Durante
muchos meses se recordaron en Toledo las fiestas y homenajes por la boda de
Beatriz de las Roelas y Don Santiago Galán en 1569. Beatriz era conocida por la
nobleza y generosidad de su familia y Santiago era un hidalgo joven que,
habiéndose quedado huérfano de muy niño, fue tomado bajo la protección de la
casa de Orgaz. Fue la Señora de Orgaz la que puso especial empeño en que ambos
jóvenes consistiesen en el casamiento.
Era
Beatriz una fiel devota de la Virgen Blanca de la Catedral toledana, cuya
imagen sirvió de divino testigo el día que contrajeron matrimonio y fidelidad
para siempre. Esta Virgen se encuentra en el centro del coro de la catedral y
se venera desde siempre en Toledo bajo el nombre de Nuestra Señora la Blanca.
Los
primeros meses de la pareja transcurrieron felices y alegres, alejados de
problemas, miserias y penalidades. Una tarde todo cambió repentinamente, cuando
Beatriz anunció a su esposo que sería padre, pero al contrario de lo esperado,
observó con estupor que la tristeza asomaba a la cara de su amado, pues este mismo
día el Señor de Orgaz le había ordenado comandar parte de sus tropas y marchar
a la guerra.
Más
resignada que comprensiva ante tanto infortunio repentino, le juró que iría
cada día que durara su ausencia a postrarse ante la imagen la Virgen Blanca para
que le protegiese en el campo de batalla y cuidase de ella y de su futuro hijo
hasta su regreso.
Pasaron
largos y angustiosos meses. Nació el primogénito con el nombre de su padre.
Ocasionalmente llegaban noticias de los combates pero ninguna referencia a
Santiago.
Cada
tarde Beatriz y su hijo atravesaban los inmensos y solitarios en ocasiones
espacios de la Catedral para postrarse delante de su Virgen pidiendo protección
para su amado y una señal de que todo iba bien, que volvería sano y serían
felices, pero la intensa devoción de la toledana no conseguía arrancar señal
divina alguna que le diera las esperanzas que necesitaba para seguir esperando.
Más
de un año transcurrió sin noticia alguna de Santiago. Entre los círculos de la
corte toledana nadie esperaba ya la vuelta con vida y algunos propusieron
incluso celebrar alguna misa de difuntos por el alma del desdichado.
La
presunta viuda se negó, aseguraba que su marido se encontraba bajo la
protección de la Virgen Blanca y que regresaría. La familia comenzó a preocuparse,
temiendo incluso que perdiera la razón, cuando aumentó el número de visitas
diarias a la imagen de la Virgen.
Dos
y hasta tres veces al día, cruzaba las naves de la Primada, acompañada del
pequeño Santiago, para seguir mostrando su devoción.
Aquel
8 de septiembre, festividad de la Virgen Blanca, hacía año y medio que nadie
sabía nada de Santiago. Ese día se sentó junto a su hijo en el primero de los
bancos, ante la atenta mirada de todos los asistentes que ya la tomaban por
loca.
Pero
mediada la ceremonia algo ocurrió. La gente se dio cuenta que Doña Beatriz, con
la cara iluminada de felicidad, era rodeada de una especie de luz que la
destacaba sobre el resto. Cuando los demás asistentes buscaron la fuente de la
luz comprobaron cómo la imagen de la Virgen Blanca ladeaba la cabeza y sonreía
abiertamente ¡la Virgen se ríe, la Virgen se ríe!, clamaron los más asustados.
En
ese momento, un ruido de espuelas sacó de su asombro y curiosidad a los que
allí se encontraban y al volver la cabeza vieron a un Santiago Galán casi
irreconocible, con una larga barba, ropa raída y signos de haber pasado mucho
hambre.
Los
esposos se abrazaron en medio de la ceremonia y Santiago conoció allí a su
hijo, ante la Virgen que le había protegido durante casi dos años de batallas y
cautiverios.
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