Nuestro recorrido arranca en la calle Viento, en pleno centro. Esta callejuela angosta es frecuentada por turistas porque en ella se sitúa el Museo del Grabado Español. La vía conecta la legendaria zona de El Barrio con la Plaza de los Naranjos y, por lo tanto, es el paso natural para caminar de uno a otro lado. Sin embargo, muchas personas mayores oriundas de la localidad evitan la calzada por su azaroso pasado vinculado a sucesos paranormales.
Nuestro guía afirma que lo interesante del hecho no es si los acontecimientos que recoge la sabiduría popular son verdaderos o fruto de la imaginación, sino su «poder» para modificar todavía, en pleno siglo XXI, el comportamiento de las personas. «Cuando empecé a entrevistar a mayores me encontré con septuagenarios que nunca habían pasado por calle Viento. Fundamentalmente gente que vive en El Barrio, porque desde pequeños siempre les han dicho que ahí hay espantos y muchas apariciones», relata el historiador.
Uno de los sucesos extraños mejor documentados por la profusión de testigos fue recogido por el intelectual Fernando Alcalá en relación a la inexplicable lluvia de piedras (fenómeno conocido como litotelergias) acaecidos en tiempos de la República. «Contaba Fernando Alcalá que cuando Marbella formaba parte todavía de la España republicana o roja arrojaban piedras a quienes transitaban por las proximidades del castillo, exactamente por la calle Viento. Las sospechas prosigue García-Baena recaían en un conductor que atendía por Gabriel Guerrero y al que se acusó en 1931 de atacar a un grupo de milicianos de Fuengirola que se había desplazado para participar en una quema en Marbella. Fue tal el hecho que el alcalde Francisco Romero mandó llamar al susodicho para acusarle de las pedreas. Pero estando con él y con varios más del comité de salud pública, de nuevo empezaron a llover piedras en calle Viento. Lo extraño de todo es que caían en vertical, hecho inexplicable que entonces sucedía a diario».
El escritor afirma que posiblemente la estructura de esa calle con casas bajas típicas de pueblo con sótanos, cámaras y muchas terrazas y tejados y su propia fisonomía estrecha y oscura, le confiere una atmósfera mágica. Además, relata que a finales del siglo XIX y primera mitad del siglo XX a los niños se les asustaba diciendo que si no se callaban o no se estaban quietos iba a venir Martinillo pequeños seres del imaginario colectivo que, a veces, aparecen vestidos como frailes, con dientes y orejas puntiagudas.
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