionado Cronista sitúa este hecho durante el Señorío de Sancho Martínez de Xodar, dandole la siguiente forma:
"Bien reforzadas fueron las murallas de Jódar, desde la puerta de Baeza, junto a la peña del Viñatero, hasta la de Granada, por donde se sale al Ejido. Dentro del recinto han quedado huertas que fertilizan y riegan las aguas que bajan del Castillo. Y por los portillos, pequeñas salidas abiertas en las murallas, por donde salen confiados en las treguas con los moros, no sólo los campesinos a sus trabajos, sino también mujeres y niños, que ayudan en las faenas y juegan junto a la muralla. Hasta que un buen día, sin que los vigías puestos en las atalayas del Cerro Nando y Cerro Luengo y muchos mas que rodean la Villa, y son como ojos, siempre abiertos dispuestos a prevenir las entradas de los moros, éstos, aprovechandose de las sombras de la noche y siguiendo desde los castillos de Bélmez y Solera el cauce del río Jandulilla, llegan temprano, a las primeras horas del día, a los bosquecillos que rodean el Barranco de Las Salinas. Sin ser descubiertos, se acercan aun más a la Villa, dispuestos a cautivar a un grupo de niños que vieron salir por el portillo de los huertos y que juegan junto a el. La presa se hace aun más tentadora, porque tras los niños sale al campo una joven y hermosa mujer. El adalid de los granadinos piensa en su harén, o en el favor que recibiría de su rey al entregarle la cautiva olvidándose de que había sido rota la tregua que había firmado Sancho Martínez con el Rey Alhamar. Desde la Torre Vieja del Castillo han visto, por fin, a los moros y dan la señal de alarma; suena una trompa que avisa del peligro, y las puertas y portillos quedan pronto bien atrancados. No se dan cuenta los vigilantes, ni de la mujer, ni de los niños que al exterior de la muralla se apretaban. Van a ser cautivados, y pronto correrán los corceles moros con su presa a guarnecerse en sus castillos. Pero no cuentan los infieles con el varonil animo de la mujer castellana; Estefanía Martinez, éste es el nombre de nuestra paisana, que se defiende con autentico animo varonil de los asaltantes. Hasta el ultimo rapaz ha sido salvado, aupandolo por encima de la débil muralla y aun lucha Estefanía con los moros, que no quieren perder la mejor de sus presas. Las ropas desgarradas, el pecho al aire, muestran el coraje de la mujer de Xodar, mientras que con un leve puñal y una estaca, se abre también camino hacia las escarpias que le sirven de agarradero para izarse y dejarse caer dentro de la plaza. Salvó a los niños y ha burlado a los moros, que sin esperar la acometida de los caballeros que bajan por la cuesta de la Cava, vuelven grupas hacia el Jandulilla".
Fue el Cronista, Narciso Mesa Fernández, quien recopiló estas tradiciones, dotándolas de un contenido literario del que carecían, así como de un contexto explicativo hasta ahora desconocido, de todas ellas sólo la del Cristo de la Misericordia, la Virgen de Cuadros y la Cruz de Requena se siguen refiriendo en la ciudad, aunque menos historiadas y con una narrativa menos complicada. La de la Fontana de Xodar y Estefanía Martínez son adaptaciones literarias de hechos reales, sobre todo, la segunda. No obstante todas son merecedoras de su análisis en el contexto de la frontera con el Reino de Granada y fiel reflejo del momento social que se vivía.

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