A
finales del S.XV, durante el reinado de los Reyes Católicos, Doña Beatriz hija
de D. Tello de Guzmán pasaba el verano en el castillo de Villaviciosa, localidad
distante en una veintena de kilómetros de la capital. Tenía 17 años y una
belleza que no dejaba indiferente a nadie.
Pero
un día llegó al castillo un emisario que portaba la triste noticia de la muerte
de Don Tello en campaña contra los moros. Y su plácida existencia cambió de
forma radical: no solamente había perdido a su amado progenitor sino que quedó
prendada del joven que había servido de mensajero. A pesar de que ella insistió
con mil excusas y pretextos en que el doncel descansara en el castillo con tal
de poder acercarse a él, éste era responsable con su misión y partió raudo de
nuevo hacia el frente de guerra.
Aquellos
que habitaban el castillo, oyeron durante días los lamentos de la joven. Todos
lo interpretaron como la tristeza infinita de una hija por la pérdida de su
padre pero, en realidad, este dolor se mezclaba con la angustia de la enamorada
que no sabe si volverá a ver a su amado.
Doña
Beatriz, presa de una pasión dolorosa, un sentimiento que no había conocido
nunca antes aparentaba un alma en pena, deambulando por el castillo y pasando
horas enteras, frente al frío y el calor, en las almenas. Desde allí oteaba el
horizonte esperando que la silueta del anónimo joven se recortase en la
lejanía.
Por
fin, una mañana de cielo plomizo y gris, divisó un caballero que, al galope, se
dirigía hacia su residencia fuerte. Nunca había empleado tan poco tiempo en
descender desde el torreón hasta el patio de armas. Allí esperó anhelante que
el correo saltara de su cabalgadura y le entregara un pergamino enrollado que
fue abierto con ansiedad.
Y
si, se trataba de una carta de su querido. Es más, se trataba de una confesión
de amor, de su amor hacia ella. Pero, nublando su felicidad inicial, descubrió
que estaba escrita en sangre derramada por el desdichado. Había luchado en
batalla con especial brío y valor para alcanzar méritos que le convirtieran en
caballero. Pero ese valor fue trágico ya que le hirieron de muerte. Antes de
fallecer pudo escribir la misiva con la siguiente declaración:
"Viendoos,
Doña Beatriz, sentí la llamada del amor y quise presentarme caballero delante
de mi dama de Villaviciosa, con méritos para solicitaros en matrimonio. Muero,
no por tantas heridas como por el dolor de no veros".
Y
dicen que, tras leer lo anterior, el pecho de Doña Beatriz se abrió cual un
volcán rojizo de sangre y llamas, desplomándose muerta al instante.
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