En este libro Rojo cita a su vez la obra 'Tradiciones malagueñas', de Diego Vázquez Otero, editado en 1953. «Sucedió que los marineros lograron salvarse y llegar hasta el castillo de Nerja, en cuyo pequeño puerto fondeó la maltrecha galeaza. Ante las sorprendidas autoridades del castillo, que oyeron de sus propios labios la historia del capitán, toda la tripulación subió al monte transportando unos redondos de pino que previamente habían cortado, y allí con ellos construyeron la consabida cruz en agradecimiento por su milagrosa salvación», explica Rojo en su obra. La leyenda cuenta que este monte fue el primero que vio el marinero luso cuando amaneció vivo tras la tormenta.
Lo cierto es que en lo alto del cerro lo que hay desde hace décadas es una pequeña ermita pintada de blanco, en la que los lugareños y visitantes depositan velas y pequeñas imágenes de vírgenes y santos, como muestra de devoción. De hecho, en alguna ocasión se han producido pequeños incendios en la cumbre por la presencia de estos elementos. Sin embargo, el origen de esta toponimia parece estar más relacionado con la estructura de la propiedad de la zona y los repoblamientos que se llevaron a cabo tras la Conquista castellana y la expulsión de los moriscos desde finales del siglo XV. Así, al menos, lo constató Rojo en su libro, en el que cita un documento notarial fechado en 1671 en el que se venden las tierras que circundan este cerro y que habían pertenecido al soldado portugués Francisco Pinto, un texto que está en el Archivo Histórico Provincial de Málaga.
«El entrecomillado del documento no deja demasiadas dudas sobre quién fue el que le dio nombre al cerro de Pinto, y quien fue el que colocó la primera cruz sobre el mismo, suponemos que a raíz de algún tipo de promesa, allá por la mitad del siglo XVII. Estos pormenores no se sabrán nunca. Lo único que queda bastante claro es que jamás existió tal capitán Francisco Pinto, ni tormenta, ni galeaza, ni más zarandajas», escribe el investigador de Frigiliana en su libro 'Historia insólita de Nerja'. «De hecho el apellido Pinto existió en esta zona y aún hay personas que lo llevan en el vecino pueblo de Torrox», apostilla. En todo caso, el autor concluye señalando que «de todos modos este duro golpe de realidad no supone la pérdida de un ápice de encanto, de la historia, y de los valores paisajísticos, ecológicos y religiosos que encierra el redondo cerrillo de Pinto».
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