Según la leyenda, hace varios siglos, que en la pequeña alquería de Arroyo de la Miel, de la que nos hablan los repartimientos de Málaga, el río que pasaba por el lugar no sólo llevaba agua, sino que éstas poseían un sabor dulce.
En el siglo XVI existía en el lugar un ingenio para la molturación de la caña de azúcar de la que obtenía una miel muy apreciada dada la calidad de la caña que se producía en la zona.
Las aguas del arroyo, además de mover las ruedas motrices del ingenio, arrastraban residuos que las endulzaban. Este parece ser el dulce origen del nombre del pueblo.
Por otra parte, en la falda de la sierra abundaban las colmenas propicias por la gran superficie de tomillares. Las crónicas cuentan que producían una miel exquisita que tenía un gran mercado. Este dulce alimento también contribuyó a consolidar el nombre de la alquería, que nace en torno a un cortijo propiedad de la familia Zurita Zambrano desde el siglo XVI, que la venden a un fabricante genovés llamado Félix Solecio en 1784. Éste era un protegido de la familia Gálvez de Macharaviaya. Solecio fue el encargado de instalar molinos de papel para surtir a la fábrica de naipes de Macharaviaya.
Pero Arroyo de la Miel está entroncado en un pasado islámico, que nos recuerda los restos de su mezquita en la tribuna, consistentes en un arco de piedra, algunos muros y la primera planta, que se ha fundido con las modernas edificaciones que ocupan el entorno de la céntrica Plaza de España, dando así un salto hipotético de varios siglos en pocos metros.
Desde una esquina, es testigo excepcional del desarrollo de la antigua alquería el palacete de doña Carlota Tettamanzy, antigua propietaria de la mayor parte de los terrenos de lo que hoy se conoce por Benalmádena Costa.
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