Cuenta
la leyenda que había en La Armuña un cristo de gran advocación en toda la
comarca. Había sido empleado durante los combates que los cristianos libraran
contra los musulmanes al sur del río Duero. De ahí que se le conociera, al
igual que muchos otros, como el Cristo de las Batallas, ubicado en una antigua
ermita próxima al cementerio que en primavera subía en procesión hasta la
iglesia de San Esteban para celebrarse la fiesta de ‘las velas’.
Durante
la Guerra de la Independencia, los franceses quisieron acabar con toda la
memoria artística de la Península, pero sobre todo con aquellos símbolos de fe
capaces de mover a las masas. Porque un pueblo, cuanto más apesadumbrado, más
débil es. Por aquel entonces la creencia en milagros propiciados por los
cristos surgían cual setas que brotan en su mejor temporada para llenar una
cazuela hambrienta de deseos. Un rico guiso de fascinación con que llenar las
hambrientas mentes. Pero un guiso que los franceses no querían que llegara a
condimentarse.
Al
escuchar la existencia de un cristo con una gran devoción, las tropas galas no
dudaron en desplazarse hasta Castellanos de Moriscos para destruir no sólo la
talla, sino cualquier vestigio que condujera a su recuerdo. Pero hasta oídos de
un avezado pastor llegó la intención de los invasores. Raudo se dirigió hacia
el pueblo para dar la voz de alarma, pero no halló a nadie. Todos estaban en el
campo recolectando las deliciosas lentejas armuñesas. Había sido una campaña
abundante y requería cuantas más manos mejor para sacar el mayor partido a la
cosecha.
Al
no encontrar ayuda, el pastor decidió adentrarse en la ermita y cargar con el
cristo para ponerlo a buen recaudo. No fue tarea fácil, pues las dimensiones de
la talla complicaban su traslado por una sola persona. Sin embargo, quiso el
destino, o los propios cielos, que a escasos metros se hallara un carro con un
burro para poder llevar al cristo a un lugar seguro, lejos de las tropas
francesas, donde jamás lo encontrarían.
Al
llegar los soldados al pueblo no encontraron rastro alguno de la talla.
Interrogaron a los lugareños, los amenazaron, incluso los torturaron, pero en
sus ojos no había lugar para el engaño. Desconocían por completo el paradero
del cristo. Y escondido permaneció hasta que los franceses fueron vencidos y
expulsados de España. Entonces regresó a su lugar para ser venerado durante el
mes de junio, pero lo que entonces era un motivo de fiesta para todo el pueblo
se convirtió con el paso de las décadas en un estorbo incompatible con la labor
de recolección de la lenteja. De ahí que se decidiera el traslado de la fiesta
al segundo fin de semana de agosto, en que se venera al Cristo de las Batallas
en Castellanos de Moriscos.
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