La
historia nos cuenta que el rey Felipe V llega a Navalcarnero el día 6 de
octubre de 1649, para esperar a su sobrina Doña María Ana de Austria, que viene
de Nápoles aquella tarde para casarse con él. La ceremonia se celebra al día
siguiente, en la capilla de la Concepción de la Iglesia, acto que celebra y
bendice el Cardenal Primado don Baltasar de Moscoso y Sandoval, presente en la
Corte Real.
Después
de la ceremonia matrimonial, los monarcas son invitados por el Padre Superior
de los Jesuitas a visitar la Cueva del Seminario y a degustar los ricos jamones
colgados y curados en la casa, los sabrosos quesos que elaboraba el padre
Zacarías y los buenos vinos solera de la tierra.
Los
reyes desposados aceptaron la ofrenda y bajaron a la cueva, una bodega bien
adornada y alumbrada. con grandes candilejas. Se dejaron acompañar por la
Comunidad de Jesuitas, por el Cardenal de Toledo y por algunos grandes de la
Corte. Cataron las buenas viandas y se entretuvieron tanto en los vinos rancios
que al rey se le subieron los colores tanto que, cuenta la leyenda, cogió en
brazos a su sobrina carnal, ya reina y esposa y la dio un beso tan fuerte,
prolongado y silencioso que el Padre Superior de los Jesuitas exclamó
"Jesús, María y José" y se bajó la capucha al igual que el Cardenal
Primado. Hasta las llamas de los candiles se inclinaron para ver tal muestra de
amor ¡Qué beso, Dios mío, que hasta la reina se desmayó!
Cuenta
la leyenda que aquel beso dejó un cierto aroma en la Cueva y que a pesar de los
siglos, todavía sigue en el ambiente. Las jóvenes monjas que conocían la
historia bajaban a hurtadillas y se extasiaban con el recuerdo y con el olor
del célebre beso.
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